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Trabajo infantil, ¿un problema sin solución?

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Trabajo infantil, ¿un problema sin solución?

Trabajo infantil, ¿un problema sin solución?

IGNACIO ESPINOZA

Cuando escuchamos hablar de trabajo infantil, una de las escenas que se nos viene a la mente, quizá, es en la que observamos, por ejemplo, a pequeños y pequeñas vendiendo flores, dulces y toda clase de artículos en la vía pública, menores de edad a los que tal vez se les condenó a abandonar sus estudios debido, entre otras razones, a la pobreza en que viven en sus hogares, de ahí que se les obliga a laborar en cualquier actividad que les deje algo de dinero para solventar las necesidades básicas de sus familias.

Esta es una realidad por la que atraviesan, seguramente, decenas de miles de infantes (tal vez, hasta cientos de miles) en nuestro país, un fenómeno que nos lastima cuando percibimos las condiciones deplorables en que visten y calzan esos y esas menores de edad que deambulan por las calles, con un semblante de tristeza que no pueden ocultar, ya que no resulta fácil salir todos los días a la vía pública a vender mercancía diversa cuando podrían y deberían estar en la escuela absorbiendo conocimientos para aspirar a un mejor nivel de vida al que difícilmente tendrán acceso mientras no se generen las condiciones adecuadas para que eso suceda.

Además, a esos pequeños y pequeñas se les priva del derecho a una vida en la que puedan divertirse y jugar con otros niños y niñas, ya sea en el mismo barrio, colonia o comunidad rural, pero sin la preocupación de tener que levantarse temprano para salir a las calles a ganarse unos pesos que sirvan para completar el gasto familiar y, de manera lamentable, en algunos casos (o quizá muchos), para mantener las adicciones a las drogas de sus padres o tutores, quienes en ocasiones los explotan sin que nadie intervenga para que esos abusos se detengan e incluso se castiguen.

A veces se trata de un círculo vicioso, pues esos progenitores que someten a sus vástagos a actividades con jornadas laborales de todo un día, en su momento, ellos mismos fueron víctimas de sus propios padres, quienes también les obligaron a trabajar en las calles, exponiéndolos a toda clase de riesgos, desde un accidente vial, hasta otros incidentes que podrían involucrar hechos graves como el extravío o desaparición, con lo que su situación se complica ante el peligro, incluso, de que esos niños y niñas puedan ser presa de algún depravado sexual que podría abusar de ellos y ellas en circunstancias realmente complicadas y dolorosas.

Sin embargo, y a pesar de que las autoridades de los tres órdenes de Gobierno han implementado diferentes programas para tratar de, por lo menos, mitigar ese problema, la realidad es que de poco o nada han servido esas acciones, pues más tardan en sacar a esos menores de edad de las calles que sus padres o tutores en regresarlos a la vía pública, con lo que esos esfuerzos institucionales se diluyen ante la magnitud de un fenómeno que se ha arraigado desde hace siglos en nuestra sociedad, tal vez porque no se la combatido desde su raíz, desde sus orígenes.

De manera lamentable, este tipo de conflictos no han sido abordados de forma adecuada por parte de organismos como el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), lo que se puede comprobar cuando a la vuelta de algunos días, semanas o meses se puede corroborar que esos pequeños y pequeñas ya están de nuevo en las calles ante la falta de un programa realmente efectivo que atienda todas las necesidades integrales de las familias donde viven esos menores de edad y a quienes no se les resuelven sus carencias.

Y así se perpetúa ese círculo vicioso que envuelve y arrastra a esos y esas infantes, a quienes se les niega la oportunidad y el derecho que deben tener a vivir en un ambiente donde puedan desarrollar todas sus aptitudes y capacidades para aspirar a convivir en un mejor lugar distinto a ese hogar donde sólo se les explota para que aporten recursos económicos que no siempre son empleados para su alimentación, vestido y otras necesidades elementales, toda vez que en ocasiones se desvían para otros propósitos muy alejados de lo que debería ser, para su sano desarrollo.

Generalmente, esos menores de edad viven en hogares en los que sus padres también sufrieron toda clase de carencias durante su infancia, así que, de manera inconsciente, repiten ese modelo que aprendieron en su momento de sus propios progenitores, quienes les enseñaron que debían trabajar para contribuir al gasto familiar, sin importar que con ello no acudieran a la escuela, ya que la prioridad número uno es aportar unos pesos para la economía familiar, en el mejor de los casos, y en un escenario grave, hasta para mantener las adicciones de sus progenitores o tutores.

Por supuesto que a todos nos lastima ver, con la frecuencia que no quisiéramos, a esos niños y niñas que caminan todo el día en espera de vender y terminar la mercancía que les encomiendan sus padres o tutores, con la esperanza y el deseo de que algún día su situación mejore. Sin embargo mientras las autoridades no estructuren un programa adecuado, que vaya al fondo de la problemática, seguiremos observando a esos infantes deambulando por la vía pública, tal vez con la ilusión latente de algún día tener la oportunidad de acceder a un mejor nivel de vida.

Escrito en: Padres e hijos esos, edad, menores, quienes

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