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LA BARRA

Las brechas de género en la abogacía

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CLAUDIA E. DE BUEN UNNA

Hablar de brechas de género en pleno siglo XXI significa que la humanidad ha hecho algo muy mal. La estructura social y cultural en la que vivimos ha generado, durante siglos, una importante discriminación hacia la mujer, al encasillarnos en estereotipos o roles de género, que han impedido u obstaculizado que decidamos libremente nuestra vocación y podamos elegir la actividad a la que nos queramos dedicar, anteponiendo el deber social y cultural de ser madres y esposas ejemplares. Tal condición, sin embargo, ha sido aceptada e incluso mantenida tanto por hombres como por mujeres.

Estamos rodeadas de micromachismos, término propuesto por el psicólogo Luis Bonino Méndez que constituye la base y caldo de cultivo de formas de la violencia de género o misoginia: maltrato psicológico, simbólico, emocional, físico, sexual y económico, que se normalizan. Hablamos de hábiles artes de dominio, maniobras y estrategias que, sin ser muy notables, restringen y violentan insidiosa y reiteradamente el poder personal, la autonomía y el equilibrio psíquico de las mujeres, atentando además contra la democratización de las relaciones.

Lo más alarmante es que los micromachismos son invisibles en la sociedad. Las mismas mujeres aceptamos las bromas misóginas y hasta las celebramos. Por otro lado, la hipersexualización de la mujer, que apreciamos en todos los medios de comunicación, las ideas equivocadas en el sentido de que los hombres no lloran, los hombres no reciben flores, los hombres tienen que ser los dominantes, son cargas estereotipadas que afectan nuestro desempeño social, laboral y cultural, limitándonos a jugar el rol que nos fue designado por razón del sexo, tanto a hombre como a mujeres, y circunscribiendo nuestro ámbito personal y laboral de acción, impidiendo, por ejemplo a los varones dedicarse al cuidado de los hijos, considerando que el progenitor idóneo es la madre, lo cual tampoco es necesarimente cierto.

Parecerían un poco tajantes estas conclusiones, sobre todo desde el punto de vista de las propias mujeres que, muchas veces afirman, decidieron libremente dejar la profesión (en sus casos) para dedicarse al cuidado de los hijos, o que han tomado un trabajo de medio tiempo, a veces por debajo de sus capacidades, a fin de continuar activas, pero dedicadas preponderantemente al hogar.

En realidad, las mujeres que nacimos y nos criamos en la segunda mitad del siglo pasado fuimos educadas para ser esposas, madres y buenas amas de casa. La formación académica -normalmente en escuelas femeninas, cuando no de religiosas- se concentraba más en los aspectos culturales que en los científicos, y en cambio recibíamos clases de manualidades y talleres artísticos para tener herramientas para entretenernos y ser "mejores mujeres". El resultado, en muchos casos, fue una preparación deficiente para ingresar a las universidades y un trabajo mucho mayor, para resaltar entre los compañeros.

Algunas, muchas de mi generación, decidimos estudiar una carrera, no todas la ejercemos. Nos dimos cuenta de que nuestra misión en realidad no era la que la sociedad nos tenía reservada: teníamos una vocación que nos llamaba y la escuchamos.

Estudiar la carrera de Derecho, una carrera mayoritariamente masculina, y empezar a trabajar en ella, en los años 70 y 80, fue un enorme reto. Conseguir un trabajo, algo complicado; poco a poco hemos sido más aceptadas las mujeres abogadas. Suelen decir, y lo creo, que somos muy responsables en nuestro trabajo. Crecer en la empresa o en el despacho se convirtió en una tarea sumamente difícil; aspirar a ser socias, prácticamente imposible; varias colegas sucumbieron en el intento, sobre todo en los despachos grandes, y más cuando decidían ser madres. El sistema meritocrático nos hace a un lado.

Adicionalmente, y no es exclusivo de la profesión de abogadas, tenemos menores ingresos que nuestros pares, pero si los mismos requerimientos, además de no contar con programas de apoyo para aquellas con hijos menores. Tampoco había mucho que hacer en los colegios de abogados, en donde pocas mujeres habíamos logrado tener un puesto relevante.

Esta realidad ha ido cambiado con el paso del tiempo, aunque el cambio ha sido lento e insuficiente. La tendencia, sin embargo, es de lograr, en menos tiempo del calculado, una reducción significativa de la brecha de género: mismos ingresos por mismas responsabilidades, acciones afirmativas temporales para acceder a cargos de mayor jerarquía, mismas oportunidades, mismas consideraciones, y flexibilidad en la prestación del trabajo en aquellos casos en que las abogadas tienen a su cargo la crianza de los hijos.

Por otro lado la tendencia, con mucho trabajo de por medio, ha sido la de reducir el acoso laboral y el acoso sexual en el trabajo en contra de las mujeres, para lo cual se les ha empoderado a fin de denunciarlos.

Algunas mujeres hemos tenido la oportunidad de abrir puertas antes cerradas a nosotras, que deben permanecer abiertas para que las demás puedan ingresar a todas las posiciones. No puedo dejar de reconocer que, para ello, ha sido necesario el concurso de voluntades de muchas personas, hombres y mujeres que creen en la verdadera igualdad. Es necesario emprender una nueva época de igualdad sustantiva y de inclusión en el más amplio sentido.

Algunas abogadas valientes han decidido conformar sus propias firmas, con mucho éxito, cabe señalarlo, y luchando en contra de los estereotipos que las colocan, de entrada, en una competencia injusta, pero que han sabido vencer -con inteligencia y gran desempeño- la creencia de que abogacía es exclusiva de los hombres, y hoy las coloca entre los mejores despachos.

Sin embargo, la brecha de género persiste. Las estructuras sistémicas que las generan se replican, se normalizan las prevalencias de los estereotipos que discriminan y generan violencia de género.

Es necesario visibilizar y erradicar las desigualdades estructurales, y la violencia en contra de las mujeres para avanzar; es necesario que las propias mujeres seamos conscientes de nuestra condicion y tengamos la libertad de elegir sobre nuestras vidas y no reproducir los esquemas estereotipados que nos fueron inculcados.

* La autora de esta colaboración es la Presidenta Nacional de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados, AC.

Escrito en: LA BARRA mujeres, trabajo, sido, mucho

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