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LETRAS DURANGUEÑAS

Scherer, el maestro del periodismo mexicano contemporáneo

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Scherer, el maestro del periodismo mexicano contemporáneo

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Hace ya un lustro, don Julio Scherer García murió joven a los ochenta y ocho años, porque siempre mantuvo la insaciable pasión por el periodismo, la talacha profesional que le sumó tantos aciertos y no pocos sinsabores en su férrea defensa de la libertad de expresión, en él llama viva, infatigable e irrenunciable práctica diaria. Sin embargo, para el maestro el fuego de la letra escrita -la que recoge la información, denuncia y de verdad cala en la opinión pública- debía ir mucho más allá. Tras su fallecimiento, las crónicas ya han dado cuenta de su impronta moral y de sus históricos enfrentamientos con individuos y grupos de interés políticos. Cuando se dice, ya en un lugar común, que fue el mejor periodista mexicano del siglo XX no se cae en la desmesura; nadie tuvo su talla, y eso que nuestro país ha contado con plumas afiladas y refinadas como las de Alejandro Gómez Arias, Francisco Martínez de la Vega, Renato Leduc, José Alvarado, José Muñoz Cota y Luis Spota, por citar algunos columnistas que dejaron su huella en nuestra mejor prensa ¿En qué se diferencia Scherer? En que además de contar con una cultura sólida, apoyada sobre todo en lecturas bien hechas, como todos los mencionados, supo llevar la templanza desde el reportaje que hallaba algo donde otros pasaban de lado, la astucia del zorro para entrevistar a los personajes más insólitos, de encabezar la conjunción de talentos en un periódico nacional ("Excélsior"), hasta la fundación de un semanario crítico ("Proceso") que cambió, para bien del país, las relaciones de los medios de comunicación con los poderes establecidos, fundamentalmente con el que representaba -más en aquellos tiempos- el antiguo régimen del PRI: el autoritarismo, la antidemocracia, la corrupción.

Como en los casos de los eminentes filólogos Antonio Alatorre y Ernesto de la Peña, los libros para Scherer fueron realizaciones de madurez, si bien Siqueiros y Salvador Allende le ocuparían páginas inolvidables en sus primeras etapas. La elegancia de su prosa -precisa y a la vez con vuelo poético- se desplegaba ante sus lectores a través de títulos como "Estos días", "La terca memoria" y "Vivir", por cierto, de sus obras las que yo escogería por su acentuación autobiográfica.

Antes, recuerdo haber comenzado a leerlo en "Los presidentes" a mediados de los ochentas, y en algunos artículos sueltos. Integradas luego sus sumas textuales, los volúmenes de su producción que se fueron sucediendo tenían una estructura y una forma basadas en los ejercicios de la memoria, expresada en escenas más o menos cortas ¿literatura periodística, periodismo literario? No necesariamente, todavía más en claro: la búsqueda de los datos duros para después decantarlos en las inconfundibles cualidades de su estilo. La frase de diamante siempre fue suya.

Muchas de sus anécdotas y construcciones verbales nos han hecho compañía en los últimos años, y a veces los recuerdos llegan solos, sin razón ni ocasión. Su sensibilidad afectiva por Gabriel García Márquez, su admiración por Octavio Paz, sus ascos por personajes como El Negro Durazo, sus abominaciones por Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, su inalterable y justificado desprecio por el servilismo y el hueco protagonismo de Jacobo Zabludovsky. Y nunca mejor la frase: Scherer era único. De una pieza.

Más tarde llegaron sus libros que trataban de famosos narcotraficantes, y en el fondo, los asuntos de justicia, legalidad y seguridad. Caro Quintero, El Chapo Guzmán, El Mayo Zambada -al que fue a ver hasta su propia guarida-…y la Reyna del Pacífico, cuya vida le mereció muchas más hojas de papel (parece tan honda esta relación entre Sandra Ávila y el maestro del periodismo, así se trasluce, que darían sus pláticas, creo, para imaginar una novela entera). Con la libreta en mano, como cuando era muchacho, en unas cuantas líneas nos regalaba un retrato por fuera y por dentro de cada uno de sus interlocutores. Y nos presentaba, también de un solo trazo, la realidad mediocre -ignorantes, ambiciosos de riquezas y aplausos, desprovistos de ideales y principios- de la gran mayoría de nuestros políticos.

Se fue con la sencillez que rodeó toda su existencia. Con el cariño de sus familiares y amigos más cercanos. Años atrás, Carlos Fuentes había dicho que Scherer era el Francisco Zarco de la centuria del XX. Significativamente, a don Julio lo acompañaba en su estudio -donde transcribiría sus reveladoras conversaciones-, una escultura del ilustre periodista durangueño, en una afinidad de hermandades. Su olfato por la noticia escondida, su talante irreprochable, la estética de su ética -el dicho de un pensador ruso que siempre lo animaba como un horizonte de plenitud-, su alta humanidad, le harán mucha falta a México. Guardo especialmente aquella portada de "Proceso" en que entrevista al subcomandante Marcos, plástica la imagen, el maestro en la sabiduría de su oficio. Que nuestras gratitudes sean ahora flores. Adiós a don Julio Scherer García.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Scherer, maestro, siempre, Julio

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