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Mal ejemplo en la alimentación

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PADRES E HIJOS

A menudo nos encontramos con noticias en el sentido de que los mexicanos ocupamos los primeros lugares, a nivel mundial, en sobrepeso y obesidad; sin embargo, a pesar de las múltiples recomendaciones que recibimos por parte de autoridades como la Secretaría de Salud, lo cierto es que los padres de familia poco caso hacemos de las medidas que nos sugieren tomar para reducir y, en la medida de lo posible, abatir las enfermedades que se derivan de ese problema de alimentación y nutrición que causa elevados índices de mortandad cuando se convierten en males crónico-degenerativos como la diabetes, entre otros, que son una amenaza constante para cualquier persona que no vigila lo que consume en su dieta diaria.

De manera lamentable, los progenitores (ambos, mamá y papá) somos los directamente responsables de los hábitos alimenticios que tienen los hijos ya que somos precisamente nosotros quienes les inculcamos el consumo, ya sea saludable y positivo, o perjudicial y negativo, de todos aquellos productos que repercuten de manera favorable o desfavorable en su organismo, de ahí que a nadie más puede atribuírsele esa misión de encaminar a los vástagos por el sendero de lo óptimo o de lo peor en el aspecto de la nutrición y, por ende, en el rubro de la salud.

Por ejemplo, si a los hijos e hijas les fomentamos una alimentación saludable y balanceada desde el inicio del día, con un desayuno nutritivo, no tendrán necesidad de consumir en la escuela o en la calle esos antojitos muy típicos de la gastronomía mexicana como las gorditas, los burritos, los taquitos, las tortas, quesadillas, entre otros alimentos de los que se desconoce cómo se preparan, es decir, si quienes los manipulan lo hacen con la adecuada higiene y sin exceso de grasas, o todo lo contrario, es decir, sin la limpieza apropiada y con mucha grasa, lo que puede derivar en enfermedades crónico-degenerativas como la diabetes o la hipertensión.

Sin embargo, por comodidad, muchos padres y madres de familia prefieren darles dinero a los vástagos para que compren en la escuela precisamente todos esos alimentos que no siempre son preparados con todas las medidas de higiene que deben adoptar, pues los encargados de esos puestos no siempre son vigilados por la Secretaría de Salud sino hasta que se genera algún problema relacionado con el mal estado de los ingredientes o por la caducidad de los mismos y que es denunciado por los propios consumidores frecuentes de esos locales ya sea escolares o los que se encuentran formalmente instalados o de los colocados en la vía pública.

Lo ideal sería que los progenitores les fomentáramos a los hijos e hijas el hábito del desayuno en el interior del hogar, que los primeros alimentos del día los consumieran acompañados de nosotros, de tal manera que ese hábito se convirtiera en una costumbre positiva, al ingerir productos saludables como huevos, frijoles, tortillas y leche, aparte de que les inculcáramos la acción de llevar un pequeño refrigerio, que podría ser una fruta, con lo que pueden saciar el hambre para unas horas después, mientras se llega la hora de salida de su plantel educativo.

Sin embargo, amable lector(a), todo este ritual del desayuno compartido entre padres, hijos e hijas, desafortunadamente, tal parece que poco a poco se va extinguiendo debido, entre otros factores, a que los horarios de los progenitores no coinciden con los de los vástagos, además de que muchos padres y madres no están dispuestos a sacrificar parte de su tiempo para preparar los alimentos tan temprano, ya que es más cómodo darles algo de dinero para que sacien el apetito en la jornada escolar.

Luego muchos padres de familia se quejan de que los hijos e hijas registran sobrepeso y obesidad, cuando ellos mismos han sido los causantes directos e indirectos de que sus vástagos padezcan, desde la infancia y la adolescencia, problemas de salud terribles como la diabetes o hipertensión, cuando tuvieron todo el tiempo del mundo para haberles inculcado esos hábitos saludables que les ayudan no sólo a mantenerse alejados de esos males, sino a tener una vida en armonía en todos los sentidos, con una alta autoestima por no lucir una complexión robusta.

Empero, de cualquier manera, nunca es tarde para enderezar el rumbo cuando se trata de adoptar esos hábitos positivos de alimentación que contribuyen a mejorar no sólo nuestra salud, sino también nuestro estado de ánimo, por lo que un buen comienzo puede ser buscando asesoría u orientación sobre cómo mejorar la nutrición de todos los integrantes de la familia, disminuyendo y desterrando esos vicios y costumbres que perjudican notablemente a nuestro organismo.

Ya no sólo debemos hacerlo por los hijos, sino por nosotros mismos. Y si bien todo cambio requiere de una alta dosis de sacrificios, la realidad es que al final los resultados hablarán por sí mismos y nos daremos cuenta de que valió la pena modificar esos hábitos que nos dañan en muchos sentidos.

Escrito en: esos, hijos, alimentación, sino

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