Editoriales

El primer face-lift de la historia

Francisco Amparán

Amigos, buen día: Puede parecer increíble, pero uno de los elementos que los arqueólogos toman más en cuenta a la hora de medir lo sofisticado y avanzado de una sociedad es la capacidad e interés que sus élites tenían para mejorar su apariencia. En efecto, las pomadas, cremas y potingues usadas por los meros güenos de una cultura (la perrada no solía ocuparse de tan frívolos menesteres, preocupada fundamentalmente en sobrevivir) nos dicen mucho sobre qué tan refinada y exquisita era una sociedad. Mucho más que las pirámides que erigieron o los territorios que conquistaran sus ejércitos.

Ello se aplica incluso a las culturas más antiguas. En algunas tumbas del antiguo Egipto, por ejemplo, se han encontrado recipientes para cremas, espátulas para el maquillaje y hasta lo que parecen rizadores de pestañas. Ello nos dice que las señoras de la “alta sociedad” del Valle del Nilo no sólo tenían el tiempo y el gusto para acicalarse, sino que existía toda una industria de la belleza. Suponemos que había toda una casta de estilistas, maquillistas, pedicuros y otros especímenes que para todo decían “¡Ay, mana!”.

Lo que sí es que nunca supusimos que el arte de arreglar a las damas alcanzara la ultratumba. Pero parece que eso ocurrió con la figura femenina mejor conocida del viejo Egipto, y una de las obras de arte de la Antigüedad más reconocibles y admiradas.

En 1912 unos arqueólogos alemanes hallaron un busto policromado de Nefertiti, la esposa del faraón Akenatón, a quien corresponde el honor de ser el primero en haber concebido el monoteísmo como sistema religioso… así fuera de manera efímera. El busto de Nefertiti (nombre que significa “la bella ha llegado”) es una maravilla de equilibrio y refinamiento: los rasgos finísimos, los colores armónicos, el cuello de gacela, la enorme corona que se equilibra con la parte del torso esculpida… Esa figura es el epítome de la belleza femenina en cualquier tiempo y lugar.

Pero ¡cuándo no!, la ciencia metió sus narizotas. Hace poco tiempo, unos investigadores sometieron al busto a una serie de tomografías, para averiguar qué había debajo de esa hermosa obra de arte. Y lo que hallaron los dejó pasmados y patidifusos. Resulta que, originalmente, el rostro de la bella no era tan bello: la nariz era algo aguileña, y algunas capas de estuco fueron agregadas para hacerla más fina y para suavizar unos pliegues alrededor de la boca. O sea que a la escultura original le dieron su face-lift, el primero que registra la historia.

¿Por qué? ¿Fue un acceso de vanidad de Nefertiti? ¿Acaso la restirada fue ordenada por el mismo Akenatón, para que su mujer representara más claramente el modelo de belleza de hace 33 siglos? ¿O el escultor se dio cuenta de que se quedaría sin chamba por andar de realista, e hizo los cambios de último momento, antes de mostrar su obra (y la factura) a la modelo? ¿Hay aquí una lección para la Maestra en el siglo XXI?

Un interesante misterio de la antigüedad. Tal vez frívolo, de acuerdo. Pero interesante… como todo lo que tiene que ver con el eterno femenino.

Éste, amigos, éste es nuestro mundo. Que tengan un buen día.

Escrito en: busto, unos, femenina, toda

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas