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Violencia intrafamiliar, fenómeno cotidiano

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Violencia intrafamiliar, fenómeno cotidiano

Violencia intrafamiliar, fenómeno cotidiano

IGNACIO ESPINOSA

Aunque mucho se ha especulado y afirmado que la violencia intrafamiliar se ha agravado a raíz de la pandemia de Covid-19, lo cierto es que, desde un punto de vista muy personal, se trata de un fenómeno social que se ha arraigado en la población mexicana desde hace varias décadas, pues para nadie es desconocido que un factor que incide fundamentalmente en dicha problemática es el machismo, de ahí que la violencia que se genera dentro del hogar continúa siendo un mal de nuestros tiempos, independientemente de la contingencia sanitaria que nos aqueja desde hace prácticamente un año y medio.

Lo anterior lo hemos podido constatar muchos padres de familia, ya sea de manera indirecta (cuando conocemos casos a través de los medios de comunicación) o directa, cuando desgraciadamente somos testigos de episodios que padecen las familias cercanas a nuestro entorno, y no con ello quiero decir que se trata forzosamente de parientes, sino, incluso, de vecinos que viven en nuestros alrededores, en la misma cuadra o en otra de nuestro sector habitacional, quienes en ocasiones llevan meses o años en un ambiente de inestabilidad que se traduce en continua violencia doméstica que, generalmente, afecta de forma directa a la mujer e indirectamente a los hijos.

A propósito le comento, estimado(a) lector(a), que hace unos días fui testigo directo de los efectos que produce la violencia intrafamiliar ya que, un poco antes de ingresar a mi domicilio, me abordó una vecina que me pidió que llamara al número de emergencias 911, en virtud de que, según me aseguró, acababa de ser víctima de lesiones por parte de su pareja, lo cual se reflejaba en una cantidad importante de sangre que salía de su boca, por lo que, sin pensarlo dos veces, marqué inmediatamente al mencionado servicio para que se atendiera el caso lo más pronto posible, ante la evidente urgencia del caso.

Luego de que le expliqué con detalles a la operadora del 911 en qué consistía la emergencia, me indicó que acudiría una patrulla de la Dirección Municipal de Seguridad Pública para atender el referido caso de agresión. Sin embargo, tuvieron que transcurrir casi 15 minutos para que llegaran dos agentes de la citada corporación (una mujer y un hombre) en auxilio de la fémina que había sido golpeada por su pareja y quien, supongo, salió huyendo de su hogar antes de permitir su aprehensión.

Tuvieron que transcurrir alrededor de 20 minutos para que salieran los dos agentes de la vivienda de la mujer agredida, la cual abordó la patrulla, en la que fue trasladada ante el agente del Ministerio Público para que interpusiera la denuncia correspondiente por lesiones, pues de otra manera el responsable del incidente quedaría sin castigo y la violencia podría continuar contra la fémina, como una señal de represalias por haber solicitado la presencia de las autoridades policiacas para ser detenido.

Lo más importante es que la agredida tuvo el valor de interponer la denuncia, ya que en ocasiones es de tal magnitud el temor que las víctimas no se atreven a actuar judicialmente contra sus victimarios, pues de antemano saben que estos, luego de salir de la cárcel, muy probablemente las volverán a golpear, y en esta ocasión quizá con más saña, así que no siempre se animan a comparecer ante el agente del Ministerio Público para que todo el aparato judicial se eche a andar contra quienes violentan con frecuencia a sus parejas e incluso a los mismos hijos e hijas que presencian los constantes episodios de agresiones verbales y físicas que en ocasiones aumentan gradualmente hasta concluir, en algunos casos trágicos, con la muerte, generalmente, de la mujer golpeada.

De manera lamentable, de acuerdo con las estadísticas de la llamada cifra "negra", más del 90 por ciento de esos casos de violencia intrafamiliar pasan inadvertidos para la autoridad judicial, por lo que se convierten en incidentes en los que los responsables no son castigados por la ley, debido a que las víctimas experimentan un profundo temor a denunciar, no sólo por las posibles represalias, sino porque muchas veces el agresor es el principal proveedor económico de la familia, lo que significaría que la mujer y sus hijos e hijas se quedarían sin el sustento financiero para solventar las diferentes necesidades básicas que diariamente se tienen que satisfacer dentro y fuera del hogar.

¿Qué hacer ante un panorama de esta naturaleza? Muchas de esas mujeres agredidas no tienen más opción que soportar la constante violencia intrafamiliar, con el argumento de que así se sacrifican por sus hijos y así no los desamparan, aunque esta decisión es muy cuestionable, pero, ante la ausencia de apoyo de algún familiar, a pesar de todo, determinan no ejercer acción penal contra sus parejas.

No obstante, si se desea que este lastre de violencia intrafamiliar vaya desapareciendo de la sociedad mexicana, es necesario sensibilizar a las víctimas para que rompan el silencio y asuman el valor que se requiere para denunciar a sus victimarios.

De otra forma, este fenómeno de agresiones constantes se continuará reproduciendo sin que alguien le ponga un freno a estas actitudes que lesionan de forma muy profunda a la familia.

En nuestras manos, como padres de familia, está la responsabilidad para contribuir a que nuestros hijos no perpetúen ese patrón de violencia que atenta contra la estabilidad emocional y la armonía, inculcándoles un modelo de amor, respeto y tolerancia entre todos los integrantes del hogar.

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