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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

En el pequeño cementerio de Ábrego está la tumba del cura del lugar. La gente lleva flores a la tumba, pues dice que fue un santo. Pero si la tumba pudiera hablar, callaría esto:

"Sentí el llamado de Dios y lo seguí. Me hice sacerdote. Creía en Dios, y sentía que Dios creía en mí. Pero luego el tediode la vida y las mezquindades cotidianas me hicieron dudar de que Dios estuviera conmigo. Dejé de creer en Él, no sé si porque leí algunos libros o porque no leí los suficientes. Únicamente los que saben mucho y los que no saben nada tienen a su alcance a Dios. Así, perdí la fe. Pero a nadie lo dije. No importaba que yo no creyera en Dios: lo importante es que las gentes a quienes yo amaba sí creían en Él. Por amor a ellos seguí hablando de Dios. Le rezaba por las noches reclamándole que no existiese. Me dolía haberme vuelto ateo porque no tenía a quien dar las gracias por estar aquí.

Uno de los dones que recibí de la vida fue el de la muerte. La tuve tranquila. Mis últimas palabras, dirigidas a los pobres que rodeaban mi lecho, fueron éstas: 'Dios los bendiga'. En sus lágrimas vi que mi vida no había sido inútil. Y dije para mí: 'Gracias a Dios'. Porque no había más a quien darle las gracias. Ahora sé que...".

Otras palabras hay en la tumba del santo que no creía en Dios. Sin embargo, el viento que sopla en el cementerio no deja que se escuchen.

¡Hasta mañana!

Escrito en: Mirador vida, Dios, tumba, Dios.

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