Siglo Nuevo

Tengo, luego existo

Expresiones de un monstruo bien alimentado

Tengo, luego existo

Tengo, luego existo

Minerva Anaid Turriza

Los expertos coinciden en una cosa: el consumismo difícilmente va a desaparecer, ha llegado para quedarse y le hemos permitido instalarse. Sin embargo, no todo está perdido, como individuos es posible y conveniente reflexionar sobre el tipo de relación que tenemos con lo material.

Los seres humanos poseen tendencias poco saludables que ponen en riesgo su integridad física y mental. Ya lo decía el cómico Jerry Seinfeld en los noventa: “Que hayamos tenido que inventar el casco quiere decir que nos veíamos involucrados en actividades que resultaban en fracturas de cráneo. En lugar de evitar esas situaciones, preferimos desarrollar unos sombreritos de plástico y seguir rompiéndonos la cabeza”. En el segundo aspecto somos proclives a desarrollar los más variados desequilibrios y psicopatías, desde neurosis hasta desajustes de personalidad más graves. Algunas de estas perturbaciones individuales son tan recurrentes que comienzan a teñir el paño de lo colectivo; buen ejemplo de esto son las obsesiones en general y la consumista en específico, fiebre que se ha instalado y esparcido lentamente hasta que, en los últimos tiempos, comenzó a hacer sonar de forma enloquecida las alarmas.

El consumismo se define como la compra, acumulación y utilización, casi siempre excesiva y desenfrenada, de bienes y servicios que no son considerados necesarios. El final de esta definición encierra una pequeña trampa, es justo allí a donde apunta el talento de las empresas productoras y los genios publicitarios: crear necesidades, hacerle creer al consumidor que los objetos ofertados cubren carencias apremiantes. Otra característica de este mal moderno es que se trata de un monstruo muy bien alimentado, crece y crece y alarga sus tentáculos hasta introducirlos en casi todos los aspectos de la vida humana. Pensadores, artistas, escritores y demás, desde sus respectivos ámbitos, han dedicado esfuerzos a teorizar y, en su caso, denunciar a la sociedad de consumo.

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Zygmunt Bauman Foto: CPFL Cultura

Zygmunt Bauman

Filósofo polaco de origen judío que abordó una gran variedad de temas en su obra. Es particularmente famoso por haber acuñado el concepto de “modernidad líquida” que utiliza para describir “el estado fluido y volátil de la actual sociedad, sin valores sólidos, en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos”. En la imperante “liquidez” vislumbrada por Bauman, de un modo u otro, se encuentra sumergido todo su trabajo así se trate de educación, arte o relaciones personales.

Otro tema recurrente de disertación fue justamente el que nos ocupa, de ello dan cuenta libros como Trabajo, consumismo y nuevos pobres, Vida de consumo o Mundo consumo. Una de las tesis que articula sus trabajos en torno a este tópico es que hemos llevado nuestras ansias de consumo al grado de considerar al otro solamente como un producto más entre la vasta oferta, mismo que puede ser descartado, desechado o sustituido. La otra cara extrema de esta medalla es la tendencia de los individuos a transformarse en mercancía. La lógica del consumo hace que de manera más o menos inconsciente los consumidores aspiren a “– reconstruirse a sí mismos para ser productos atractivos – y se ven obligados a desplegar para la tarea las mismas estratagemas y recursos utilizados por el marketing”. Las redes sociales, por ejemplo, han convertido la frontera entre la vida pública y la privada en algo cuando menos borroso; la creciente tendencia a “anunciar” cada cosa que se hace o se piensa a hacer, la constante toma de fotos no importa dónde ni de qué, desde la ida al dentista hasta el plato del desayuno, la transmisión de video en vivo, entre otras conductas, convierten a este tipo de plataformas en una especie de escaparate de los actos que antaño pertenecían a la esfera de la intimidad personal o familiar. Hay una obsesión por construir una imagen de “éxito”, casi siempre falseada, para encajar en ciertos estándares; contabilizar los “Me gusta” que obtiene una foto, un comentario o cualquier otra banalidad colgada en Internet se convierte en un parámetro de la aceptación; incluso hay quienes llevando al extremo el cariño del que gozan entre sus contactos, comienzan a auto validarse con base en la “repercusión” cibernética.

Durante la “modernidad sólida” los relegados sociales eran aquellos que no encajaban con la “ética del trabajo”, aquellas personas que por distintas taras físicas o psíquicas no se consideraban útiles, no podían servir en el ejército, dedicarse a trabajos en cadenas de producción o asistencia a dichas cadenas, etcétera. En la sociedad actual eso no es tan importante, a la ética del trabajo la ha sustituido la “ética del consumo”, el verdadero marginado en la modernidad líquida no es el “impedido” físico o mental sino el consumidor fallido. El poder adquisitivo lo es todo, la valía de cada individuo se demuestra y se mide según lo que tiene y su potencial para tener. Ser un consumidor exitoso equivale a tener éxito en la vida.

