Durango

Eficientes “cerillos” de la tercera edad

Citlalli Zoé Sánchez

Entre el vaivén de las personas y el sonar de las cajas registradoras se encuentra Guillermo Salcido Haros, de 63 años de edad. Una pensión de mil 400 pesos al mes resulta insuficiente para solventar los gastos de su familia. Por eso, en cuanto tuvo oportunidad solicitó empleo en conocido centro de autoservicio. Fue así como se convirtió en empacador o, como lo llaman coloquialmente, “cerillo”.

Él es parte de los cerca de 80 personas que ejercen esta actividad en la entidad, en diferentes centros comerciales, acción promovida por el Instituto Nacional para Adultos Mayores (INAPAM) después de un convenio a nivel nacional.

EMPRENDEDORES

Su esposa también trabaja con él, se llama Angelina Escalera y dice que “la necesidad” los motivó a trabajar para ganarse unos cuantos pesos más, de manera que el bolsillo no resulte tan castigado.

Por lo regular trabajan dos horas diarias, lo que ganan es variable pero en promedio pueden ser poco más de 50 pesos, pues no todos los clientes les dan propina.

“Mucha gente piensa que nos paga la tienda, pero no es así”, platicó Don Guillermo, quien durante varios años fue empleado de una empresa que despidió a todo su personal. En ese tiempo él tenía 39 años y, todavía con el vigor de un hombre sano, se encontró ante la desesperanza del desempleo.

Luego se desempeñó como cargador y, a la edad de 56 años, uno de sus hijos le dijo que se fuera a Estados Unidos. Con el deseo de encontrar un mejor futuro, emigró junto a doña Angelina.

“Allá no hay discriminación, los ancianos tienen trabajo; incluso, ya más viejitos que nosotros”, destacó el señor que al lado de su cónyuge organiza paquetes de bolsas.

Antes le daba vergüenza esperar la contribución de los clientes, pero ahora comprende que se trata de un buen oficio. Doña Angelina establece que está muy contenta en su trabajo; “son como una gran familia”. Tiene nuevos amigos. Asegura que la convivencia con los niños empacadores es favorable. “Ellos están chiquitos y nosotros los vemos con amor y cariño”, comenta con una sonrisa.

Su compañera de trabajo, Refugio Andrade, de 64 años, señala que su apretada condición económica la impulsó a conseguir un empleo. Se siente bien, con ánimos. Estar en casa encerrada es deprimente. Antaño le ayudaba a una señora a vender frijoles, pero sus nietos, que también son “cerillos”, le avisaron que contrataban a personas de la tercera edad, y así emprendió esta aventura.

Y al parecer los chiquillos empacadores también están muy contentos con la llegada de los “abuelos”. “Nos dan consejos para que no nos lastimemos arrastrando los carritos y platicamos de otras cosas”, dijo Gerardo Ramón Orozco, de 14 años de edad.

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