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Juan Rulfo, cien años de vida y literatura

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Juan Rulfo, cien años de vida y literatura

Juan Rulfo, cien años de vida y literatura

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

La soledad tiene otro nombre. En tierras mexicanas –dramáticas, coloridas, poéticas- lleva la señal literaria de Juan Rulfo, que hoy celebra su trascendente primer centenario. Con toda justicia se multiplicarán los más diversos comentarios sobre su breve prodigiosa obra, que apenas llega a las trescientas páginas, pero que le alcanzan para ser reconocido en todo el planeta como uno de los más notables escritores del siglo XX, incluso más allá de la lengua española.

Sin duda, pues, se volverá a discutir el verdadero lugar de origen del célebre narrador (Apulco, Sayula…en Jalisco), el año de su nacimiento (1917o 1918), y evidentemente las proyecciones y significaciones de sus dos libros, “El llano en llamas” (1953) y “Pedro Páramo” (1955), sin dejar de lado sus demás escritos, muy pocos, como ya se ha dicho.

Es cierto, hablar de Rulfo es de alguna manera resignarse a pasar siempre por los mismos lugares. El hermetismo de una personalidad que ha creado toda una leyenda, por la elocuencia de sus silencios, recreados espléndidamente en su narrativa. Su distanciamiento de la intelectualidad de su tiempo, las décadas sin publicar, la promesa de una novela (“La cordillera”) que nunca llegó…

Sin embargo, la impronta de su micro universo no admite ninguna reserva. Estamos frente a un hombre de letras –algunos tampoco le regatean su condición de genio- que día a día consolida su auténtica grandeza. Sus lectores seguirán, por ello, fascinándose por ese legado que no deja de irradiar sus atractivos.

En 1992 –permítaseme el recuento personal- impartí un curso acerca de la producción de Rulfo, con los apoyos de la UJED. Fue realmente mi comienzo como instructor literario, en base fundamentalmente a una admiración muy profunda y tomando como base un aparato crítico adecuado, acercándome algunos títulos que se podían conseguir con muchos trabajos y que abordaban mediante el estudio especializado la obra en cuestión. No había internet, como sabemos, y las fotocopias eran una solución para el programa de lecturas colectivas. Nombres como Hugo Rodríguez Alcalá, Helmy F. Giacoman, José Carlos González Boixo, fueron los principales guías en nuestro recorrido analítico. Hubo también un factor todavía más definitivo que motivó aquella empresa cultural: la aparición del volumen que la ya imprescindible Colección Archivos le había dedicado al maestro mexicano, Juan Rulfo. Toda la obra” (Claude Fell, 1992), que mi hermano me había traído de París (el proyecto editorial era impulsado por la UNESCO, con sedeen Francia) ese mismo año, porque aún no se había publicado tan notable suma rulfiana en México.

Luego vendrían numerosas conferencias a propósito, desde varias perspectivas, destacándose la difusión de la labor fotográfica de Rulfo, por las ventajas que conlleva la presentación de sus bellas imágenes recogidas en el centro y sur del país.

No quiero olvidar, literalmente, la ocasión en que tuve la oportunidad de asistir a un homenaje sobre el tema, ocurrido en el Palacio de Bellas Artes. Lo presidían ni más ni menos que Carlos Fuentes, Juan José Arreola, Salvador Elizondo, entre otros escritores igualmente importantes. La magia de Rulfo los reunía. Ahora recuerdo la ensayada y deslumbrante participación del autor de “Confabulario”, al rememorar los antecedentes familiares de su amigo y paisano jalisciense. “¡¿Existes, cabrón diablo?!, reseñaba Arreola recordando a un tío de Rulfo, con los brazos abiertos, hincado, en el panteón del pueblo.

Serían muchas las anécdotas para seguir conmemorando a Rulfo (ya habrá más espacio), pero solamente quisiera añadir por ahora que, junto a los títulos más reconocidos de su producción, los textos “Un pedazo de noche” y “El gallo de oro”, son dos piezas a los que vuelvo frecuentemente, por el sentimiento de profunda compasión que irradian, y por supuesto, por su magistral hechura literaria.

El primero de los escritos relata la relación entre una prostituta y un sepulturero. Es tal la densidad poética de lo que se narra –dolor y soledad, mínima llama de esperanza- que es difícil escapar a su hechizo. Cada vez que lo releo, me sigue conmoviendo su alta representación humana (regresaré otra vez, con más detalle, en otro espacio a este cuento).

Lo mismo me pasa con el segundo título. Es también imposible seguir indemne a la condición de “La caponera”, uno de los tres personajes principales de la novela corta, que conocemos por su versión cinematográfica, maravillosamente encarnada por la Lucha Villa. Es la historia de una alegría extraordinaria, hondo canto popular, embriagadora hermosura femenina…condenada a las pasiones, y sobre todo al transcurrir del tiempo.

Cierro este artículo, contando la vez que el Círculo de Lectores invitamos a mi casa al pintor Juan Pablo Rulfo, para que nos siguiera contando acerca de su famoso padre…fue una tarde llena del mundo rulfiano. Vaya nuevamente nuestra gratitud por el valioso regalo de aquellas horas, además del mecanoscrito de “Pedro Páramo”.

Rulfo y sus derivaciones metafísicas, Rulfo y su sugerente biografía, Rulfo y su fuente inagotable de la tradición oral, Rulfo y…

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Rulfo, Rulfo,, Juan, “Pedro

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