El desempleo, desde luego, es negativo, pero no es el hecho mismo de no trabajar lo que pesa socialmente sino su consecuencia: la incapacidad de consumir en niveles “aceptables” pues el consumo lleva aparejada la aceptación social. La producción de mercancías sigue siendo importante, en realidad fundamental, para un mundo con estas características, pero esa fase de la esfera económica ha sido desplazada en el imaginario colectivo, “primero somos consumidores, luego trabajadores o profesionales”. Incluso en el mercado laboral se manifiesta la cosificación de la mano de obra desde el momento en que aceptamos que existe un “mercado” con oferta y demanda en el que debemos procurar posicionarnos como productos llamativos a la espera de que alguien nos compre o nos contrate.

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Gilles Lipovetsky Foto: Sérgio Moraes

Gilles Lipovetsky

Sociólogo francés que desde los ochenta, en su primer libro, La era del vacío, no ha dejado de analizar virtudes y defectos, sobre todo defectos, de la sociedad postmoderna. Otros títulos sobre el tema son El lujo eterno o La felicidad paradójica.

El acceso generalizado a los sistemas de información electrónicos y cibernéticos nos ha llevado a caer en la trampa del “hiperconsumo” en pos de satisfacer unas ansias crecientes, en realidad imposibles de saciar, por la inmediatez, la novedad y la actualidad. El deseo de estar al día con los acontecimientos locales y globales ha sido remplazado por la compulsión de saberlo todo al minuto.

El exceso de información también ha hecho más complejo el acto de adquirir bienes y servicios: se buscan detalles sobre cada objeto de manera obsesiva, se compara hasta el cansancio antes de decantarse por una marca sobre otra, lo que produce nuevos niveles de ansiedad en los compradores. Un ejemplo audiovisual se da en la serie de televisión The Big Bang Theory cuando, más allá de la exageración propia de una sitcom, Sheldon Cooper tiene problemas a la hora de definir la adquisición de una nueva consola de videojuegos: ¿Play Station 4 o Xbox One?

La sociedad de consumo ha logrado mercantilizar todas las esferas de la vida humana y ni siquiera los actos más básicos como jugar, correr o comer se escapan de las consecuencias. No basta con salir en las mañanas a correr por el parque, no, es “necesario” equiparse con ropa deportiva Adidas, zapatillas Nike, pulsera inteligente con monitor de actividad física y más. No es posible elegir dónde cenar entre los restaurantes de la zona sin antes consultar las reseñas de los usuarios en la página de los locales, si alguno regala cupones electrónicos o anuncia sus especiales exclusivamente por Internet, mejor.

En los aspectos materiales el hiperconsumo es una consecuencia del hiperindividualismo, los bienes en el entorno familiar han perdido su calidad colectiva. Los tiempos en que cada hogar tenía una radio, un teléfono, un automóvil, una televisión, han quedado muy atrás; en la actualidad cada miembro de la familia tiene su propio lote de equipos, celular, pantalla inteligente, computadora... La adquisición de este tipo de aparatos en grandes cantidades se considera totalmente normal, incluso en hogares con ingresos modestos hay una media de tres televisores. Además, los modelos nuevos sustituyen a los viejos cada vez con mayor velocidad, la obsolescencia de los dispositivos tecnológicos puede instalarse en cuestión de meses.

Los riesgos del hiperconsumo son sobre todo emocionales: se generan ansiedad, sensación de vacío y soledad. El placer que genera la adquisición de bienes y servicios es completamente efímero, lo que lleva a trastornos como las compras compulsivas y el endeudamiento extremo para poder mantener estilos de vida basados en la adquisición perpetua de “lo último”. La tradicional práctica del ahorro ha sido sustituida por la inmediatez de la deuda.

Lipovetsky sugiere no olvidar lo siguiente: los individuos somos algo más que simples consumidores, somos capaces de crear, además de objetos, vínculos. Contra el hiperconsumismo que no se traduce en felicidad, un remedio consiste en buscar refugio en la cultura en vivo y las relaciones fuera de la pantalla.

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Juliet B. Schor. Foto: Women’s Forum for the Economy & Society

Juliet B. Schor

Es una economista estadounidense, se contrató con varias agencias publicitarias lo que le dio experiencias y material de primera mano para desarrollar un tema que la fascinó desde sus días como estudiante universitaria: las estrategias mercadotécnicas y el diseño de publicidad dirigidas a los niños. Explora ese tema en su exitoso libro Nacidos para comprar. Los nuevos consumidores infantiles (2004), centrado sobre todo en las técnicas de comercialización a través de la televisión y cómo han desembocado en el surgimiento de nuevas dinámicas de consumismo infantil.

