Mirador
No hay frío que no se quite con un traguito de mezcal. Es como si al alma entrara un sol y al cuerpo una tibieza de mujer.
La sobremesa en la cocina del Potrero es cálida, y la leña en el fogón chisporrotea lo mismo que la conversación.
Don Abundio relata que doña Rosa, su mujer, hizo una manda, o sea una promesa, a San Francisco. En la peregrinación al Real hubo de alejarse de la procesión para satisfacer cierta necesidad menor. Cuando regresó todos se reían de ella. Y es que con el calzón se había cogido la bastilla de la enagua, y traía al descubierto la parte posterior.
Por fin alguien le dijo lo que sucedía. Doña Rosa, hecha una furia, le reclamó a su marido, que caminaba atrás de ella:
-¿Por qué no me lo dijiste?
Respondió él:
-Pensé que en eso consistía la manda.
Todos reímos, y doña Rosa se molesta. Dice:
-Viejo hablador.
Don Abundio figura con índice y pulgar el signo de la cruz, se lo lleva a los labios y jura:
-Por ésta.
¡Hasta mañana!...