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Volver a la cueva del Obispo Santo

LETRAS DURANGUEÑAS

Volver a la cueva del Obispo Santo

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ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Bajo la sombra de un gran encino comenzó la misa. Era alrededor de las dos de la tarde del último domingo de octubre, día del Sagrado Corazón de Jesús, en un solar rodeado de árboles y cercado de un arroyo vacío por otro mal año de lluvias. Apenas más allá, las altas barrancas cortadas de tajo. Una enorme piedra esférica destaca no lejos del altar improvisado, techado por lonas mecidas por el viento. Y al alzar la mirada, cuatro mantas sobresalen también en la ladera de la montaña. Rotulada en varios colores, una sintetiza el motivo principal de la reunión al aire libre: “A la grata memoria del excelentísimo monseñor Don José Antonio Zubiría, arzobispo de Durango, príncipe de la iglesia (está en el cielo)”.

Había ido por primera vez cuatro años antes. Y aunque conocía el pequeño libro del Lic. José Ignacio Gallegos Caballero sobre el tema, no sabía de la peregrinación que se hacía anualmente a tan escondido lugar. Nada como ponerse en contacto con los hechos llenos de vida, sentir a esa gente iluminada por los bálsamos de la fe, con una vara seca para sostener sus pasos, cuesta arriba, con los profundos anhelos de la salvación eterna.

Yo no podía caminar, y mírenme ahora, decía una señora, mientras se observaban ya las humaredas del cazo de los elotes cocidos, la carne asada y la “discada” de sugerentes olores a chorizo y cebollas en trozos. Las comidas se comparten entre los asistentes que quedan cercanos, pruebe este dulce de calabaza, le encargo una quesadilla con chile majado, páseme un refresco de naranja. Comunión de sabores, valiosa oportunidad para pasear a la novia a caballo, algarabía de niños en el brincolín, la reunión de unas trescientas personas en un círculo trazado de camionetas –si bien el número de asistentes es mucho mayor a lo largo del prolongado sendero-, mantiene sin embargo su principal motivación espiritual. Más tarde llegaron los matachines vestidos de oro y negro, de espejos de luna en las cabezas, con la Virgen de Guadalupe estampada en sus capas, dirigidos por la bella monarca, azuzados todos por el viejo de la danza, polvo que levantan la antigua tradición y el ritual, máscara y chicote aterrorizando a la muchedumbre al sonar del tambor.

Poco a poco se conoce más acerca del obispo Zubiría. A ello a han contribuido algunos investigadores locales, como Lorena Morán, Alonso Martínez Barrios –guía custodio del Museo de arte sacro de la Catedral de Durango-, las asesorías de Miguel Vallebueno Garcinava y, fundamentalmente, al impulso de don Miguel Zubiría Estrada Berg, familiar del ilustre clérigo decimonónico, residente en Monterrey, y quien ha financiado importantes proyectos de difusión a propósito (videos, CDS y una muy útil página web: www.zubiriamexico.com), además de apoyar la visita de durangueños a la famosa cuevita, y por supuesto sin olvidar la reciente publicación de El Obispo Santo, volumen de D. Santiago Zubiría y Manzanera, según se lee en la portada, (segundo arzobispo de Durango, y sobrino del personaje en mención), fechado en el año 1907. Promovido por la misma voluntad comienza su circulación la trascendente obra editorial Enjatla Alichi. Dios Chiquito. Biografía del Obispo XXIII de Durango: José Antonio Laureano Zubiría Escalante, de la autoría de Miguel Zubiría Estrada Berg. Este libro de doscientas páginas recoge una serie de indispensables documentos para ahondar en el asunto (cartas pastorales, notificaciones, certificaciones, fotografías, etc.) Sin embargo, todavía hay mucho por hacer. Las tareas de divulgación ensanchan los estudios y análisis: buscar originales, rescatar archivos, deshacer el entuerto bibliográfico de la verdadera autoría de El Obispo Santo, ensayo firmado en 1965 (Editorial Jus) por el Lic. José Ignacio Gallegos Caballero –si bien es verdad que se hace referencia dos o tres veces al arzobispo Zubiría y Manzanera, el texto hagiográfico es prácticamente igual-. La labor de escrutinio, al tiempo, dará sus luces. Por cierto, entre las obras del Lic. Gallegos que el pasado gobierno estatal reditó en el 2009, se encuentra precisamente el dedicado al multicitado sacerdote. Con una observación adicional propia: el aparato crítico anotado por el cronista de la ciudad parece pertinente, pero como para ahondar más en las dudas en el sitio de internet mencionado se indica que el apunte biográfico sobre Zubiría es una condensación del libro del Lic. Gallegos. La discusión todavía está abierta, pues, al rigor académico.

Para aprovechar la tardanza del cura, que no llegaba por otras ocupaciones de sus oficios en Canatlán, decidimos subir hasta la cueva. Y tras una hora desde Durango (carretera a Parral, y próximo a los poblados de “El Carmen”, “22 de mayo” y “Benjamín Aranda”) iniciamos a pie el lento y suave ascenso. Y así, pisando las abundantes y húmedas hojas del otoño, siguiendo siempre la larga marca del cauce desocupado -otros años llenábamos botellas con la bendita corriente cristalina-, avanzábamos en dirección a la atrayente y hermosa ruta, mirando a los lados piedras aterciopeladas de musgo, troncos de cortezas gruesas y obscuras, y de vez en cuando, aislados, regulares estanques de agua de manantiales, que invitaban al descanso de la caminata. Iba quedando retirado el desfile de cuacos alazanes, tordillos y bayos, tomadas las riendas por muchachos y muchachas. Desaparecían allá los sombreros campesinos. Tampoco se veía ya el tractor John Deere 5425, ni se alcanzaba a oír el sonido que prometía la liturgia religiosa programada. Se iban cerrando los cerros, acercándonos al ángulo agudo de un triángulo natural. Pero, entre las ramas estiradas, se distinguían pedazos del azul del cielo. Entrábamos ya al refugio del “Dios Chiquito”…

Aún estás en esta caverna, gracias al corazón del pueblo. Después de siglo y medio, los hombres y las mujeres siguen abriendo sus brazos para adorarte, para invocarte en la oración y en la esperanza. Aquí viviste tus últimos tres años, encerrado y lejos de los ejércitos amenazantes, dueño de ti mismo en la magnificencia del credo y la devoción. Cautivo, con el espíritu del Cristo resucitado, ministro de madera recia y de evangelios pródigos. Preso, en compañía de la lección divina y las estrellas de tus noches sigilosas. Recordando Arizpe, Nazas, Sombrerete y Durango. Vislumbrando la grandeza de la Nueva Vizcaya. Tú que conociste a lomo de mula la espiga del desierto y la sed de los peregrinos. Tú que aprendiste la cátedra en San Ildefonso y las multiplicaste por todo el norte mexicano. Tú, a quien la sangre indígena llamó “Enjatla Alichi”. Hoy nuestros ojos ven por tu mirada y las manos sienten por tus manos las paredes frías. Suelo pedregoso, espinas de redención y de calvario. Veladoras, plegarias y cruces de palo y lazos. Viejos silencios que son ahora Padrenuestros y Avemarías. Venerable Obispo de Durango: ¿Quién soy yo para venir a pedirte un milagro?

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Zubiría, Obispo, José, Lic.

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