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A la carta con Nuño

Siglo Gourmet

JOSUÉ NUÑO

Si en mis manos estuviera ponerle un nombre a esta columna en particular, sería el de David contra Goliat. ¿Por qué? Bueno, para esta ocasión visité dos lugares: uno fue el Duomo café, en el Marriot; y el otro, La Ofrenda Concept Store Café. Además, me acompañé por dos buenos amigos: Huichín y Marte. Y sí, así se llama. Los convoqué porque no quería quedarme solamente con mis palabras, a veces otra opinión encamina a la crítica.

¿Alguien fue bueno y malo? Pues debo decirle que sí en su justa dimensión; pero comencemos por Goliat. ¿Usted recuerda las filas que se hacían para entrar al buffet del Marriot? Yo sí. Ahora por la pandemia la afluencia es menor. El lugar y el ambiente, como siempre, es de lo mejor y el servicio de meseros, muy atento; pero otra vez me encontré con un lugar en el que solo puedes ver el menú con el código QR. Ya me iba a quejar con el mesero y decirle “oiga, ¿y si no traigo celular?…”, pero vi que estaba en los manteles. Le parecerá extraño, pero mi intuición estomacal me dijo “ponte alerta, algo raro pasa”.

Primero pedí un plato de menudo. Me traen una porción junto a un platito donde acomodaron monamente la cebolla, el orégano y el chile de árbol. Como cualquier menudo dominguero, ese sabor mineral y único se sentía, pero ¿y la carne? La rebusqué y fue como encontrar diamantes. Además, ordenamos unas minigordas que estaban bastante llenas. Fueron de pella, chicharrón y huevo. No hace falta describir su sabor, no entendía si eran picosas o saladas; pero la de cochinita pibil, ¡uff!, tenía ese sabor dulce y ahumado que debe tener. Fue en este momento que hizo su aparición la salsa de chile morita. Una delicia. ¿Qué traía?, no lo sé; tal vez solo tomate y chile junto con otras especias, pero el picor y el sazón eran geniales. Además, pedí un taco de barbacoa muy rica. Lo último que ordenamos fueron unos chilaquiles morita, un huevo y dos guisos. Los chilaquiles tenían buena consistencia y, con esa salsa y las tortillas bien doradas, tentaban a repetir y repetir. Iban acompañados con pollo, pero cualquiera hubiera agradecido que lo sirvieran guisado y no solo así al natural. De los guisos no hay que darle muchas referencias. Uno fue una costilla en salsa verde que parecía roja. La carne la sobredoraron; las calabacitas, bueno, muy caseras y clásicas. Al final pagamos 590 pesos y, le soy sincero, la experiencia estuvo sobrevalorada.

¿La Ofrenda Concept Store Café fue el David? Sí, y no por ser más pequeños. El lugar, en palabras de Huichín, le da un aire a San Miguel de Allende. Además, está lleno de plantas y sus mesas son extrañas; con decirle que había unas que fueron puertas. Es una casona antigua en el centro, así que ya se imagina cómo estará. Como el apetito de mi acompañante es el de una aspiradora Koblenz, ordené tres omelets porque fue lo que vi más interesante.

Antes de que llegaran los platos, una mesera muy amable nos trae un servicio para recibirnos. Eran tres tortillas de harina tostadas, un encurtido de cebolla morada con jalapeños y limón, acompañados con una salsa de chile de árbol. Sé que no se ve nada espectacular, pero si viera lo sabroso que sabía todo: un pedazo de la tortilla con los encurtidos y unas gotas de salsa, en tu boca se sentía el picor y el sabor cítrico al mismo tiempo. Entre que platicábamos y le entrábamos a la botanita, nos llevaron una carta más para escoger bebidas.

Huichín pidió un té caliente Luz de Luna, y al probarlo lo primero que dijo es que le sabía al Zancas. Si usted no lo conoce, es un restaurante muy famoso en Cuencamé. La combinación de té blanco era muy sutil, pero de repente te llega de golpe el aroma de la vainilla y el sabor picante de la canela. Yo pedí el Quiéreme despacito en su versión fría. Es un té de abango, como el que te daba tu abuelita en diciembre cuando te enfermabas de la tos. Fíjese la combinación de todos los sabores que trae: buganvilia, eucalipto, tejocote y naranja natural, todo endulzado con miel. Con cada sorbo se sentían los pequeños gajos de una rebanada de naranja, mezclados con lo potente del eucalipto y la acidez suave del tejocote. No sé a qué sabe la buganvilia, pero por ahí andaba. Esta bebida es muy refrescante.

Entonces ya llega la comida. Tengo una queja y es más por la presentación. Todos los omelets los sirven con frijoles negros y aguacate, pero no logras distinguir cuál es cuál. Los tres platos los imaginé como tres hermanitos a los que visten igual. Cada uno tiene su personalidad; sería interesante que se notara, pero es un detalle menor.

¿Qué fue lo que ordenamos? Algo ya clásico y que aquí llaman el Luchador. Es un omelet que envuelve una cantidad generosa de chicharrón prensado guisado con un chile que no supe si era colorado o de árbol. Algo que se agradece es que el prensado no tenía ese sabor de grasa fermentada que a veces es muy potente. El conjunto se disfruta, pero si lo comparo con los otros dos, pues este hermanito es muy convencional. El otro omelet fue uno que llaman Jade. Aquí lo rellenan con rajas de chile poblano, queso, crema y elote de ese bien amarillo. Darle sabor a unas rajas no es sencillo y en ese plato se sentía la firmeza y suavidad de ellas, además de su sabor ahumado y contrastado con la acidez de la crema y el queso… Ya lo dulce del elote era algo inesperado. Pero el tercer omelet me dejó cuadrada la boca y triangular la lengua. Se llama Frida y Diego. Imagine un omelet relleno de un guiso de flores de jamaica dulces. Se volaron la barda, se siente ese sabor inesperado de golosina y no es ácida la flor. Además, los frijoles que acompañan a los platos y la cucharada de jocoque que le ponen hacen a estos platos especiales.

¿Cuál fue la moraleja de esta aventura? Sería interesante que revisaran la manera con que preparan las cosas en el Marriot. Tiene corazón, pero no lo sacan a relucir. En La Ofrenda les sobra; van por buenos pasos. IG: pepepepon2.

Escrito en: A la carta con Nuño sabor, chile, Además,, tres

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