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LETRAS DURANGUEÑAS

El alacrán salvador

El alacrán salvador

El alacrán salvador

Enrique Arrieta Silva

La enciclopedia libre Wikipedia, dice que el alacrán pertenece a un orden de arácnidos, provisto de un par de apéndices en forma de pinza y una cola acabada en un aguijón provisto de veneno.

La conseja popular atribuye algunas propiedades curativas a los alacranes: para diversos males o enfermedades, pero hasta ahora la más seria y científica es la nacida en los laboratorios de Cuba, que según investigaciones, atribuye facultades curativas del alacrán en relación con el cáncer, pero no a todos los alacranes, sino nada más al alacrán azul, que según creo se dan en aquella isla. En nuestro estado los alacranes son amarillos, cafés o verdosos, pero no azules.

Sea del color que fueren, el hecho es que no me simpatizan, y para nuestra suerte en una nada, todas las familias durangueñas, tenemos un referente en nuestra familia de un picado de alacrán. En el caso de mi familia un alacrán le picó a mi hijo Rodrigo dos veces en la espalda y me platicó que sintió como una quemadura de cigarro, misma que duró doliéndole varios días, afortunadamente sin consecuencias.

Sea como fuere, el hecho es que los alacranes, siempre me han provocado repulsión y escalofrío. Cuando veo un alacrán antes de comer me arruina el apetito: ya no como o como poco.

Mi hermano Roberto que vivía en Guadalajara, tenía en el comedor un reloj con alacranes, que marcaba cada quince minutos con una madre alacrán peor de fea y espantosa; por esa razón cuando visitaba Guadalajara y me invitaba a comer a su casa, entraba procurando no ver el reloj para poder comer con gusto los platillos exquisitos de mi cuñada Eugenia.

Solo a Miguel Ángel Gallardo, pudo ocurrírsele poner en su corrido de Durango eso de que “yo soy de la tierra de los alacranes…” que más que un canto de guerra, en esa parte, viene siendo un canto machista, es decir “soy tan macho que vivo entre alacranes”. A propósito, otro error, que contiene el corrido de Durango, es aquello de que a Pancho Villa cantando Adelita por todas las calles lo vieron pasar, y digo error, porque La Adelita no es canto villista, sino canto de guerra arrietista.

Por fortuna ese corrido a diferencia del corrido de San Luis Potosí, el de Guadalajara, el de Mazatlán, el de Aguascalientes, es por completo desconocido fuera de Durango.

Pues bien provocándome aversión los alacranes, tengo que agradecer a uno el haberme salvado de dos o tres cuartazos. Esta es la historia.

Resulta que viviendo en la calle Zarco, barrio ferrocarrilero por excelencia, en una casa vieja y de adobe, niño chipil como fui, encontrándome acostado entre mi padre y mi madre, ya con la luz apagada, puesto que ya pasaban de las nueve o diez de la noche, estaba yo dando muy duro, que no hay niño sano que no sea travieso, tan duro que mi padre ya molesto, dijo a mi madre:

-Prende la luz para calmar a esté cabrón.

Yo sabía que mi padre no daba un solo paso atrás, una vez tomada una decisión, así que me sentí perdido irremediablemente y reo de dos o tres cuartazos, pues mi padre aunque amoroso, sabía ser enérgico conmigo cuando lo ameritaba la ocasión, y en esa ocasión lo ameritaba y hombre de a caballo como fue, sabía manejar la cuarta y el chicote. Primero me arreglaba con una cuarta, pero con ella me alcanzaba a dar dos o tres cuartazos y me ponía fuera de su alcance, por lo que se hizo de un chicote con el cual ya eran cuatro o cinco los chasquidos sobre mi espalda adolorida, no en balde había sido arriero en los tiempos de su juventud serrana y montañosa.

Mi madre prendió la luz, y mi padre se dispuso a reprenderme con su cuarta justiciera que guardaba debajo del colchón, todavía no eran los tiempos del chicote.

Pero he aquí, que prendida la luz, pudo observarse un enorme alacrán, no tanto como el de la leyenda del alacrán de la Penitenciaria, al que Terrones Benítez compuso un magnífico corrido, que iba bajando por la pared que daba a la cabecera de la cama.

Con el alboroto que se armó para matar al alacrán aquel, se le olvidó a mi padre mi castigo, merecido por cierto, como todos los que me aplicó, y pude respirar a gusto y dormir en paz, sin que me doliera la espalda o el trasero.

¿Cómo no he de estar agradecido con aquel alacrán amarillo que dio su vida por salvarme de la cuarta justiciera?

Enrique Arrieta Silva

(Escritor de Durango, recientemente fallecido. En su memoria).

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS alacrán, padre, alacranes,, corrido

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