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SORBOS DE CAFÉ

En otra vida

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MARCO LUKE

Como era de esperarse, el tráfico en esas fechas, tradicionalmente catastrófico, daba poca oportunidad para la tolerancia y los cajones de estacionamiento.

Yo había tomado mi tiempo y salí de casa una hora antes de la cita. Esa estrategia me valió mantener mi sonrisa y la felicidad por volverte a ver después de tanto tiempo.

Conducir pacientemente, cantando una canción entre las ignoradas luces del semáforo y el caos navideño confirmaban que la felicidad es una decisión personal.

El mundo podría estar en llamas, pero mientras la conciencia esté tranquila, el corazón en paz y tu imagen en mi mente, mi hogar estaría a salvo.

Encontré un lugar después de varias vueltas y un tanto alejado del punto de encuentro. Qué más daba estar separado de tí ocho cuadras si lo había estado por diez años.

Caminé y traje conmigo la última canción reproducida en el autoestero minutos atrás.

Me acercaba al lugar acordado, y noté que mientras lo hacía, mi corazón latía más fuerte, sin dejar de mencionar el sudor frío en mis manos.

Sentado en una banca mirando hacía la puerta de donde saldrías la mujer que, sin dudarlo, le pertenecía una parte de mi alma desde la primera vez que la vi.

Sólo unos cuantos besos, sin sexo, un par de abrazos y unas cuantas conversaciones para el olvido, había sido suficiente para quedarse dentro de mi corazón por siempre.

Si con tan poco entregado fue capaz de despertar y mantener, a pesar de su ausencia el deseo y el cariño hacia ella, era cuestión de un "si" para convertirse en el amor de mi vida, y yo, en lo que siempre he sido: su eterno enamorado.

El viento comenzó a molestar y a helar aún más mi nerviosismo. Se me hacían eternos los pocos minutos que quedaban para verte salir.

Pero como siempre sucede, llegaste de un lugar inesperado, así como aquella vez que te conocí.

Caminaste desde un estacionamiento cercano, el aire ondeaba tu suéter largo armonizado con tu cabello negro.

La mirada resguardada tras de unos anteojos oscuros mezclaban tu ternura con una sensualidad que nunca terminé de conocer.

Tu piel morena clara me seguía pareciendo sedosa, pero de donde no pude salir fue de tu boca pequeña.

No recordé los pocos besos que nos dimos, sino la sentencia de saberme preso en tus labios desde la primera vez que los sentí.

Te dirigiste hacía el inmueble, y haciéndome una señal de espera, entraste para salir un poco después ya liberada de las labores del día.

El saludo fue como si nos hubiéramos visto apenas un par de semanas atrás, con la familiaridad de dos personas que despiertan juntas.

Ambos nos tomamos de la mano con naturalidad, con la espontaneidad de quienes desean dejar atrás lo vivido, lo perdido y cualquier intento de reproche, para continuar donde nos quedamos.

Mientras caminábamos sin rumbo, decidimos ir a comer a donde fuera, lo importante era el momento, era tu compañía. Lo demás sobraba.

Fueron las tres horas más rápidas de mi vida.

Hubiera deseado que fueran eternas, pero nuestros respectivos compromisos rompieron el encanto.

Salimos del lugar tomados de la mano atravesando el corredor viendo pasar a la gente apurada pero nuestros pasos no llevaban prisa.

Creo que nuestro camino, nunca la ha llevado.

Una vez en tu auto, el instinto nos hizo besarnos.

Habían pasado años sin vernos, pero nada de lo que nos unía desapareció a pesar del tiempo.

Tus besos sabían a lo mismo de siempre: a imposibilidad y azúcar.

Cuando te vi desaparecer al fondo de la calle sentí el mismo miedo de la última vez que te ví.

Las palabras fueron las mismas -Nos vemos mañana ¿de acuerdo?- Yo contesté con un cortés "por supuesto".

Ese mañana duró diez años, y esta, probablemente durará lo mismo.

No te he vuelto a ver desde entonces, y la única explicación que puedo encontrar es que, nos pertenecemos, pero en otra vida.

Escrito en: Sorbos de café lugar, después, corazón, dejar

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