Editoriales

De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

En la puerta del burdel del pueblo, el único que había en el lugar, apareció un letrero: "Cerrado por coronavirus. Sírvase usted mismo". Pinza en mano, el odontólogo le pidió a su joven y bella paciente: "Abra lo más que pueda". "Imposible, doctor -se disculpó ella-. Los brazos del sillón me lo estorban". Mohíno y apesadumbrado don Wormilio le contó a su esposa doña Anfisbena: "Me dijeron que soy muy feo". "No te mortifiques -lo consoló ella-. A mí me han dicho cosas peores". Don Wormilio se interesó. "¿Qué te han dicho?". Replicó doña Anfisbena: "Que también eres muy pendejo". Caperucita Roja tuvo un encuentro en el bosque. Cuando por fin llegó a la casa de su abuelita la anciana la saludó alegremente: "¡Hola, linda Caperucita!". "Nada de linda Caperucita -rechazó ella muy digna-. Ahora soy la señora de Feroz". (Curiosidad sicalíptica: en los bajos fondos de la Ciudad de México algunos llamaban al condón "Caperucita En-carnada"). Ayer amanecimos en mi ciudad a cero grados. "O sea, no hubo temperatura", acotó en ocasión semejante un cierto locutor de radio. Los fríos de Saltillo son más fríos que los de otras urbes del planeta. En los días de frío aquí hasta el frío tiene frío. Vivencia al calce. No se piense que la estupidez oficial es cosa nueva. En tiempos de mi infancia las autoridades escolares nos hacían marchar en camiseta y pantaloncillo corto en el desfile deportivo del 20 de noviembre con un frío que congelaba. Desde el balcón central del Palacio de Gobierno el gobernador, el alcalde y el comandante de la zona militar nos veían pasar tiritando, enfundados ellos en sus gruesos abrigos y con bufanda y guantes. De seguro tal desfile debe haber aportado a la corte celestial algunos angelitos que desde el Cielo les mentaron la mamá a los directivos de educación y a los altos funcionarios. No sé si la tendrían. Cuando en Saltillo hacía frío los casquetes polares enviaban a mi ciudad sendas comisiones a fin de preguntar cómo se le hacía aquí para hacer frío. En un día tan gélido como el de hoy San Martín Caballero dividió su manto en dos con la espada, y le dio la mitad a un mendigo. ¿Por qué solamente la mitad? Porque el soldado romano pagaba la mitad de su uniforme. La otra mitad pertenecía a Roma, y Martín no podía dar lo que no era suyo. En tiendas y restoranes la estampa del caballero parece decirle al cliente en vez del propietario: "Perdona, hermano, pero no puedo darte más de lo que te puedo dar". Las chicas bajo asedio de galán demandante deberían llevar consigo un escapulario del santo jinete para decirle eso mismo. Pero advierto que el frío ha hecho que me desvíe del tema principal: el frío. Alguna vez narré el veraz sucedido de la viejecita que vivía en su cabaña en un bosque del Canadá a pocos pasos de la frontera con Estados Unidos. Cierto día unos topógrafos le informaron  que habían hecho una revisión de la raya fronteriza, y resultó que su cabaña quedaba ahora del lado americano. "¡Qué buena noticia! -se alegró la anciana-. ¡Ya estaba harta de esos malditos fríos canadienses!". Preguntarán mis cuatro lectores por qué he dedicado hoy mi espacio a hablar del clima. (Nota de la redacción: nadie hasta ahora  ha hecho la pregunta). ¡Hablé del clima para no hablar de política, siquiera por ser hoy fin de semana! Descansemos un poco de la 4T, aunque ella no nos dé a nosotros punto de reposo. Así cobraremos fuerzas para aguantar otra vez la mañanera el lunes próximo. Susiflor le comentó muy orgullosa a Dulcibel, su compañera de cuarto: "Mi nuevo novio tiene un gran árbol genealógico". Preguntó Dulcibel intrigada: "¿También así se llama?". FIN.

Escrito en: De Política y Cosas Peores frío, hecho, frío., mitad

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas