La cercanía o escribir una columna

'¿Qué hace una niña que viaja por horas en el asiento trasero de un Volkswagen Sedan que atraviesa el inmenso norte del país?'.

Hace casi tres años empecé con esa pregunta de Cristina Rivera Garza esta columna que decidí llamar Itinerante.

La inquietud de crear este espacio nació, en realidad, con la que sería la segunda entrega: un ejercicio de clase transformado en columna. El objetivo era tomar un mito y transformarlo. Yo elegí despojar al Pegaso de su condición mitológica clásica para que aterrizara en sus cimientos novohispanos.

Pero era necesaria una presentación y eso fue La Distancia.

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Hace tres años, antes de que naciera Itinerante, pensaba que todas las columnas eran -debían ser- sobre política. Y tenía también un concepto cerrado al respecto: creía que en ella se agrupaban solamente gobernadores, presidentes, diputados. Mi investigación sobre el periodismo de Rubén Darío, que en el 2017 apenas arrancaba, me enseñó que en realidad la política lo toca todo: toca el arte, la moda, la literatura, la crónica.

En el 2018, en el Hay Festival de Cartagena, Leila Guerriero advirtió que 'escribir una columna es un gran ejercicio de humildad. Al escribir no podemos todo el tiempo pretender hacer el fresco de la Capilla Sixtina'. Un par de meses antes, Valeria Luiselli publicó en el país una columna sobre el ejercicio mismo de escribir una: 'La columna es un espejo. Pero no cualquier espejo. Las columnas son como los espejos de los cuartos de hotel que, como decía Joseph Brodsky, se han opacado a fuerza de haber visto tantos rostros: 'Lo que reflejan no es tu identidad, sino tu anonimato'. La columna no es una respuesta; es una pregunta. Es el 'trabajo preciso y fatal' de los escritores, escribió Rubén Darío, que inventó (con Martí) la columna moderna en español, poniendo el lenguaje literario al servicio del presente. La columna dariana, dice la siempre acertada Graciela Montaldo, 'sacó la escritura de la biblioteca a la calle, la hizo pública''.

Las columnas de Leila Guerriero y Valeria Luiselli me enseñaron que una columna puede ir sobre lo cotidiano, lo autobiográfico, sobre esos temas sobre los que es imposible dar respuestas pero en los que sí podemos vernos reflejados.

Ese fue el empujón que creó Itinerante.

Eso es a lo que he aspirado siempre.

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Escribí La Distancia porque, estando en Madrid, lejos de todo, me sentía en casa. Por supuesto, no podía imaginar que tres años después el mundo entero terminaría en un confinamiento que se extiende constantemente. Ahora, en lugar de escribir con un gato que no volveré a ver sobre mis piernas, escribo con mis perros acostados frente a mí. En lugar de escribir desde el estudio de un fotógrafo español, escribo desde la casa en la que no vivía desde los 17 años.

En lugar de escribir desde la ciudad a la que siento que pertenezco, escribo desde el lugar en el que crecí, el espacio en el que siempre me sentí extraña, el otro extremo de la carretera, el que no se iluminaba con incendios creados por mi abuelo, el que se sumergía en un estado fantasmal a medida que avanzaba el camino, el que tiene rincones que representan recuerdos de los que sé que debo escribir, y aún no descubro cómo.

Pensaba que la distancia me daba vértigo. En realidad creo que la cercanía me lo provoca más.

'¿Qué hace una niña que viaja por horas en el asiento trasero de un Volkswagen Sedan que atraviesa el inmenso norte del país?'. Tres años después, aún creo que la respuesta es mutable.

Y también creo que, a través de 'la inmovilidad del cuerpo que, acaso no tan paradójicamente, acelera la movilidad de la mente', la niña se volverá a una mujer que escribirá siempre, como María Gainza, 'para auscultarse, para entender que tiene dentro', y llevará esa necesidad de aprender, de entender, a todos los espacios que pueda alcanzar, incluyendo una columna.

Twitter: @SNGCalderon