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La vida digital: los libros

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Para la vida nómada, el papel es casi un enemigo. Un día, en el aeropuerto de la Ciudad de México, cuando las revisiones aleatorias por semáforos aduanales eran comunes todavía, mis maletas, la de mi hermana, mis papás, tía y abuelo explotaron apenas el policía tocó el cierre. Todos los libros que me había llevado en la mudanza, los que me regalaron, los que había comprado y encontrado, apenas y soportaron las 12 horas de vuelo.

En otra mudanza, pero del sur de la Ciudad de México al centro, las cajas con libros llenaron la camioneta y además, llegaron incompletas: mi edición de los diarios de Pizarnik se perdió en ese trayecto.

En la última mudanza, que se suponía era temporal y ahora se ha alargado tanto como el confinamiento responsable, mis libros favoritos, los que están por siempre al lado de mi cama, los que me rescatan sin falla, están atrapados en una caja, en una habitación en la que nunca he dormido.

Fue ese último traslado el que me llevó a descargar Kindle, y entregarle un pedacito de mi corazón, finalmente y sin mirar atrás, a los libros electrónicos, aun cuando sé perfectamente que hay una campaña cultural en contra de Amazon.

Antes, en mis inicios como lectora híbrida -cuando era necesario acercarme a libros en digital porque no era posible conseguirlos en ninguna biblioteca o librería cercana, pero aún estaba aferrada al papel y a las compras compulsivas de ediciones hermosas- tuve iBooks, la manera que Apple encontró de introducir los libros electrónicos en sus dispositivos.

IBooks me acompañó durante muchos vuelos, durante algunas sesiones de trabajo, pero nunca me gustó el desorden de la aplicación, ni que a la menor distracción se me colara un PDF y el estilo para las notas no me convencía.

Con Kindle ocurrió lo contrario.

'Lo digital reviste una dimensión ambivalente', escribe José Antonio Cordón, 'por una parte, potencia la visibilidad y accesibilidad a través de múltiples plataformas y dispositivos, permite la integración del lector en un proceso en el que siempre había quedado marginado y propicia la participación colaborativa en todo tipo de escritos. Pero por otro, genera discursos regidos por modelos cada vez más distanciados de ese concepto sagrado y casi litúrgico de la lectura, cuyos orígenes se remontan a Agustín de Hipona (Wellmon 2015), en los que la aproximación individual, ensimismada y concentrada constituye las señas de identidad del lector. Piper (2013) lo denomina 'la nostalgia de la lectura bibliográfica', de la obra individual como suma y epitome de adquisición del saber. Pero más allá de lo individual subyace lo que Daston (2014) califica como 'la profunda unidad que vincula lo aparentemente misceláneo', y que esta vertiente de lo digital está desvelando a través de protocolos de análisis sumamente interesantes para aflorar estructuras ocultas en el bosque de los demasiados libros. Estas innovaciones no atentan contra la pervivencia de los libros, en palabras de Simon Eliot, supervivientes que durante más de cinco mil años de historia se han movido de una forma material a otra, adaptándose a todo tipo de culturas, reinventándose continuamente para ofrecer nuevas formas y nuevos servicios'.

La lectura sigue moviéndose, adaptándose. Hace una semana, Camila Barreiro escribió para la revista Zibilia una nota acerca de las 'instanovelas': historias que se publican a través de posts en instagram, así como hace un millón de años ocurría -¿ocurre?- con la Tuiteratura, un 'género literario' desarrollado en los 140 caracteres que por entonces permitía Twitter, ahora evolucionada a historias a través de hilos en la misma red social.

Para mí, Kindle fue amor inmediato. Y cuando descubrí que ahí podía adquirir el libro de Leila Guerriero que había buscado durante tanto tiempo en papel sin encontrarlo, el flechazo se volvió compromiso absoluto.

Sé que seguiré comprando ediciones hermosas que no necesito de libros que ya tengo -como Orgullo y Prejuicio o Cumbres Borrascosas-, pero al pensar en mi Kindle pienso en la prótesis de Scolari: esas interfaces con las que interactuamos sin apenas reparar en ellas (los lentes que notamos sólo si resbalan de la nariz). No sé si fue la necesidad o la resignación, pero Kindle me dio, finalmente, esa familiaridad del papel en un modelo que no hará que mis maletas exploten.

Escrito en: ITINERANTE libros, través, papel, Kindle

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