Los niños pasaron de ser un sector prácticamente ignorado por los grandes productores y las agencias de publicidad a ser uno de los grupos más codiciados, dejaron de concebirse como seres fáciles de contentar con objetos de baja calidad para convertirse en actores económicos por derecho propio, poseedores de múltiples líneas de productos diseñadas específicamente para ellos. Parte de la explicación se encontraría en la sobrecompensación material culposa de los padres ausentes, otra parte yace en el consumo desmedido, y en algunos casos sin vigilancia, de diversas tecnologías y medios de comunicación como la televisión o el Internet, éste último cada vez más normal entre niños cada vez más pequeños. Además a la infancia también se le ha inoculado que los prestigios individual y familiar dependen de los objetos que se poseen, más grave aún es la sinonimia entre ser un hijo amado y ser un niño con juguetes, tecnología, ropa de marca, etcétera, todo en abundancia. La publicidad comienza a condicionar desde muy temprana edad los “gustos”, lo que deseamos (o creemos que deseamos) tener, también lo que creemos ser.

El fenómeno del consumismo infantil adquiere más interés si se considera que sus protagonistas son seres que usualmente no tienen una auténtica capacidad de compra, no una propia, puesto que dependen de los adultos (padres o tutores, habitualmente) para su manutención y la adquisición de bienes tanto necesarios como superfluos. La clave radica, en buena medida, justo ahí, en esa importante distinción: los infantes de hoy no son primordialmente compradores sino consumidores que al crecer repetirán los patrones que han aprendido y creerán firmemente que forman parte esencial de un entramado social en el que deben sobrevivir a como de lugar.

En un libro anterior, The overspent American: Why we want what we don’t need (1997) —no ha sido traducido al español— exploraba el florecimiento económico de Estados Unidos en la década de los noventa y sus consecuencias tanto positivas como negativas. Una de sus conclusiones es que las raíces consumistas norteamericanas se encuentran en un cambio de valores en el esquema del ciudadano promedio. Durante muchos años la consecución del confort fue la aspiración nacional; desde hace tiempo esa idea ha sido sustituida por la aspiración al lujo. La población ha llegado a aceptar que las dinámicas sociales “exigen” la adquisición creciente de lujos como equivalentes de bienestar y evidencias de aumento en la calidad de vida; soslayan que su obtención implica aumentos drásticos en la jornada laboral, disminución del tiempo de ocio y de atención al núcleo familiar, entre otros males. Las personas tienen cada vez más posibilidades de obtener una mayor gama de bienes y servicios, pero se encuentran con menos tiempo disponible para disfrutarlos.

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Foto: Steve Cutts

Steve Cutts

Este artista visual inglés frecuentemente utiliza su trabajo, principalmente ilustraciones y cortos animados, para denunciar y satirizar los excesos de la vida moderna, las trampas publicitarias, el creciente individualismo y la peligrosa indiferencia social ante los problemas globales. Conoce bien el mundo que critica, durante años trabajó para una prestigiosa agencia creativa londinense y colaboró en el diseño de campañas publicitarias para monstruos empresariales como Coca-Cola, Sony, Toyota y Google. En 2012 decidió renunciar, convertirse en trabajador independiente y dedicar sus talentos creativos a intentar hacer una diferencia. Se ha referido a la locura de la humanidad como un pozo infinito de inspiración.

Su primer corto animado, MAN, publicado en diciembre de 2012, cuenta con casi 25 millones de reproducciones en YouTube. En 3 minutos y medio muestra la conducta depredadora que nuestra especie realiza contra el medio ambiente y los animales en un afán ilusorio de progreso y comodidad que no puede acabar más que en la destrucción del entorno. El artista lo describe simplemente como “una mirada a las relaciones de los hombres con la naturaleza”.

Happiness es su corto más reciente, lanzado mediante su canal de YouTube hace apenas unas semanas ya cuenta con más de 1.3 millones de reproducciones. En escasos cuatro minutos presenta a los miembros de la sociedad actual como ratas embarcadas en cumplir con rutinas de trabajo esclavizantes para obtener dinero suficiente y poder adquirir cada vez más objetos, sustitutos de experiencias reales en la firme creencia de que están haciendo una inversión para conseguir felicidad. Cuando los autos, la ropa y los gadgets fallan aún queda el refugio del alcohol y los medicamentos antidepresivos. Nada queda a salvo en este video: Disney, la industria farmacéutica, la brutalidad del Black Friday y más.

