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El niño maltaratado

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El niño maltaratado

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VANESSA BARDÁN PUENTE

Millones de personas han sufrido abusos y maltratos en su infancia y nunca han reflexionado sobre estas experiencias y las consecuencias que tienen en su vida.

El maltrato infantil no solo genera niños infelices y confusos o jóvenes violentos y padres que maltratarán a sus propios hijos, sino una sociedad que funciona de manera irracional perpetuando una manera cruel de estar presente en la vida.

En la lucha contra las enfermedades y trastornos psíquicos solo disponemos de un arma: encontrar emocionalmente la verdad de la historia de nuestra infancia y resignificarla. Pensamos que la verdad no importa y pagamos su pérdida con penosas enfermedades por aferrarnos a la ilusión.

Es cierto que no podemos cambiar o anular el daño que nos hicieron en nuestra infancia, pero nosotros sí podemos cambiar y repararnos de los daños colaterales y recuperar nuestra identidad perdida, todo esto, en la medida que decidamos observar lo almacenado en nuestro cuerpo, por lo ocurrido en el pasado y aproximarlo a nuestra conciencia.

Esta vía es sin duda incómoda, pero es la única que abre la posibilidad de abandonar la cárcel invisible y cruel de la infancia y de esta manera, dejar de ser víctimas inconscientes del pasado, para convertirnos en seres responsables al conocer nuestra historia no resuelta y reprimida y saber vivir con ella, ya que, de lo contrario, si no curas tus heridas sangrarás sobre personas que jamás te hirieron. Los peligros que en su momento fueron reales, ya dejaron de existir hace tiempo, pero mientras estos recuerdos y emociones inconscientes y reprimidas existan, se manifestarán en forma pervertida durante toda la vida.

Los padres cuyas necesidades infantiles no fueron satisfechas en su momento encuentran en su hijo un ser disponible, como un eco al cual pueden controlar, pues el niño es un ser toralmente centrado, con sus ojos puestos en ellos, los niños no abandonan y les dan su atención, obediencia y admiración.

Los padres debido a su propia debilidad e inseguridad, hacen de sus hijos seres disponibles y las verdaderas necesidades del niño pasan a segundo plano, no se comprenden las necesidades de respeto, comprensión y de ser tomado en serio del hijo. Todos preferimos ocultar la verdad y no sentir la desesperación de haber sido un niño maltratado. Una mujer que haya sufrido abusos sexuales en su infancia, que niegue su realidad infantil, quizás ya haya aprendido a no sentir dolor, huirá continuamente de lo ocurrido recurriendo a los hombres, las drogas, el alcohol o a una actividad compulsiva, para no dejar aflorar el aburrimiento ni dar paso al sosiego en el que sentiría la sofocante soledad de la realidad de su infancia, pues teme a ese sentimiento más que a la propia muerte.

Es complicado captar la dimensión exacta del abandono, soledad y abuso al que estuvimos expuestos cuando fuimos niños. Ahora que sabes esto, ¿te reirías de un niño que tiene que confiarle sus penas a una pared porque a su alrededor no hay nadie que lo escuche? Revivir y tomar conciencia de los sentimientos infantiles no mata, sino que libera.

Lo que en cambio sí mata, es el rechazo de los sentimientos. La represión del sufrimiento infantil determina la vida del adulto, los adultos que no tuvieron un clima amoroso en su infancia se hallan necesitados y buscarán toda la vida aquello que sus propios padres no pudieron darles en su debido momento: un ser que los acepte, comprenda y los tome en serio, como una planta pequeña que se vuelve hacia el sol para sobrevivir.

Abrir los ojos a una serie de realidades, nos libera de ilusiones, nos devuelve recuerdos reprimidos y a menudo desaparecen síntomas, solo el duelo por lo perdido conduce a la auténtica cicatrización.

La ira desaparece cuando por fin puede vivirse y considerarse legitimada y atendida, el acceso a las emociones es imprescindible para que la persona pueda organizar su vida. Abrir la puerta a la conciencia hace posible que seamos capaces de ver la realidad del niño y liberar al adulto de su miedo infantil y de sus consecuencias destructivas. A diferencia del niño pequeño, el adulto dispone del razonamiento y de sus experiencias para salir adelante.

Convertirnos en adultos implica asumir nuestra responsabilidad, hacerse cargo de uno mismo y tomar decisiones. Sana antes de tener hijos, para que tus hijos no tengan que sanar por tenerte como padre.

Escrito en: CARIÑOTERAPIA niño, nuestra, padres, infancia

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