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ARTURO SARUKHÁN

Tres canarios en la mina

ARTURO SARUKHÁN

La noche del 27 de febrero de 1933, la sede del parlamento alemán, el Reichstag, fue destruida por las llamas. A las pocas horas los nazis culparon a los comunistas y suprimieron derechos constitucionales y libertades de expresión y prensa. La democracia de la República de Weimar no sobrevivió ni un mes al nombramiento de Hitler como canciller y al nacimiento de su régimen totalitario.

No sugiero aquí que Donald Trump sea Hitler ni que Estados Unidos hoy es la Alemania de entreguerras. Pero que la democracia estadounidense encara en la actual coyuntura la intentona por parte de Trump para replicar un nuevo episodio de "fuego en el Reichstag" es inescapable. Tres eventos recientes han encendido focos rojos. El primero fue su entrevista con Fox News en la cual afirmó que no sabía si aceptaría los resultados de la elección. El segundo foco no se ha apagado desde el desalojo de la Plaza Lafayette en Washington en los días posteriores al asesinato de George Floyd y a las convulsiones sociales que detonó. El despliegue de agentes federales en Portland, donde no han amainado las protestas, es el capítulo más reciente del teatro autoritario de Trump en el cual quiere poner en escena imágenes de disturbios en ciudades gobernadas por Demócratas y alimentar su narrativa de "nosotros vs ellos" y de polarización y descontrol social. Y el tercero se prendió la semana pasada con un tuit del presidente sugiriendo aplazar la elección presidencial.

Habrá quienes insistan que todo configura el juego de espejos y humo al cual es tan adepto Trump. No les falta razón. De entrada, es un hecho que el presidente no tiene atribuciones constitucionales para aplazar una elección general. Y el que el tuit en cuestión se diese el mismo día en el que se divulgaba la peor caída del PIB estadounidense en décadas abona a esa lectura. Pero es más que un mero distractor. Trump ha pasado toda su gestión polarizando al país, cuestionando elecciones -incluyendo la de 2016 cuando perdió el voto popular- y socavando a la democracia, atacando a los medios de comunicación y minando la credibilidad de instituciones y procesos democráticos. Y el COVID y la economía le están pasando un factura onerosa en las encuestas a Trump. Cuando este presidente dice que está considerando retrasar las elecciones, los estadounidenses -y el resto del mundo- deberían dejar de hacerse el tonto y prestar atención.

Trump no podrá detener unos comicios pero bien podría socavar la democracia. Cualquier sistema constitucional se mantiene unido por un salto de fe. Lo que está haciendo el presidente es sembrar desconfianza sobre la legitimidad del mero hecho de llevar a cabo una elección. Y el caos en Portland y las declaraciones y tuits del presidente podrían ser la primera escaramuza en una colisión por venir aún más incendiaria.

Muchos parecen haber olvidado las lecciones que nos deja la historia del siglo XX con respecto a lo que ocurre cuando una democracia elige a demagogos chovinistas y xenófobos. Hoy, con una elección que se le escapa de las manos a Trump, lo que ocurra en el camino a los comicios -y durante y posteriormente a la jornada electoral- tendrá repercusiones no solo para EUA, sino para la democracia liberal en el resto del mundo. De aquí a noviembre, todos, sin excusas, tenemos que hacer lo que nos toca para garantizar la derrota de Trump -y la de sus sicofantes y facilitadores- en las urnas.

Escrito en: Arturo Sarukhán Trump, presidente, democracia, elección

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