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De Política y Cosas Peores

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ARMANDO CAMORRA

ARMANDO CAMORRA

Terminó el trance de erotismo en el Motel Kamawa y la chica se echó a llorar desconsoladamente. "¡No supe lo que hacía!" -gimió contrita y tribulada. "Pienso que sí lo sabías -acotó el galán-. Lo hiciste bastante bien". La esposa de Astatrasio le dijo: "Anoche venías borracho". Preguntó el temulento: "¿Cómo lo sabes?". Explicó ella: "Besaste al reloj de pedestal y a mí me querías dar cuerda en una bubis". Jamás olvidaré a Horacio Flores Méndez, Lacho. Era locutor de radio en mi ciudad. Bajito de estatura, delgadito, se agigantaba ante un micrófono por su sonora voz, tanto que parecía que iba a romper con la cabeza el techo, como en el cuento de la planta de frijol que llegó al cielo. Yo era muchachillo de 10 años, deslumbrado por la magia de la radio, y Lacho me permitía acompañarlo en la cabina mientras trabajaba, y me regalaba las agujas con que se tocaban los discos de 78 revoluciones por minuto. Un día llegó a Saltillo el presidente Miguel Alemán. Tenía un gran carisma -todos los veracruzanos tienen un gran carisma- y yo seguí a paso veloz el convertible azul en que hizo el recorrido desde la entrada a la ciudad hasta el hotel en que lo alojarían. Había en las calles arcos triunfales: el del Ayuntamiento, cubierto con hermosos sarapes de Saltillo; el de don Guibert Verástegui, talentoso industrial, con un gran chorro de agua impulsado por una bomba hidráulica de su invención; el de La Forestal F.C.L., hecho con ixtle traído por los campesinos del desierto. Terminado el desfile me vi lejos de mi casa, cansado y sin los 5 centavos que costaba el pasaje en el autobús. Pensé en el largo y fatigoso trayecto que me esperaba. En eso pasó Lacho en el camión que llevaba a los reporteros de la prensa y radio. "¡Lacho! -le grité-. ¡Dame un cinco!". Echó mano al bolsillo y me arrojó una moneda. La recogí. Eran 20 centavos. ¡Un tesoro! Tuve para el autobús y para ir al cine aquella tarde. Me viene a la memoria ese recuerdo porque en aquellos tiempos los gobernadores anhelaban con ansiedad que el Presidente de la República visitara su estado. Eso no sólo era una distinción para ellos: era también una magnífica oportunidad para pedir al Señor Presidente apoyos económicos a fin de hacer obras de beneficio comunitario. El "Primer Magistrado" invariablemente concedía esas ayudas. Ahora, me temo, los gobernadores que no son de Morena temen la visita del Presidente en vez de desearla. Sucede que la presencia de López Obrador los expone a rechiflas y abucheos y, peor todavía, a una de sus repentinas ocurrencias, que anula lo hecho por el gobernador y pone patas pa' arriba las cosas en la entidad, como sucedió recientemente en Durango. Antes cuando una visita se prolongaba demasiado la señora de la casa ponía disimuladamente la escoba atrás de la puerta, pues se pensaba que eso hacía que la tediosa visita se acortara. De seguro más de un gobernador pone ahora la escoba para pedir que AMLO no vaya a su estado. Y es que de las visitas del Presidente no derivan subsidios: derivan sólo susidios. (Claro, excepción hecha de Tabasco). En el campo nudista le dijo él a ella: "Mírame a los ojos, Edalvina. Así sabrás que lo que siento por ti es verdadero amor". "Mejor te miraré otra parte -replicó la muchacha-. Así sabré si lo que sientes por mí no es sólo deseo". La señora de la casa reprendió severamente a la criadita soltera, pues salió con la novedad de que estaba embarazada. La muchacha se defendió: "¿A poco usted no tuvo hijos?". "Sí los tuve-replicó la señora-. Pero todos son de mi marido". Remachó la criadita: "Éste también". FIN.

Escrito en: De Política y Cosas Peores Presidente, gran, visita, gobernadores

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