Estoy feliz -contaba aquel muchacho-. Mi hijo pronunció hoy su primera palabra. Sintió hambre, y en vez de llorar, llamó a su madre. Dijo: "¡Mamá!''.
El padre del muchacho se sonrió.
-Te felicito. Y quiero que me felicites tú también a mí.
-¿Por qué? -preguntó el joven.
Y dijo el padre:
-Ayer escuché tu discusión con aquel hombre. Te dijo palabras injustas, irrazonables, necias. Tú pudiste haber contestado con palabras igualmente torpes. Pero callaste prudentemente hasta que aquel hombre desahogó su cólera. Luego con firme serenidad expusiste tu verdad y le abriste los ojos a la luz. Debes felicitarme, entonces.
-Sí -respondió el hijo-. Pero no me has dicho por qué.
Respondió su padre con orgullo:
-Tú estás contento porque tu hijo aprendió ya a hablar. Yo estoy feliz porque el mío ya aprendió a callar.
¡Hasta mañana!...