Kiosko

SORBOS DE CAFÉ

Cerezas en la fuente

SORBOS DE CAFÉ

Cerezas en la fuente

Cerezas en la fuente

MARCO LUKE

La alarma sonó antes del amanecer.

Su fastidioso sonido daba inicio a otro día monótono.

Aún en la cama, con el cabello sobre la cara, se negaba a abrir sus ojos, pero uno de sus muchos recuerdos de niña la obligó a hacerlo.

Era preferible la rutina asfixiante que despertar a la memoria

Su recámara estaba pintada de morado y adornada con un sinfín de cuadros, flores artificiales, discos de vinilo, muebles rústicos, una alfombra anaranjada, un par de collages hechos con las fotos de los pocos días felices, y un espejo solitario.

Este último se perdía entre la selva creada por Mari, lo conservaba sólo porque aún no encontraba otro método dónde revisar su peinado y su maquillaje antes de irse a trabajar.

Claro, una vez corroborado y aprobado su aspecto, le maldecía.

No estaba enojada con el espejo, sino con su reflejo.

No era nada fea, pero no había ni sabía otra forma de mirarse más que con los ojos del recuerdo de cuando su padre la golpeaba siendo una niña.

Su primer acto de valentía, fue terminar con esos abusos, a solo un par de años antes de terminar la escuela primaria.

Se alejó de su casa paterna para refugiarse en la de sus abuelos, en una ciudad diferente, en una cama que no era la suya, pero donde la tranquilidad le pertenecía.

Lamentablemente la nobleza del corazón siempre crece entre las espinas, y nunca falta lobo vestido de oveja dispuesto a alimentarse de esos latidos.

Ella se enamoró de su sonrisa, era una sonrisa común y corriente, pero su carencia amorosa le colocó a ese rostro masculino un gesto casi divino.

Era cuestión de tiempo para comenzar a sufrir de aquello de lo que había huido.

Tomás, era el nombre del nuevo verdugo.

La sonrisa varonil a cambio de su tranquilidad, unos cuantos moretones a cambio de compañía.

Una vez más, pero ahora con su hija en brazos, tuvo que huir.

Sentía que no existía un lugar seguro para ella, pensaba que, aunque corriera hasta la Patagonia, no podría alejarse de su mala suerte.

Y era verdad, una dolorosa y cruel verdad.

Lloró en silencio.

Se bebía sus lágrimas para fortalecer el espíritu.

Pero ya se habían convertido en una droga. Ella creía necesitar el llanto para poder salir a la calle, sonreír, y demostrarle al mundo que todo estaba bien, que ella era fuerte.

Con un orgullo desmedido presumía ser una mujer de acero.

Lo malo, es que no se percataba de que el metal se oxida con el agua.

Su alma se estaba oxidando por dejarse ahogar en tanto dolor.

Hace años había tomado el miedo como alimento para sobrevivir, pero le estaba indigestando el futuro.

Uno de esos días, escuchó un llanto que no era el de ella, y vio en el piso el brillo de unas lágrimas provenientes de otros ojos.

Era su pequeña quien lloraba.

Ese día, respiró profundo para llenarse los pulmones con valentía.

Enfrentaba a la vida pero ahora con otro miedo diferente, con el terror de heredar el mismo terror a su hija.

Hubo días mejores, o quizás, no tan malos, pero siempre acompañada de una niña que sonreía al verla.

La despertaba el amor hacia ella, pero al mismo tiempo, algo le faltaba.

Recogió de alguna de los basureros de la ciudad, un vacío que olía a podredumbre, y alguien que se decía su amiga, se lo dejó impreso en un portarretrato sin imagen.

Para llenarlo, ella colocó su propia fotografía, pero dejó el espacio que ocuparía el amor de su vida.

Ojalá alguien le diga que el amor de su vida la está esperando detrás de la puerta.

Le deseo que el universo le haga darse cuenta pronto que, si ese hombre aún no ha entrado, es porque no hay espacio suficiente en esa casa para él y los fantasmas de su pasado.

Escrito en: Sorbos de café estaba, amor, antes, otro

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas