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Durango por la de 20

LETRAS DURANGUEÑAS

Durango por la de 20

Durango por la de 20

FCO. JAVIER GUERRERO GÓMEZ

Gané por la avenida 20 de Noviembre, parteaguas de la muchedumbre de las casas, rumbo al oriente, cubriéndome al declive del sol con solo mis palabras. Hay en las ciudades, pueblos, colonias, una calle o avenida 20 de Noviembre, Durango no podía ser la excepción.

Páginas de la historia patria, donde resurge la figura de Madero, su entrada a la revuelta necesaria de la llamada Revolución.

Caminaba por el pavimento opaco, reflejo de las almas que se arrastran inversas al paso diario de la gente, cuarteadas banquetas, nidos de pasos. Inicié la marcha sin ver metas, solamente al efluvio de mi compañía.

Los claxon de los autos aturdían a las beatas que a San Agustín en paso resignado adelantaban el rosario.

Triste figura era la mía en fuga de amor filial por el estudio. Durango era un guijarro y esa calle las penas trasformaba en alegría, se me olvidó la escuela y el futuro con sus brazos de oro. La quincena sin bolsa en mi precaria economía negaba un oasis para entretener el hambre. La casa de asistencia sin calor en sus muros, la novia provinciana, compañera, en su reja cerrada, con sus ojos morunos, pelo negro... Todo sin respuesta.

Apegado al pueblo el pórtico del Teatro Principal Ricardo Castro, me envolvió en la luz de su Capricho. Como golondrinas, mis pensamientos se posaron en sus columnas arrulladas de arte, en los murales interiores, quería gritar a media calle que comprendiera el pueblo la sepia de sus trazos y de Ginés Vázquez de Mercado su argentífero sueño, el origen del Cerro con su nombre. Las góndolas varadas, mil novecientos sesenta y seis, voz de estudiante con arrullo de minero.

Por ojos de amistad salía la chispa, los pasos olvidaban las distancias, el cansancio dormía…

La Plaza de Armas, fuentes y recuerdos, las palomas en órbita del kiosco al vaivén de las serenatas con la Banda del estado y el maestro De la Rosa. La monja en el arco de la torre de Catedral, veía con ansias de romance a su enemigo el sol.

Las naves pletóricas de santos, inclinaban la cúpula ante la inmensidad. Racimos de oraciones, donde el Papa sembró en silencio el fruto de su rezo.

El Palacio de Escárcega se alza sobre la angosta calle de Victoria, sus muros coloniales dan normas a la ciudadanía, como si con un abrazo filantrópico cubrieran las necesidades de la gente. De tanto andar los caminos como que abrazaba los pasos. En el arzobispado de churriguerescos arcos ideados en el arte de Benigno Montoya, se respira la paz, oración secreta, su puerta de hierro divide dos mundos, las notas de la serenata siguen sin dejar dormir al Papa.

Sin observar a nadie, nadie es la vida, retumbo de las huellas de siempre, la calle comercial, El Mercado Gómez Palacio, remojaba sus adobes con el llanto de locatarios que marchitaban su mercancía, anuncios prodigando, escondida lujuria como prostituta de un bolsillo a otro, pasan las monedas.

Dibujé mi ostracismo sobre la calle que crecía sintiendo la presencia de las charlas que al pueblo repercuten. A ritmo lento por el lugar donde estaba la penitenciaria, el relato del alacrán volvió a mi mente, las canteras no eran, solamente el aire destilaba la leyenda.

El horizonte desgastado a su modo al Hospital Civil, cuna de médicos, vientre de la ciencia, donde aún las ánimas de los que allí pasaron sus minutos postreros se ocultaban al sol, como la monja. El hospital crujió en el espacio de sus laberintos y cubículos. Otros cimientos, más modernos los arrastraban inexorablemente hacia el olvido. Las voces metálicas del Sagrado Corazón me hicieron suspirar tan hondo que me sorprendí de estar tan solo.

Después la línea inversa, la calle vencida ¿Dónde detener la vista? Monotonía de rostros, ilusiones sin logros, soledades sin alma. La luz se fue del día vigiando mis pasos, seguía muriendo el tiempo y la noche me cerraba los ojos envolviéndome en su túnica, hasta la barda carcomida del panteón, arribé como perro a su casa.

La voz de tanto repetirse hacía silencios, un viento amargo me iluminó el rostro, el umbral de la vida con la muerte, la nada, inequidad, cuerpos en hileras pudriéndose…

Las almas vuelan a reunirse en el éter con los hijos del tiempo en la doctrina nueva.

Un minuto sin frente, la oquedad sin fin de las criptas, una plegaria anónima removió el corazón, llegó a los ojos, destilando pesar del esfuerzo la catarata principal de una lágrima. Retornar, avenida sin dueño, huérfano de pensamientos, trunco de palabras. Todo dicho Avenida 20 de Noviembre, desandar los caminos, volví a su espalda, pasos sin sombra, taciturno, renací a la vida.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS calle, Durango, pueblo, Noviembre,

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