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La ventana ciega

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La ventana ciega

La ventana ciega

MARCO LUKE

Las pupilas de la ventana se están despintando.

El indomable paso del tiempo ha puesto sobre su iris algunos tablones, cegándola tal vez de por vida.

Todavía la cubren sus párpados anaranjados de piel de ladrillo, pero ha sido imposible cubrir del todo las polvaredas acumuladas en donde antes había pestañas.

Dicen que los ojos son las ventanas del alma, y ahora, esta ventana ha dejado encerrada el alma de quienes moraban en esa casa de adobe.

Se escuchan resonar las sonrisas de los momentos de un par de generaciones, pero la calle ya no se acuerda de nadie.

Poco a poco fueron abandonando la casa, su pueblo, su patria, todo, para dejar el espíritu por un futuro que únicamente ilusionó con el regreso efímero.

La ventana quedó ciega, pero no desmemoriada, y sobrevive de los recuerdos de cuando se regocijaba, viendo de reojo, la sombra de los enamorados escondidos bajo el umbral de las puertas con las que comparte su vejez.

Firmes, robustas pero carcomidas, y ridículamente protegidas por un candado perdido entre la oxidación y la indiferencia de los ladrones.

La pared se despelleja sin remedio, dejando jirones del enjarre cada vez que el torrente de las lluvias le arrebata la piel, dejando al descubierto los adobes grises y agujereados, tal parece que ha enfermado de lepra.

Los rastros de la modernidad sólo alcanzaron a tatuar el rastro de una rústica instalación eléctrica, quizá, solamente fue marcada por un alarde de prosperidad que heredó una mufa vacía.

Durante el día, la fachada resplandece pintando de color nacarado sus paredes y perfilándose con los tabiques aun coloreados, despertando la melancolía histórica del pueblo.

Un árbol en medio de las dos puertas ha envejecido junto con ellos, y los transeúntes se preguntan por qué el joven sauz se ha dejado vencer por el tiempo. Lo que no saben, es que sus raíces comparten la tristeza y la soledad de la nada habitando en la oscuridad de la vieja edificación.

Mágicamente, cada noche se camufla. La lámpara de la esquina la oculta con un manto amarillento transparente, dejando entre ver los barrotes cercenados que descansan encima de la cornisa.

La ventana intenta ocultarse, intenta descansar, y guarda en la apolillada madera que hoy obstruye sus pupilas, la esperanza de algún día volver a ver entra por el umbral, quién la vista con cortinas y por fin, presumir al pueblo sus bellos ojos multicolor.

Cortesía

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