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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

La mañana era tibia, de sol claro.

No había nubes en el cielo, que parecía el manto de la Virgen. Aún brillaban en la hierba las gotas del rocío, y se oían en la cercana escuela las voces de los niños que repetían la lección.

San Virila salió de su convento. Iba al pueblo a pedir el pan que los pobres le pedían. En el camino vio a un niño que lloraba. El frailecito sabía que el buen Dios se preocupa cuando ve que en el mundo llora un niño. Le preguntó:

-¿Por qué lloras?

Entre lágrimas respondió el pequeño:

-Mi sombrero cayó al río. Mi padre me regañará por haberlo perdido.

San Virila buscó el sombrero entre las aguas, pero no lo halló: la corriente se lo había llevado. Entonces le tejió al niño un sombrero nuevo con rayos dorados que tomó del sol. El chiquillo, sonriendo, se lo puso y se encaminó, feliz, hacia su casa.

Cuando el frailecito regresó al convento el padre prior le preguntó:

-¿Qué milagro hiciste hoy?

-Ninguno -respondió San Virila-. Nada más tejí un sombrero.

¡Hasta mañana!...

Escrito en: Mirador sombrero, padre, Virila, niño

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