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SORBOS DE CAFÉ

Cruz de plazas

SORBOS DE CAFÉ

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MARCO LUKE

El mesero se acercó y sin preguntar sirvió café.

Se escuchaba espeso resbalando por la cerámica escapando lentamente en el vapor.

Agradecí sin quitar la mirada a la estatua más próxima de la rotonda de los hombres ilustres. El restaurante donde a diario tomaba mi café, se encontraba en el segundo piso de un edificio contiguo a esta plaza conmemorativa.

Yo me sentaba siempre en el balcón de la esquina, y desde ahí, alcanzaba sólo las figuras de la banqueta que se encuentran sobre la avenida Alcalde, sin embargo, recordaba a la mayoría de los personajes en esa rotonda. Creo que siempre estaban en mi memoria a quien más llamaba mi atención, como José Clemente Orozco, a quien admiraba sobre todo, por el prodigioso trabajo en el llamado Hospicio Cabañas.

También, podía admirar desde mi lugar, el perfil de la catedral metropolitana que orgullosa da la cara a la plaza Guadalajara y los buenos días a sus miles de transeúntes diarios.

De vez en vez, me asomaba a mis espaldas y ver a lo lejos, la misteriosa "casa de los perros" y recordando su leyenda.

Contra esquina a mi ventana, el palacio municipal de la ciudad, que en su momento, allá por el siglo XVI, fuera la morada del español Juan de Zaldivar.

Y así, todos los días recorría las calles, los edificios, los monumentos y hasta los pocos árboles robando el humo de mi café. Desde mi ventana, aprendí a leer los rostros de la gente, y supe diferenciar entre aquellos quienes vivían en Guadalajara y los que sólo sobrevivían.

Yo pertenecía a esos que vivían la ciudad, que disfrutaban cada metro del centro histórico, que se preguntaba la historia de edificios tan hermosos como el teatro Degollado y su águila sosteniendo una cadena en su pico.

Yo pertenecía a esa gente que le apasionaba vivir, y entonces comencé a comprender a la gente que se somete a la rutina y logra pasar el día sin contratiempos para poder lograr llegar desde el amanecer hasta la noche, totalmente ilesos.

Al principio, sentía rabia por su indiferencia ante tanta historia, tanta poesía construida en sus palacios, en sus iglesias, en sus museos. Ante la indiferencia del sonido de las patas de los caballos estirando una calandria, héroes que no dejan morir el provinciano espíritu de la perla tapatía.

Después, simplemente dejé de juzgarlos asimilando que, la pasión es un privilegio para pocos. Esa pasión que se convierte en indignación cuando ves la mediocridad pintada en un grafiti sobre la pared de un edificio colonial; esa que se convierte en cólera cuando presencias el desprecio de un funcionario corrupto hacía un ciudadano al que antes le rogó por su voto; o pero aún, en esa que se transforma en profunda tristeza cuando la tercera taza de café me avisa que no llegarás la cita.

Tan bella es Guadalajara, que hasta el sufrimiento se saborea.

Escrito en: Sorbos de café pasión, Guadalajara, gente, ventana,

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