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SORBOS DE CAFÉ

Tus huellas

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Tus huellas

Tus huellas

MARCO LUKE

Ahí estaba la señal y no la quise ver.

Inerte, casi carbonizado, aunque con algunos destellos plateados de las escamas donde el sol no le había alcanzado.

La mirada de su ojo inmóvil parecía verme fijamente. Una ola arrancó bruscamente el calor de mis tobillos provocando un escalofrío en todo el cuerpo.

El sol sobre el mar de Cortés no es suficiente para tibiar el agua durante la semana santa.

Inmóvil también yo comenzaba a hundirme en la arena, entre la espuma y el presentimiento del peligro que se avecinaba.

No podía, o tal vez, no quería moverme de ahí. Me sentía protegido detrás de la barcaza.

Sostenida firmemente sobre la arena amarrada con una soga delgada, detenía mi brazo encima de ella.

Me hipnotizaron sus colores, su quietud, sus asientos blancos, un tanto corroídos a causa del salitre marino, y me imaginaba a sus tripulantes en un día de pesca.

Los imaginaba con sus sombreros de paja, su piel bronceada, sello permanente de sus muchos días en altamar bajo el sol ardiente.

No había redes, ni piolas, ni cañas; sólo la barca llena de suposiciones.

Las gaviotas sobrevolaban acariciando el agua con sus plumas tatuando el agua con su sombra.

Parpadeaba y claramente podía ver cómo dejaban una estela sobre las olas, como un cometa emplumado. Pero algo estorbaba a la imaginación, algo dentro del bote albino estorbaba.

La mancha del cadáver del pescado justo en medio, contaminaba las imágenes, parecía romper hasta con el sonido relajante del agua entre las rocas.

El ardor en mi espalda se hizo insoportable, obligándome a meterme al mar y sumergirme para buscar refrescarme un poco.

Lentamente me solté de la barca y comencé a hacer un camino sobre la playa.

Caminé encima de algunas piedras y conchas hasta que el suelo quedó limpio. Sentí una calma que no era propia de la quietud oceánica, más bien parecía el sigilo de una fiera a punto de atacar.

Tuve la sensación de haber estado así antes. En esa playa muchas veces había estado, pero nunca de esa manera.

Nunca descubierto, nunca desprotegido, nunca tan vulnerable. Entonces comprendí. No me daba miedo el mar, me daba miedo que no llegaras.

Poco a poco todo se aclaró porque pude escuchar tus huellas.

Si, escucharlas.

Apenas un par de días atrás no era capaz ni siquiera de encontrar el rumbo. Ahora, con solo verte, todo era posible.

Soportar el vendaval mientras te besaba fue algo muy sencillo.

Perder el rumbo mientras navegabas conmigo, no era perderlo, era construir una nueva ruta hacia nuestro destino.

Nunca imaginé conocerte en el preciso momento que necesitaba hacerlo.

Fuiste precisa, tanto que después de tanto pasear por estas playas tuviste que llegar justo cuando podías entrar a mi vida.

Dibujaste tu sonrisa en una puesta de sol eterna.

Grabaste tu voz en la brisa refrescante cayendo en mi piel.

Y me has enseñado la manera de escribir malos recuerdos sobre la arena para poderlos soltar y dejar que el mar se los lleve para siempre.

Por eso, escucho tus huellas... porque has caminado sobre los latidos de mi corazón.

Escrito en: Sorbos de café agua, tanto, parecía, nunca

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