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De Política y Cosas Peores

De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

"No somos nada". Esas palabras dijo don Algón. Su socio, don Sinople, se sorprendió al oír tal frase, pues los dos se hallaban en el lujoso bar de un elegante hotel de playa en la muy grata compañía de dos hermosas damas. "No somos nada" -repitió don Algón al tiempo que se servía otra copa de champaña. Y lo mismo volvió a decir, "No somos nada", cuando los dos se despidieron para ir a sus respectivas habitaciones en la agradable compañía que dije. Al día siguiente don Sinople le preguntó a su amigo: "¿Por qué anoche te la pasaste todo el tiempo diciendo: 'No somos nada'?". Explicó don Algón: "No me dejabas terminar. Quería decir: 'No somos nada pendejos'". Doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y doña Puritania Calvínez, secretaria perpetua de la Liga de la Decencia, veían una pintura abstracta en una galería de arte. Doña Tebaida le dijo a su compañera: "No sé exactamente qué es, pero estoy segura de que hay algo inmoral en este cuadro". Sonó el teléfono en la casa de don Cucoldo y contestó él. Dijo: "Pregunte usted en la Sagarpa o en Gobernación". Su esposa quiso saber: "¿Quién era?". "No tengo idea -respondió don Cucoldo-. Tan pronto levanté la bocina un tipo preguntó: '¿Está libre el campo?'". Existe, claro, the ugly american, el americano feo. Prototipo de ese desagradable espécimen es el redneck llamado Donald Trump, ignorante, xenófobo y racista. Por fortuna nunca he tenido la desgracia de tratar a ningún estadounidense malo. Todos los que he conocido han sido buenos. Recuerdo a las generosas personas que me ayudaban en el camino cuando viajé extensamente por el país del norte, studente e povero. Evoco a mis amigos norteamericanos. Vic Niemeyer, historiador y funcionario consular que amaba de corazón a México y su gente. Bob Fishburn, misionero en Saltillo, que decía siempre: "¡Qué cosas!" para manifestar admiración o asombro. Calculábamos el momento exacto en que la curvilínea mesera del restorán pasaría frente a nosotros y decíamos algo que hacía exclamar al castísimo y honestísimo Bob; "¡Qué cosas!". John Brunetti, que hablaba el español con el amenazante acento del Indio Bedoya, pues aprendió el idioma viendo películas mexicanas. Cuando lo visité en Chicago me sacó del hotel de barrio en que me había alojado y me hospedó por su cuenta en The Palmer House. Mi compañero de farras John O'Boyle, que me reveló a Nathanael West y me enseñó brindis irlandeses: "May you be in Heaven a half'n hour before the Devil knows you 're dead". Sin conocer a Christopher Landau, actual embajador de los Estados Unidos en México, pienso que es un americano bueno. Eso de haber comprado un cachito para la rifa del avión que no se rifará es no sólo un excelente acierto diplomático, sino también un simpático detalle que de seguro agradó a muchos mexicanos. Inscribo a Mr. Landau en mi larga lista de americanos buenos, y confirmo a Trump como primer ocupante de mi muy breve directorio de ugly americans. Inepcio casó con Pirulina, muchacha sabidora. Al día siguiente de la noche de bodas el desposado se metió en el baño y empezó a entonar una canción bajo la ducha. "¡Joder! -pensó con disgusto Pirulina-. ¡Tampoco sabe cantar!". Doña Holofernes encaró al novio de su hija: "¿De modo, joven, que aspira usted a entrar en el corazón de Glafira?". Respondió con llaneza el galancete: "La verdad, señora, es que mis aspiraciones no son tal altas". El papá de Pepito regresó del hospital y le dijo al muchachillo: "La cigüeña le trajo un bebé a tu mamá. ¿Te gustaría verlo?". Replicó Pepito: "Bebés he visto muchos. Más bien me gustaría ver a la cigüeña". FIN.

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