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IGNACIO ESPINOZA GODOY

La pandemia del coronavirus que padecemos en el país desde hace más de un año, ciertamente, nos ha dejado enseñanzas de todo tipo y ha sacado lo mejor de nosotros en muchos aspectos. Sin embargo, lo más lamentable es que también ha provocado que los índices de violencia intrafamiliar se hayan disparado de forma alarmante.

Lo anterior, amable lector, se ha podido corroborar al enterarnos, según autoridades federales, de que las llamadas al número de emergencias 911 por ese motivo se incrementaron hasta un 300 por ciento a partir del confinamiento que recomendó la Secretaría de Salud para prevenir que la enfermedad del Covid-19 se propagara con mayor facilidad.

Uno de los casos que más llamó mi atención, de manera reciente, es uno relacionado con una maestra de Inglés que impartía su clase en línea a estudiantes de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM) y la que sufrió un episodio de agresión por parte de su pareja (desconozco si era su cónyuge) que pudieron presenciar los mismos alumnos de la docente.

Por lo que se pudo alcanzar a escuchar, la maestra fue objeto de múltiples insultos y, aparentemente, hasta golpes que parecían no tener fin, a pesar de las súplicas de la mujer, quien le pedía a su agresor que le permitiera, por lo menos, apagar la computadora para que sus estudiantes no continuaran presenciando ese lamentable episodio de violencia.

Aunque ignoro por cuánto tiempo se prolongó dicha escena de agresión, lo cierto es que parecía eterna, ya que se escuchaban las palabras altisonantes del individuo contra la docente, quien se percibía muy preocupada al saber que sus alumnos habían sido testigos (por lo menos, de oídas) de la violenta reacción del sujeto, quien no cedió a las súplicas de su pareja.

Luego de varios segundos que parecían interminables, por fin concluyó la agresión hacia la maestra, quien retomó la transmisión con sus alumnos y los cuales, preocupados por la situación luego del desagradable incidente, le preguntaron cómo se sentía tras la andanada de insultos y golpes que le propinó su pareja sentimental, al tiempo que le ofrecieron su apoyo para que superara ese trance que sufrió minutos antes.

Por la magnitud de la agresión, el caso se difundió a nivel nacional, tanto en noticiarios de televisión como por los medios de comunicación impresos y a través de páginas informativas de internet que dieron cuenta de la forma en que la maestra fue sometida a un grado intenso de violencia.

Lo sorprendente de este caso es que los alumnos de la maestra abusada expresaron su solidaridad hacia la víctima mediante la colocación de cartulinas y mantas que instalaron en la fachada de la escuela donde imparte clases; a través de este gesto, los jóvenes le manifestaron su apoyo a la docente, pero no sólo con el respaldo moral que se ofrece a quien ha sufrido un incidente de esa naturaleza, sino que la ayuda fue más allá al proponerle alojamiento en algunos de los domicilios de sus estudiantes y la facilitación de un equipo de cómputo para que continuara transmitiendo sus lecciones en línea en un lugar más seguro hasta en tanto pudiera regresar a su hogar, ya sin el riesgo de ser objeto de otra agresión de esa magnitud.

Una vez que el referido caso se hizo viral, autoridades de la Fiscalía General del Estado de México informaron que actuarían de oficio para proceder contra el agresor, con el objetivo de prevenir que se registrara una nueva escena de violencia contra la maestra, quien además interpuso la denuncia correspondiente.

Más adelante se supo que el sujeto agresor golpeó a la docente sólo porque esta usó la laptop del individuo sin su consentimiento; sin embargo, pienso que hubo otros motivos para que el violento varón actuara de esa forma.

Y aunque hasta el momento no se ha vuelto a informar qué ha sucedido con el seguimiento del caso, todos deseamos que ese individuo no regrese al domicilio donde golpeó a su pareja, ya que la maestra corre el grave riesgo de ser agredida nuevamente, y existe el temor fundado de que su grado de violencia sea aun mayor luego de haber sido exhibido por su comportamiento hacia la docente con quien vive.

Aún, muchos nos preguntamos cómo una maestra, quien se supone tiene valores y principios morales bien sustentados, ha soportado la convivencia con una persona a la que, se presume, ha agredido de variadas formas y, sobre todo, que no le hubiera puesto un alto a sus actitudes de violencia, pues suponemos que no es la primera vez que ese individuo reacciona de esa manera.

Como responsables de una familia, y también como integrantes de una sociedad solidaria, no podemos permitir que una persona agreda a otra, sin importar que se trate de su pareja, por lo que debemos concientizar a quienes sufren este tipo de violencia para que la denuncie ante las autoridades competentes.

Por ello, debemos ser empáticos hacia quienes han padecido esa clase de agresiones, expresándoles nuestra solidaridad y ofreciéndoles nuestro apoyo en diferentes aspectos.

Nos duele profundamente que alguien agreda a una persona muy cercana con tal magnitud y saña, por lo que debemos permanecer en alerta y no permitir ese tipo de incidentes que, con esta pandemia, se han incrementado, cuando debería ser lo contrario, es decir, aprovechar el confinamiento para estrechar los lazos de cariño, afecto y amor.

Escrito en: Padres e hijos quien, maestra, alumnos, individuo

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