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SORBOS DE CAFÉ

El charro

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El charro

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MARCO LUKE

Aquella sombra, lentamente se acercaba desde el horizonte, dándole la espalda al sol quien se escondía entre las montañas temeroso de la tenebrosa noche que se avecinaba.

Aquel jinete, pasivo, con galope suave, lo dejaba atrás, ignorando las advertencias de los peligros del mundo a donde dirigía a su caballo sin insistirle mucho, pues compartían una valentía innata.

Sin embargo, a pesar de las amenazas agazapadas en los mezquites, y las bestias feroces dispuestas a atacar camuflándose con las ramas dibujando una telaraña espinosa sobre la poca luz que la luna permeaba en ese solitario monte, el centauro en ningún momento sintió temor. No habría contratiempos que detuviera cumplir con su destino: llegar.

Hubo tormentas que por momentos le hicieron detener, deslaves de los cerros necios que intentaron obstruir su camino, fríos que le provocaban llorar en silencio y desfogar su dolor en violentos temblores, pero el charro valiente, cubría su cuerpo de un traje tejido por los dioses hecho con elegantes plumas de un chanate.

Cuando por fin llegó a su destino, los lugareños se vieron agradecidos por su arribo, esperaban desde hace tiempo quien hiciera compañía a la estrella solitaria del pueblo.

Pero, el camino había sido más nocivo de lo que parecía. Entonces, bajó de su caballo, su piel se tornó de un tono pálido, sus piernas y brazos débiles no resistieron más, y cayó en agonía.

Cuando estaba a punto de rendirse, una flor de Lily la cubrió con sus pétalos por quince días, le alimentó y cuando sus ojos bebieron el azul del cielo, despertó con el alma sanada.

Se abrió camino entre las labores dejando estupefactos a propios y extraños; aquel jinete fuerte, hábil, valiente y tenaz, no se trataba de un jinete, sino de una amazona.

Había querido pasar desapercibida para evitar darle falsas esperanzas a un loco que le escribía antes de conocerle, por eso, cubría su rostro con un paliacate amarillo y su cabeza con un sombrero rosa, dispuesta a seguir en el anonimato eternamente, antes que ilusionar al demente que la esperaba con desespero.

Nunca dio la cara al mundo, hasta que el mundo se rindió ante ella abriéndole las montañas donde ahora, de pie en la cima, se abriga con un capote dorado mientras el sol brilla en su mirada.

Escrito en: Sorbos de café jinete,, camino, antes, mundo

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