Kiosko

La caverna de Platón

LETRAS DURANGUEÑAS

La caverna de Platón

La caverna de Platón

PAULINA HERRERA SOTO

Ana permaneció con la cara oculta detrás del libro, no la habían visto aún, o al menos eso esperaba. Los tres se sentaron a dos mesas de distancia. Por primera vez lamentó que la biblioteca estuviera en silencio. Desde allí los oía a la perfección y aunque no hablaban de ella no pudo evitar recordar. Fue en un día de febrero, a pesar de sus esfuerzos no logró levantarse temprano y llegar a la clase de las ocho. Se sentó en el piso afuera del salón, con el sol calentándola y aguardó a que salieran sus compañeros. Buscó en la mochila su libro de "Orgullo y prejuicio", era la tercera vez que lo leía. En él resaltaban con marcador sus frases favoritas, incluso se las sabía de memoria; pero empezaba a lamentar que sus ideales románticos alentados por la lectura, estuvieran tan lejos de la realidad. Deseaba que un acontecimiento pusiera fin a su aburrimiento y le diera un motivo para entusiasmarse, ansiaba un romance igual que la protagonista de su libro.

Por eso al verlo pasar creyó que la providencia la escuchaba. Era alto, delgado y arrastraba los pies al caminar, llevaba puesta una sudadera negra con gorro que le cubría la cabeza. Le fue imposible ver bien su rostro, no obstante la parte oculta por su cabello la compensó con imaginación, ese largo cabello castaño que se movía con el viento. ¿Quién era él? ¿De dónde era? El chico se dirigió a los salones de enfrente, era un estudiante de Mecatrónica. Sintió que su pecho se hinchaba y se puso la mano cerca del corazón, una inusual emoción la colmaba de alegría. Ahora tenía un motivo para despertarse temprano.

A partir de ese momento procuró andar por los rumbos de él. Tratando de adivinar sus gustos por su vestimenta. Tal vez le atraían los mismos grupos que a ella, Nirvana y Scorpions. Se preguntaba si leía y en caso afirmativo ¿Habría leído "Orgullo y prejuicio"? ¿Qué pensaría del señor Darcy? El espléndido caballero de la historia, ¿podría en algún momento susurrarle una de sus frases al oído? A sus ojos ese muchacho tenía un aire de sofisticación similar al señor Darcy. No conocía ni su nombre, sin embargo no perdía ocasión de hablar de él y de atribuirle cualidades. Debido a su nuevo interés, su amiga más cercana, Karen, le pidió que le mostrara al susodicho. La oportunidad se presentó un día que lo vieron almorzando, en una banca junto a sus amigos. Karen opinó distinto, dijo que era espantoso y que daba la impresión de no bañarse. "Con esa sudadera parece un dementor", comentó su amiga y le mostró en su celular la imagen de un esqueleto, vestido de una túnica negra que lo cubría de la cabeza a los pies. A partir de ese momento lo llamaron, "El dementor", pero en el fondo Ana estaba convencida de que tenía el nombre de alguien importante como Leonardo o Alejandro.

Para Ana los días transcurrían en vano si no miraba al "Dementor", se volvía apática y se entristecía fácilmente. A veces le asaltaba el pensamiento de hablarle, podría llegar de una forma casual y saludarlo. Aunque eso no sucedió, se quedaba a metros de él, demasiado temerosa y con la justificación de que se conformaba con observarlo. Karen estaba fastidiada con sus cambios de humor, para su propia tranquilidad en cuanto lo veía, le avisaba. Al principio de forma discreta, después no le importó casi gritarlo si Ana no volteaba a tiempo. Esto no pasó desapercibido para "El Dementor" y sus amigos. Al igual que ellas empezaron a secretearse y de vez en cuando soltaban una carcajada. "Estoy segura de que no le gusto", dijo Ana con tristeza. "Eso, o a lo mejor el tipo es un hígado", fue la contestación de su amiga. "O es por mi cabello, porque no es chino y bonito como el tuyo", insistió. "Eso que importa, además ni siquiera lo conoces, en cualquier rato te deja de gustar".

