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De Política y Cosas Peores

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ARMANDO CAMORRA

Un voto por Morena es un voto contra México... El cansancio del día, el nerviosismo y la ansiedad se conjuntaron y fueron causa de que el joven Flacidio no pudiera levantar el pendón de su varonía en la noche de sus bodas. Ese trastorno es más común de lo que se supone. Según ciertos sexólogos uno de cada cinco desposados lo experimenta en la ocasión. Tal falla no es para alarmar a nadie: el descanso, la confianza y excitación que derivan de la intimidad y -sobre todo- la comprensión, ternura e intuición mujeril de la esposa son eficaz remedio para superar ese incidente pasajero. Veo, sin embargo, que me estoy yendo por los cerros de Úbeda. Vuelvo a mi narración. Cuando se percató de aquella falla de su maridito la flamante esposa de Falcidio le dijo con inquietud: "Pero en el trabajo sí funcionas bien ¿verdad?". (Le preocupaba más ese ingreso que el otro. Y tenía razón: mayor número de problemas conyugales tienen su origen en la mesa que en la cama)... La señorita Solia, célibe otoñal, fue a una fiesta. La reunión se animó desde el principio, pues en la puerta de la casa se había puesto el anfitrión, y a cada invitado que llegaba, hombre o mujer, le daba tres coscorrones. ¿En qué consistían esos "coscorrones"? Lo diré. El señor tenía ante sí una mesita, y sobre ella una botella de tequila, varios refrescos de cola, copas de las llamadas "caballitos" y una pequeña toalla de mano. Cuando llegaba un invitado el anfitrión llenaba la tercera parte de una copa de tequila, completaba el resto con refresco, cubría el caballito con la toalla y le daba tres golpes en la mesa para que hiciera espuma. Luego le pedía al recién llegado que bebiera el "coscorrón", y repetía lo mismo otras dos veces. Tras haberse tomado los tres coscorrones el invitado -o invitada- ya podía entrar. Las fiestas en aquella casa siempre se animaban, pues desde antes de entrar a la reunión los asistentes ya se habían echado al coleto una copa entera de tequila, con lo cual se les alegraba al punto el alma. Vino et musica laetificant cor. El vino y la música alegran el corazón. No lo digo yo: lo dice la Biblia (Eclesiástico, XL, 20). Lo que sí digo es que el tequila y el mariachi lo alegran aún más. (O lo entristecen, según sea en el momento el talante de cada quien). Pero estoy divagando otra vez. En un rincón estaba un individuo al cual ni siquiera los coscorrones habían animado. Con gesto fosco y duro, como el juglar de Urbina, miraba a los demás sin hablar con nadie. Lo vio la señorita Solia, fue hacia él y se sentó a su lado. "¿Por qué tan solito?" -le preguntó, coqueta. "Así acostumbro estar" -respondió con sequedad el hombre. "¿Y eso?" -se extrañó ella. "Si realmente lo quiere saber -dijo el sujeto-, es que acabo de salir de la cárcel. Estuve ahí 30 años". Inquirió la señorita Solia: "¿Cuál fue su delito?". Contestó, sombrío el individuo: "Asesiné a mi esposa". Al oír aquello la madura célibe se puso feliz. Le dio una amistosa palmadita en el hombro a aquel siniestro tipo y le dijo con una gran sonrisa: "¡Ah! Conque solterito, eh?"... Oscura era la noche y en el cielo brillaban las estrellas. Un ardiente galán y su dulcinea estaban haciendo el amor sobre la arena de la playa en la tradicional y ortodoxa posición llamada "del misionero", vale decir ella de espaldas en el suelo y él sobre ella. En medio del amoroso trance exclamó la muchacha, arrobada: "Qué hermoso cielo, ¿verdad?". Contestó el tipo respirando agitadamente: "De momento no estoy en posición de opinar"... FIN.

Escrito en: tequila,, cada, invitado, estoy

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