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De Política y Cosas Peores

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ARMANDO CAMORRA

Lo que le sucedió a don Chinguetas en el Club de Golf no es para contarse. Por esa razón lo contaré. Invitado por un amigo fue al baño de vapor, y al terminar la ablución no dio con el lugar donde había dejado su ropa y sus zapatos. Para buscarlo tenía que pasar por donde estaban tres señoras. Se enredó el rostro en una toalla y así, en traje de Adán, pasó corriendo junto a las tres damas. Le vieron ellas todo, y una comentó: "No es mi marido". Dijo la otra: "No. No es tu marido". Declaró la tercera: "No es ningún socio del club". El maestro le preguntó a Pepito: "Si 1 más 1 son 2; 2 más 2 son 4; 4 más 4 son 8, y 8 más 8 son 16, ¿cuántas son 16 más 16?". "No chingue, profe -se enojó el chiquillo-. Usted agarra las facilitas y me deja las más difíciles a mí". Adonisio, hombre guapo y soltero, nunca salía de su departamento por las noches Eso llamaba mucho la atención de sus amigos, todos casados ya. Uno de ellos le sugirió: "Deberías aprovechar tu soltería y salir a divertirte. Nosotros somos casados, y aun así nos vamos de parranda, a jugar póquer o a ver alguna amiguita. ¿Qué haces tú encerrado en tu departamento?". Respondió el muchacho: "Recibo la visita de señoras cuyos maridos andan de parranda, jugando póquer o viendo a alguna amiguita". Doña Panoplia de Altopedo le entregó un billete al mesero del salón de té y le dijo: "Ten, cobra". Con atiplada voz le respondió el camarero: "Gracias, víbora de cascabel". Mercuriano, agente viajero, bebía su copa en silencio. El amigo que lo acompañaba le preguntó: "¿Qué te sucede? ¿Tienes alguna preocupación por algo, además de por lo que pasa en el país?". Respondió, sombrío, Mercuriano: "Creo que mi esposa me engaña". El otro se azoró. "¿Por qué sospechas eso?". Explicó el viajante de comercio: "De lunes a viernes estoy fuera de mi casa. Paso en ella solamente los sábados y los domingos. Anoche le hice el amor a mi mujer, y la cabecera de la cama empezó a pegar en la pared. La vecina de al lado nos gritó: '¡A ver si le paran a ese golpeteo por lo menos los fines de semana!'". Alguien le comentó a Babalucas: "La Ciudad de México está a 2 mil 240 metros de altura sobre el nivel del mar". Exclamó con asombro el tontiloco: "¿Qué no está en el suelo?". Candidito, joven varón sin ciencia de la vida, fue en su automóvil con Susiflor, linda muchacha, al solitario y penumbroso sitio llamado el Ensalivadero, lugar de acogimiento -dicho sea sin intención segunda- de parejitas en trance pasional. Ahí, lleno de timidez, el inexperto mancebo le preguntó a su sabidora compañera: "Susiflor: ¿qué me dirías si te robo un beso?". Respondió sin vacilar la chica: "Te diría lo mismo que a un ladrón que se roba el espejo de un carro pudiendo robarse todo el coche". Don Poseidón, granjero acomodado, repetía una y otra vez, cogitabundo (también dicho sin segunda intención), la misma frase: "Hay cosas que no se pueden explicar. Hay cosas que no se pueden explicar.". Su vecino le preguntó, curioso: "¿Qué cosas no se pueden explicar?". Contestó don Poseidón. "Por ejemplo, lo que me sucedió ayer en el establo. Estaba ordeñando la vaca, y me tiró la cubeta con la pata izquierda. Se la amarré a la pared con una cuerda. Luego me tiró la cubeta con la pata derecha. Se la amarré con otra cuerda a la pared opuesta, de modo que quedó con las patas abiertas. En seguida me tiró la cubeta con la cola. Se la levanté, y como ya no tenía cuerdas se la amarré del techo con mi cinturón. Así estaba, de pie atrás de la vaca, cuando por la falta del cinto se me cayó el pantalón. En eso entró mi esposa. Hay cosas que no se pueden explicar.". FIN.

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