Irás creciendo, Ciudad,
-trampolín de acero a la luna-.
Irás creciendo,
lo quiere el cielo
-espacio lleno de violetas,
planchas de oro,
humo de fábricas o cigarros
o pájaros zigzagueantes
a 300,000 Kms. por segundo,
radio o aviones,
surcos en el cielo,
pensamientos o pedazos de hierro-.
Irás creciendo, Ciudad, esbelta como tú;
nacida de la tierra
y venida a mis labios
como tú;
roja
como yo, estrafalarios y audaz;
apretada de todos los círculos concéntricos,
células y neuronas;
apretada de todos los hombres
que pesan en el cielo,
se hunden en el agua
y naufragan en la tierra.
Irás creciendo,
lo quiero yo,
tú,
el viento,
que trae el ruido de las muchedumbres
hasta el corazón,
lo queremos nosotros
a quienes nos corre por dentro
una angustia de trenes desbocados,
lo quieren los asesinos,
lo quieren las heridas,
los remordimientos,
los cementerios.
Irás creciendo,
lo sé, porque yo, inmóvil, aquí,
lo quiero,
porque soy una parte tuya,
formo parte de tu polvo,
de tu valle,
de la tierra que es tuya y es mía;
soy una prolongación de tus venas, de tus calles,
de tus pesares,
de tus alegrías,
de tus dolores.
Y vas naciendo en mis ojos,
nueva
como las mañanas en las manos rojas.
Necesitamos
que nazcas cada día,
y cada noche,
y cada tarde
para que los muertos
no te amen, ni te comprendan.
Y siento ya,
que tus formas dormidas,
virginales -al beso y al esfuerzo-
han despertado
al golpe rudo
de mis pensamientos,
que son tus pensamientos
Rafael Hernández Piedra
(abogado y escritor del
siglo XX duranguense)