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Conversación conmigo

Variaciones sobre un cuento de Borges

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Andrés Estrada Reyes

El acontecimiento que contaré, ocurrió una mañana inolvidable de verano del 2015. Estoy en balneario “Los Berros”, paraíso natural del municipio de Nombre de Dios, disfruto de las tibias aguas de un manantial cercano. Un colibrí revolotea entre las plantas, busca las flores. Para mitigar el cansancio, refresco los pies en el espejo de agua cristalina, poco a poco se van acercando transparentes pececillos, que sin temor empiezan a mordisquear mis dedos, talones y plantas de los pies.

Me sorprende la llegada del mediodía bajo la sombra de un sabino, me entristece el recuerdo de mis progenitores, entrecierro los ojos y en voz baja elevo una oración por el descanso del alma de papá. La llegada de un extraño aleja la paz que me rodea, no sé dónde salió aquel joven de melena, vestido a la usanza antigua, pantalón verde de terlenka exageradamente acampanado, camisa de manta, calzado de plataforma marca Canadá y un sombrero de copa alta con un listón azul cielo, trae un libro de poemas de Amado Nervo y una grabadora, de la que surgen las notas de Camelia la Texana, interpretada por los Tigres del Norte.

Me desagrada su presencia, no por su aspecto sino por la forma en que interrumpe la ensoñación del momento. Lo observo sin pronunciar palabra, su aspecto me parece familiar, no recuerdo donde lo he visto pero sé que lo conozco, mis recuerdos viajan: Así era yo cuando tenía veinte años, esa fue mi forma de vestir, ¿la grabadora y el libro porqué están en su poder? ¿Estaré desvariando?

Mi angustia aumenta, sé que tengo que aclarar mis dudas y con aplomo le digo:

—Buenas tardes, amigo, ¿disfrutando el paisaje en estas vacaciones? Porque usted es maestro ¿verdad? Su respuesta afirmativa me da confianza para seguir la conversación, yo soy maestro jubilado, porque así es la vida, hay que vivir las etapas. Amé mi profesión, pero un día se llegó el momento de despedirme y seguir por otro sendero. Maestro, quisiera saber de donde es usted originario,

—Nací y crecí en Canatlán. ¿Por qué su interés en saber mi origen?

—Claro, ya recuerdo, usted vive en el barrio Los Treinta Viejos, hijo de Jesús Estrada que también fue profesor, su mamá se llama María de los Ángeles Reyes, mi amigo estamos en verano del año 2015, este calor invita a refrescarse en el agua del balneario; pero que descortés, yo soy Andrés Estrada y usted también es Andrés Estrada. La contundencia con que hago la afirmación lo desconcierta y dice:

—Sí, soy Andrés Estrada pero, ¿cómo sabe mi nombre? ¿se siente bien, señor? Yo no estoy en balneario alguno, estoy en el rio Las Flores, a un costado de San José de Cañas, pueblo de la región de las Quebradas, ahí trabajo y estamos en 1975. El joven me observa con detenimiento y continúa: aunque usted es más viejo, me desconcierta el parecido entre nosotros.

No nos parecemos mi amigo, usted y yo somos la misma persona, le insisto al desesperado joven. Puedo comprobarte que yo soy tú y tú eres yo, mira, tienes un lunar en forma de rectángulo en la parte superior de la pierna derecha, acuérdate también, al terminarse la radionovela de Chucho el Roto, mamá que desde la puerta gritaba a todo pulmón: Andrés ya vente a dormir, háblales a tus hermanos. El juego con los vecinos terminaba, continuaría al día siguiente.

—Su comprobación absurda no nos lleva a ninguna parte, porque son mis recuerdos y vivencias los que están presentes en este sueño, lo que no acabo de comprender es cómo llegó usted a mi sueño.

—Mira, Andrés, para que veas que no es sueño deja te sigo contando: ¿Recuerdas la vez que papá fue a arriar las vacas y te dijo: aquí me esperas? Tendrías cinco años, ni siquiera la luz de la luna llena te dio confianza y rompiste en llanto en cuanto lo perdiste de vista, cuando regresó papá y te vio convertido en un rio de lágrimas te dice: No sea coyón, los hombres no lloran. Pero cuando los dejan solitos sí. Fue tu respuesta.

—Señor, para poder creer que no es sueño platíqueme algo novedoso, algo que yo desconozca. Lo que usted acaba de decir son recuerdos traídos a mis sueños.

—Suponiendo que en realidad fuéramos una misma persona, compruebe su absurda teoría con algo desconocido para mí, si me dice que soy director de la escuela primaria “Mi Patria es Primero”, ya lo sé, Dígame algo que ignore y tal vez me convenza.

Para tranquilizarlo le dije: Mi sueño ha durado sesenta años, toda una vida, mis experiencias han sido muchas, a diferencia de ti que sólo tienes 20 años. Mira, te casaste con María a los 21 años, un año después de terminar tus estudios.

Ha pasado el tiempo, he vivido atormentado y confundido por cinco años, finalmente me atreví a plasmar en este escrito aquel sueño o tal vez una realidad, lo dudé bastante por temor a ser catalogado por enfermo mental, pero una frase que leí en algún lugar me dio ánimos para compartir la extraña experiencia, la frase dice: “Si lo pienso o lo sueño es una realidad”.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS usted, sueño, años,, Andrés

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