Yo digo que no tuvo culpa alguna.
Aun así parece que vivió el resto de su vida llevando consigo un remordimiento permanente, la sombra de una pena que nunca lo dejó.
Poco antes de morir dijo a sus familiares que tras su muerte no lo llevaran a enterrar. Temía que su tumba fuera objeto de profanaciones. Pidió que lo incineraran y que sus cenizas fueran dispersadas en las aguas del Canal de la Mancha, que en tiempos de su juventud había cruzado en su avión innumerables veces.
Paul Tibbets. El piloto que llevó el B-29 desde el cual se arrojó la bomba atómica que cayó sobre Hiroshima y mató a decenas de miles de civiles: mujeres, hombres, ancianos, niños.
Ayer se cumplieron 75 años de esa terrible acción que, seguida de otra igual en Nagasaki, condujo a la rendición de Japón en la Segunda Guerra.
De las muertes causadas ese día no es culpable Paul Tibbets.
Él fue también víctima de la bomba.
¡Hasta mañana!...