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Guerra fría 2.0: Del espacio al ciberespacio

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ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

En medio de la incertidumbre que ha traído la pandemia de COVID-19, una certeza se asoma: el descompuesto orden internacional no camina hacia la colaboración sino hacia la competencia. Cada vez es más frecuente encontrar en los análisis geopolíticos y en el lenguaje de los propios gobiernos de las principales potencias mundiales el regreso del concepto de guerra fría. De 1945 a 1991, los Estados Unidos y la Unión Soviética protagonizaron una rivalidad multidimensional que se tradujo en enfrentamientos bélicos indirectos en varios países, pulsos geopolíticos en los cinco continentes, luchas ideológicas y una carrera vertiginosa en los ámbitos de armamento convencional y nuclear y de la conquista del espacio. El orbe dividido en dos polos: capitalismo liberal contra socialismo estatista. Esa guerra fría provocó el colapso del imperio soviético, que dejó libre el camino al imperio americano para construir un orden unipolar sustentado en la promesa de la prosperidad universal de la globalización capitalista y la democracia liberal. Pero dicha promesa terminó convirtiéndose en ficción y mientras la Unión Americana festejaba aún su nuevo orden global, un antiguo imperio emergía silenciosamente para disputar en el siglo XXI un mejor lugar en el concierto internacional; China.

Si la URSS intentó construir a imagen y semejanza suya un mundo distinto al promovido por EUA, el gigante de Asia optó por aprovechar la globalización de la demanda de bienes baratos de las naciones desarrolladas para hacer crecer su economía de forma rápida y constante. En lugar de desconectarse del orden liberal y luchar contra él, como hicieron los soviéticos, China se conectó a dicho orden para sacarle el máximo provecho, eso sí, sin ceder en lo político espacio a la democracia representativa. La autocracia partidista de Pekín mantiene un rígido control, casi orwelliano, de la sociedad mientras surte al mundo entero de productos, tecnología y servicios de toda índole. La necesidad de los gobiernos de Occidente de poner a disposición de sus mercados más bienes de consumo, a mejor precio y con la mayor rentabilidad posible para el capital transnacional explica en buena medida el meteórico ascenso de la gran potencia de Oriente. La clase político-empresarial estadounidense lo entendió demasiado tarde y hoy, bajo la corbata roja de Trump, intenta revertir un proceso a través de medidas proteccionistas, guerra comercial y un asedio a todo aquello que tenga que ver con China.

La guerra fría del siglo XXI tiene la peculiaridad de que hoy no es la potencia rival de Estados Unidos la que intenta aislarse en un bloque, sino, por el contrario, busca mantenerse conectada a la globalización que tanto le ha beneficiado en los últimos 40 años. La interdependencia económica que hay entre EUA y China, iniciada a partir de los años 70, nunca se observó entre la Unión Americana y la URSS. Por eso esta nueva guerra fría es diferente y se parece más a la disputa entre imperios previa a la Primera Guerra Mundial, con alineaciones de intereses de dos bandos cada vez más definidos: en el Atlántico Norte, Estados Unidos y Reino Unido sintonizan sus visiones geopolíticas, mientras en Eurasia China y Rusia afinan sus acuerdos estratégicos. No obstante, la nueva guerra fría presenta semejanzas con la antigua en los ámbitos en los que se manifiesta: rivalidad económica, competencia tecnológica, disputa política, tensión geopolítica, carrera armamentista, etc. Y de entre los campos de batalla que existen, destacan dos por su relevancia: el espacio y el ciberespacio.

Si durante la última década de la guerra fría del siglo XX fue una preocupación latente el posible uso del espacio exterior con fines militares, lo que motivó la firma de acuerdos internacionales, actualmente esa preocupación ha vuelto con mayor realidad en forma de reclamos directos que van desde el espionaje satelital, el desarrollo de armas antisatélites, el despliegue de misiles ultrasónicos y la creación de fuerzas militares espaciales para el dominio y control del cosmos inmediato a la Tierra. En la superficie de estas rivalidades, la carrera espacial ha recobrado auge. Ya no es la Luna el principal objetivo, ahora lo es Marte; y hoy no son sólo las agencias gubernamentales las involucradas, también hay empresas privadas en la competencia, como es el caso de Space X. No obstante, la sombra de la militarización del espacio no sólo oscurece estos avances y proyectos, sino que además aporta un nuevo ingrediente de tensión que amenaza la convivencia universal con armas cada vez más sofisticadas y de difícil detección, como los misiles que presume Rusia y que han puesto a Washington a la defensiva. En ese contexto, tanto Estados Unidos como China continúan aumentando sus gastos militares mientras crecen sus desentendimientos.

Un ingrediente novedoso de la guerra fría del siglo XXI es la disputa en el ciberespacio. Las tecnologías de la información se han convertido en un factor determinante del desarrollo económico de todos los países. Y en la medida que ha aumentado la penetración de estas tecnologías en la sociedad, la ampliación de las bases de datos personales y de los flujos de información a través de la red se ha vuelto una obsesión de las grandes empresas tecnológicas, de los gobiernos que en Occidente intentan poner límites al poder de estas compañías, y de los regímenes que en Oriente buscan afianzar su control político a partir de la cibervigilancia. Los ataques cibernéticos, el uso de las redes para desestabilización política y económica y la proliferación de noticias falsas, fenómenos que hace apenas 20 años se usaban como argumentos de películas de ciencia ficción, hoy son la realidad de todos los días. La carrera por el 5G, la revolución informática de quinta generación que integra inteligencia artificial, telefonía móvil, internet de las cosas y un nuevo nivel de big data, forma parte de esta guerra fría 2.0 que atestiguamos y en la que no son los gobiernos los más vulnerables, sino los ciudadanos que, en medio de las disputas entre potencias, ven atacadas su libertad, su seguridad y, en general, sus derechos. La pandemia no sólo no ha frenado este proceso, lo ha acelerado. No podemos perderle de vista.

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Escrito en: Urbe y orbe guerra, fría, orden, espacio

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