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SORBOS DE CAFÉ

Plata

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MARCO LUKE

Aparecimos en la esquina después del destello cegador de un relámpago.

A carcajadas, ignorábamos las gotas heladas de la torrencial lluvia cayendo sobre nuestras espaldas, chacualeando entre los charcos transparentes que hacían brillar el cemento en las banquetas.

En nuestra carrera, hacíamos una breve pausa sin detenernos por completo para buscar la mejor opción entre las lagunas apareciendo ante nuestras miradas empañadas, casi a ciegas, guiándonos con la poca luz colándose entre el nublado techo.

Era una afrenta al corpulento aguacero, reírnos a cada salto que dábamos al caer a propósito en el cúmulo líquido más grande, y construir con nuestra mano un paraguas improvisado únicamente por instinto.

Nos cansamos y nos tuvimos que detener para tomar aire. Y fue ahí, cuando por inercia, contrajiste tu hermoso cuello largo y entrecerraste los ojos empapados, robando el poco brillo que le quedaba al día con la ayuda de las gotas cristalinas columpiándose en tus pestañas.

Parpadeaste bruscamente para aligerar la carga líquida, casi en vano porque en cuestión de unos pocos instantes, otra vez las gotas necias te invadían de las cejas hasta el mentón.

«¿Qué pasa?» Preguntaste apartándome del paroxismo que me causaba verte por primera vez como mujer.

Ya no sentía el frío causado por la humedad descongelándose en el pavimento, ni tampoco sentí cuándo se evaporaban mis últimos segundos para sellar ese recuerdo con una de tus caricias.

«¿Estás bien?» Insististe a falta de mi respuesta, aún inmersa en nuestro juego inocente de correr bajo la lluvia.

Pero, ¿Cómo pretendías que respondiera? ¿Cómo? Si tu ropa adherida al cuerpo revelaba los secretos de tu juventud recién llegada.

Contesté un tanto agresivo, sin palabras, pero con un deseo incontrolable, algo que jamás sentí antes, algo que se acumulaba en brazas sobre las puntas de mis dedos y se agolpaba en mis sienes.

Lo percibiste auxiliada de un sentimiento innato, entonces conocí el sexto sentido femenino. Te defendiste ruborizándote y con una sonrisa presuntuosa.

Bajaste la mirada y con un abrazo, sosegaste cualquier riesgo de potencial perversidad amenazando con salir de mis poco educados modales.

Correspondí a tus brazos rodeando mi espalda, con temor de faltarte al respeto, posé lentamente mis brazos en tu cintura con la delicadeza que te mereces.

Cuando te separaste, ya no había rastro de agua en tu cuerpo, sino hilos plateados tejiendo tu figura.

Y todavía hay quienes preguntan la razón por la cual amo la lluvia, porque sería complicado explicarles que yo no veo lluvia cayendo, yo veo caer... Plata.

Escrito en: Sorbos de café gotas, sentí, casi, brazos

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