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Semana Santa en Nueva España

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JUAN ANTONIO GARCÍA VILLA

Hoy es jueves de Semana Santa. En el curso de ésta y en un tiempo también a lo largo de toda la cuaresma que la antecede, cada generación de mexicanos las ha vivido -Semana Santa y cuaresma- de acuerdo a los modos y costumbres propios de cada época, desde la llegada de los españoles a estas tierras hace cinco siglos, hasta nuestros días.

Así, hace apenas cinco-seis décadas, la Semana Santa se vivía entre nosotros de manera muy distinta como hoy transcurre. Los templos se veían repletos, los espectáculos de entretenimiento dejaban de funcionar, las estaciones radiofónicas sólo transmitían música sacra, las salas cinematográficas que esos días no cerraban únicamente exhibían películas sobre la pasión de Cristo y otras de género similar.

Por lo anterior resulta de interés conocer cómo se vivía la Semana Santa en la época colonial, apenas unos años después de la conquista, según el ameno relato de don Luis González Obregón, cronista del México antiguo. Dice así:

"La ciudad de México, cabecera del Reino de la Nueva España, en el siglo XVI presentaba un aspecto muy diferente al de ahora durante el tiempo de la Cuaresma y de la Semana Mayor. Los vecinos, ricos y pobres, nobles y plebeyos, cumplían puntual y devotamente con todos y cada uno de los preceptos y mandatos de la Santa Madre Iglesia, asistiendo a los templos y ayunando desde el Miércoles de Ceniza hasta el Sábado Santo, comiendo de vigilia los lunes y viernes de cada semana, y absteniéndose de tomar en estos días no sólo carne, sino toda clase de lacticinios, excepto las personas que compraban las llamadas 'bulas de composición', y los enfermos, que por sus achaques también estaban exceptuados.

"Aquellos vecinos, que por su naturaleza eran de suyo glotones y de estómagos fuertes y envidiables, en este tiempo cuaresmal veíanse con los rostros compungidos por la abstinencia o por el arrepentimiento de sus pecados, por los ayunos y por los azotes y disciplinas que se propinaban… Como entonces no había cantinas -sigue narrando González Obregón-, los sedientos iban a refrescar sus secos gaznates en las muchas tabernas que había en las calles, y muchos altos personajes, entre ellos oidores y aun el virrey y su esposa, reclúyanse en los conventos para ayunar a pan y agua.

"Desde antes de la Semana Mayor, los sacristanes de los templos, los sacerdotes en los confesonarios y en los púlpitos y los hermanos en las salas de sus cofradías, no descansaban un solo instante en adornar y encender los altares, en oír a los penitentes y predicar a los fieles y en preparar y organizar las distintas procesiones que salían de las iglesias por las calles en cada uno de los días santos, y en algunos hasta por mañana, tarde y noche. Desde las archicofradías de alta alcurnia, como la de los Caballeros de la Parroquia de la Santa Veracruz, fundada por Hernán Cortés, y la del Santísimo Sacramento, establecida por famosos conquistadores, como Bernal Díaz del Castillo, hasta las más humildes hermandades fundadas por los gremios de panaderos, carniceros, zapateros, chapineros, fundidores, talabarteros, sastres, herreros, charamusqueros y otros individuos que ejercían sus artes y sus oficios en esta ciudad, todas ellas se ponían en movimiento, discutiendo en su seno acaloradamente sobre el modo y manera como habían de hacerse las procesiones.

Levantaban tablados en el interior de las iglesias para las representaciones semiprofanas y sagradas de la Pasión, y en las calles para las penas, en que hacían descanso y se predicaban sermones; mandaban confeccionar vestidos para las escultoras y hábitos para los cofrades; construían varas y astas de madera o de metal para izar sendos estandartes bordados de seda y oro con las imágenes de su devoción o de los santos patronos de sus gremios; pasaban ceras, de a libra o de más peso según la categoría y las posibilidades de los que habían de portar las hachas, y, en fin, hacían todos los preparativos necesarios para dar mayor lucimiento y emulación a las festividades de aquéllos días".

Así concluye su relato el autor guanajuatense Luis González Obregón, tan buen historiador de la época novohispana como el paisano coahuilense don Artemio de Valle Arizpe.

Escrito en: editorial Juan Antonio García Villa Editoriales Semana, Santa, cada, tiempo

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