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De Política y Cosas Peores

De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Jadeos. Respiraciones agitadas. Exclamaciones de placer. Palabras de pasión, entrecortadas. Todos esos ruidos, y otros que no se pueden describir gráficamente, salían de aquel automóvil estacionado en sitio oscuro, que además se movía con rítmico compás. El automóvil, digo, no el sitio. El oficial de policía bajó de su patrulla, se dirigió al vehículo y proyectó el haz de luz de su linterna al interior del coche. ¿Qué vio? Fácil es adivinarlo: en el asiento trasero una pareja estaba entregada al consabido rito del amor. Les dijo el patrullero: "Quedan ustedes detenidos por cometer faltas a la moral". "Ninguna falta a la moral estamos cometiendo -replicó el sujeto-. La señora es mi esposa". "Perdone, caballero -se disculpó el oficial-. No lo sabía". Declaró el individuo: "Yo tampoco, hasta que usted nos echó la luz de su linterna". Doña Macalota fue objeto de una intervención quirúrgica. En el cuarto de recuperación abrió los ojos y vio a su consorte, don Chinguetas. Le dijo con somnolienta voz: "Eres muy guapo". Y se volvió a quedar dormida. Poco después abrió los ojos otra vez y le dijo: "No estás del todo mal". Y de nuevo se durmió. La enfermera le recomendó a don Chinguetas: "Mejor váyase, señor, antes de que pasen por completo los efectos de la anestesia". Los jóvenes esposos iban a ir a una fiesta. Ella se hizo peinado de salón; se maquilló hermosamente -pestañas postizas y todo-; se puso un vestido precioso, medias y zapatos de tacón alto. Fue en seguida al cuarto de sus hijitos -de 5 y 7 años de edad los pequeñuelos- y les dijo: "Pórtense bien; obedezcan a la niñera y váyanse temprano a la cama". Dicho eso salió de la habitación. Los niños se miraron uno al otro y el mayorcito le preguntó a su hermano: "¿Quién era esa mujer?". Don Cucurulo cortejaba asiduamente a la señorita Himenia. Ella le comentó a una vecina: "Es muy educado, muy caballeroso. Siempre me dice: 'Beso sus pies, amiga mía'. Procuraré que vaya subiendo poco a poco". En el campo nudista andaba un hombre cuya barba le llegaba a las rodillas y el cabello casi hasta los pies. Le preguntó una socia: "¿Por qué llevas así la barba y el cabello?". Explicó el individuo: "Soy el encargado de salir a hacer las compras". El señor marcó el número telefónico de su casa. Contestó la mucama. "Comuníqueme con mi esposa, por favor" -pidió el marido. "Salió" -le informó, lacónica, la chica. Aventuró el señor: "¿Iría de compras?". Respondió la muchacha: "Por la forma en que iba vestida pienso que más bien iba de ventas".El gusanito sacó la cabeza de la tierra, y lo que vio lo hizo proferir con acento lascivo: "¡Qué buena estás, mamacita!". Oyó una tenue voz que le dijo: "Soy tu otro extremo, pendejo"... Astatrasio Garrajarra le sugirió a Empédocles Etílez, su compañero de parranda: "Ya deja de tomar. Te estás poniendo muy borroso". El abuelito y la abuelita fueron a caminar por un sendero del bosque. En el tronco de un árbol vieron, tallado con cuchillo, un corazón atravesado por una flecha, y en él dos nombres: "Jack y Joe". Le dijo el abuelito a la abuelita: "Cómo han cambiado los tiempos, ¿verdad?". Una señora acudió a la consulta del doctor Duerf, terapeuta sexual. Le dijo: "Ya no aguanto los ímpetus eróticos de Pitorreal, mi esposo. Todas las noches me requiere para propósitos lascivos. Me acuesto de espaldas y de inmediato se me sube. Me acuesto sobre el costado izquierdo y al punto se me arrima. Me acuesto sobre el costado derecho e inmediatamente se me acerca también". Le sugirió el facultativo: "Acuéstese bocabajo". "¡Ah! -exclamó la señora-. ¡Se ve que no conoce usted a Pitorreal!". FIN.

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