El que le dejara de gustar comenzó a ser una preocupación para Ana. Karen tenía razón, conforme pasaba el tiempo su euforia por "El Dementor" disminuía. Ya no se le hacía tan guapo, ni interesante. En cierto momento pasó a su lado y lo escuchó tarareando una canción de banda, lo que acabó con su teoría de que le gustaba el rock. Se angustiaba entre más lo reflexionaba, si no hacía algo volvería a sus aburridas rutinas escolares. "El Dementor" y sus libros le servían de inspiración. Escribió cartas de amor, casi en su totalidad plagiadas de sus autores favoritos, no hallaba algo que la conectara al "Dementor". Quizás le daba muchas vueltas al asunto, el amor es de arrojo, es caos, es lo que al tímido vuelve valiente. Con esta resolución escogió la mejor de sus cartas y tomó una decisión, todo saldría bien.

Lo siguió al término de las clases, él se fue por un camino distinto al de sus amigos. Abordó un camión blanco y a pesar de no saber a dónde se dirigía, Ana le hizo la parada y se subió también. Los asientos estaban vacíos, excepto el que ocupaba "El Dementor". Por lo mismo le extrañó, que ella le pidiera permiso de ocupar el asiento de al lado. Él movió las piernas para dejarla pasar y se volteó al extremo opuesto. La chica temblaba, sacó la carta de la mochila, sin querer la estrujó y la manchó con el sudor de sus dedos. ¿Qué pensaría de ella? Tal vez debería replantearse su estrategia y hacerse su amiga primero ¿y si el tipo resultaba ser un hígado? Mejor debería evitarse la humillación, aún estaba a tiempo, ¿pero no iba eso en contra de todos sus ideales amorosos? En eso, él se levantó, no se atrevió a mirarla y ella aún con sus ideologías, no fue capaz de hablarle. En cuanto el chico se bajó se recriminó a sí misma y luego sintió alivio, no estaba preparada para un rechazo, es lo único que le quedaba claro. Sólo que su calma duro poco, al darse cuenta que no tenía idea de donde estaba, ni cómo irse a su casa.

En la semana siguiente descubrió que su dignidad no estaba intacta, "El Dementor" y sus amigos la miraban fijamente y murmuraban. Haberse perdido una hora y tomar dos camiones para regresar fue lo de menos. Su conducta la delató, era la burla de ellos. Todos se enterarían de lo que hizo y pasaría a ser la acosadora número uno de la escuela. Lo peor es que él ya no le gustaba y nadie se lo creería. Suplicaba al cielo por una solución, a cambio prometía no volver a leer ninguna de las novelas de Jane Austen, es más se dedicaría por completo a sus estudios. Con esa nueva perspectiva pasó horas en la biblioteca. Sus nuevas lecturas se conformaban por pesados libros académicos, y si distinguía al "Dementor" entre los otros estudiantes rápido escapaba.

En una de esas tardes en la biblioteca lo vio entrar junto a sus amigos. Rápido sujetó su libro de Mecánica de suelos, a la altura de su rostro. Después de unos minutos de plática oyó algo que la hizo querer esfumarse. "Vamos Alan, cuéntanos otra vez lo del camión", dijo uno de los chicos. "El Dementor" hizo un gesto de enfado. "Para mí que si está enamorada de ti, lánzate de una vez", continuó el amigo. "Te digo que no me interesa, además ni siquiera creo que le guste". "Que menso eres y por qué grita siempre que te ve, es tu oportunidad, no dijiste que te gustan las de pelo chino". "Aparte mandó a la amiguilla a seguirte al camión, nomás que a la güey le dio vergüenza y no te preguntó nada", agregó el otro muchacho. Estaban tan absortos en su conversación que no vieron a Ana salir de la biblioteca. Respiró profundamente, se había salvado, "El Dementor" no sabía la verdad y por si fuera poco parecía estar enamorado de Karen. Se rio al imaginar la cara de su amiga cuando se lo contara. Con lo feo que se le hacía, ahora que lo pensaba era mejor que cualquier historia que hubiera leído.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Dementor", tenía, estaba, amiga

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Kiosko

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas