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Dos cuentos

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HERMINIA ORTIZ MARRUFO

El cielo quería terminar, tenía ansia por chorrear toda el agua, las nubes espesas, grises, no cesaban de gotear como hilos continuos. Cuando salimos, el agua llegaba a la rodilla. Fue una gran experiencia tocarla sin zapatos como muchos años atrás, en los charcos que me tocó pisar antes que las ranas llegaran para cantar con su voz ronca y nocturna.

Agradecí haber ido a ese lugar lleno de chavos, donde los cuatro jóvenes hacían su mejor esfuerzo para interpretar la música de José Alfredo Jiménez. Me tomé tres tequilas: el primero, cortesía de la casa. Era septiembre, mes de la Patria. Te veías bien con tu rebozo preferido; te sentías bonita.

Antes de llegar, esa tarde-noche del trece de septiembre, al sitio donde los chavos, se olía el aguacero próximo, con el parpadeo de relámpagos que iluminaban la lejanía: después el aguacero que se deshizo en lluvia nos secuestró.

Desde el balcón en el segundo piso del Café Arte Vicent lo podía ver todo: la plaza, los transeúntes, la vendedora de elotes cubierta con la gran sombrilla de gajos azules y blancos, la carrera, el agua como río, hilos largos que no terminan.

Y pensaba en ti, me encontraba contigo en el tiempo como un reflejo, como una ilusión que sostenía mi vida. La calle parecía un mar furioso arrastrando todo. El quiosco iluminado de colores pastel, como burbujas donde se descompone la luz de los faroles. Gente corriendo por la calle Constitución, que a esa hora simulaba ser un arroyo grande. Los músicos del quiosco perdiendo notas por el aguacero. Se oía la lluvia fuerte, como palmeras grandes en movimiento. La gente corría mojándose; una muchacha sin zapatos jugaba con la creciente, otra tapaba las mercancías con el plástico blanco. El cielo gris intenso, el reloj de Catedral empañado sin dejar ver la hora. Adentro, con el olor a cigarrillo y tequila se entonaba "pero sigo siendo el rey", con la juventud del muchacho del paliacate rojo, la chica de la voz y el guitarrista del pantalón ceñido.

Al salir olía a noche limpia. En el rincón de casa encontré una gotera que sonaba como un viejo tambor, y los versos en la voz lejana del poeta:

"Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París -y no me corro- tal vez un jueves, como es hoy de otoño..."

 POEMAS DE BARRO

"Todas las cosas tienen un misterio, y

La poesía es el misterio que tienen todas lascosas"

El Alfarero puso el material sobre la rueda y dando vueltas al torno te creó. No sé si por olvido o a propósito dejó en tus manos, y para siempre, el barro que no quieres desprender de ti. Hizo otra cosa el Alfarero: te enseñó las vetas del material, entretejidas como hilos dorados en las paredes y deslaves del arroyito, del potrerillo frente al molino y de los charcos que, al ocultarse, dejan esa tierra fina como crema en la superficie. Esa crema de la tierra tiene un lenguaje que comunica cosas. Tú la buscabas en todas partes, te daba señales, como regresarte el dibujo de tus pies desnudos cuando la pisabas por el puro placer de hacerlo.

Te acuerdas del caballo, cuando hundía sus patas en el barrial ocre y pegajoso, frente a La Tinaja; papá batallaba mucho para sacarlo. Fue en ese tiempo de la infancia cuando lo descubriste, te enamoraste de esa tierra. Claro, todo por artificio del Alfarero.

Me dijiste que en ese tiempo, con la creatividad infantil, empecé a hacer canicas, jarritos y pequeñas cazuelitas crudas, que al paso de los días se convertían en polvo. Cosas simples. Creo que todos los niños jugamos con el lodo, sólo que el mío era especial, cribado por el tiempo y con la fragua natural. Sigo con el barro pegado en las manos, con todas sus partículas en el cedazo de mis dedos, dando forma a las ideas que me sugiere el camino. El fuego les imprime color y resistencia, a veces formas diferentes y caprichosas, las ideas se queman para convertirse en poemas de barro.

La tierra está en todas partes, tú sólo le das vida, con textura de estrellas comprimidas, gotas que se juntan después de la tormenta o tejidos del barro que se hilvanan.

Dunas del desierto o corales del mar.

Escrito en: todas, hilos, tiempo, barro

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