Cabe destacar su colaboración con el cantante Moby, los videos realizados para dos de sus sencillos. En palabras de Cutts, pretenden representar “el consumismo, la codicia, la corrupción y en última instancia nuestro potencial autodestructivo”. Are you lost in the world like me? (2016) tiene por tema central a las masas obsesionadas con los celulares. La paulatina deshumanización de la sociedad, la incapacidad para interactuar con otras personas más allá del emoticón, la indiferencia ante todo —bueno y malo por igual— lo que no se observa en los aparatos, el uso de las redes sociales para avergonzar a las personas y las fatales consecuencias que estas conductas pueden acarrear, la explotación de las tragedias para la promoción de la propia imagen, la máscara de felicidad que muchas personas usan en Internet como paliativo para el vacío de su existencia. También se pone de manifiesto el desconcierto, la tristeza y el aislamiento de los pocos que no padecen la adicción, la frustración de no encajar y los infructuosos intentos por revertir las tendencias, finalmente autodestructivas, que implica el uso de la tecnología como sustituto de la vida.

In This Cold Place (2017) aborda principalmente temas políticos y sociales como guerra, discriminación, acoso sexual, corrupción, el maltrato animal en la industria alimentaria, el riesgo perpetuo de un ataque nuclear, incluso hay algunas alusiones claras al presidente estadounidense Donald Trump. En resumen, se trata de los horrores del presente mostrados a través de una gama ecléctica de dibujos animados y videojuegos típicos de las décadas de los ochenta y noventa, todo transcurre en la pantalla de un televisor, ante los ojos impotentes, aunque cada vez más decepcionados y alienados, de un personaje que pasa de la niñez a la adultez mientras todo en su entorno colapsa.

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Foto: e-Flux

Julieta Aranda y Anton Vidokle

Ella es mexicana, él ruso, viven y trabajan dividiendo su tiempo entre Berlín y Nueva York, ambos son artistas. Aranda y Vidokle no se hacen ilusiones y rápidamente notaron que el consumismo también ha invadido el ámbito en que se desenvuelven. Negar el fenómeno de la mercantilización del arte o la existencia de las tendencias consumistas en esta esfera no proporciona ninguna solución, estas manifestaciones difícilmente van a desaparecer e ignorarlas o aceptarlas pasivamente es casi fomentarlas. Estos dos personajes se embarcaron en una búsqueda de formas de intercambio y consumo más humanas, menos despersonalizadas; optaron por diseñar y echar a andar distintos proyectos para presentarle una buena batalla al consumismo. Sus iniciativas están pensadas y enfocadas en las necesidades de la comunidad artístico-cultural.

• E-flux video rental (EVR), ¿recuerdan los videoclubs? Esos establecimientos fueron, durante mucho tiempo (antes de Internet y la sobreabundancia de la piratería), una de las opciones más extendidas para acceder a una vasta colección de películas. En la era de los formatos Betamax y VHS la dinámica de la renta de estos materiales fue extremadamente popular. EVR (2004) conjugaba un videoclub, una sala pública de proyecciones y un archivo. La colección original comprendía más de 500 películas de cine de arte, seleccionadas de entre la oferta internacional con ayuda de un gran grupo de curadores, artistas y expertos. En sus inicios tenía sede en el número 53 de la calle Ludlow en Nueva York, posteriormente se convirtió en un proyecto itinerante, presentándose en distintas locaciones del mundo. En 2011 la colección al completo fue donada al Museo de Arte Moderno (Moderna galerija) en Liubliana, Eslovenia, donde se encuentra en exhibición permanente.

• Pawnshop (2007) significa, literalmente, tienda de empeños, este proyecto contó con la colaboración de la artista Liz Liden y como su nombre indica era una casa de préstamos prendarios, aunque una bastante atípica; no recibía los objetos habituales en este tipo de negocios, como electrodomésticos o joyería, se dedicaba en exclusivo a pignorar trabajos artísticos. Su inventario original contaba con 60 obras de arte, empeñadas por artistas invitados exprofeso a participar y echar a andar la idea. Tras su inauguración cualquier creador que lo deseara podía empeñar sus obras; transcurrido un periodo de 30 días las piezas que no hubiesen sido recuperadas por sus dueños se ponían a la venta; así, el local funcionaba también como exhibición temporal y galería.

• SUPERCOMMUNITY (2015) fue un programa editorial diseñado con ayuda de Brian Kuan Wood para una Bienal de Venecia y patrocinado por el centro de arte contemporáneo Wuhan Art Terminus (WHAT) en China, el museo Remai Modern Art Gallery de Saskatchewan (Canadá) y Microclima una división de apoyo cultural con sede en Venecia. Durante cuatro meses publicaron un texto por día en dos soportes: físico desde su stand en la Bienal, y en línea; luego, se formó una revista mensual compilando las producciones recibidas. Tuvieron una gran cantidad de colaboradores entre artistas y teóricos lo que resultó en una variedad de géneros como ensayos, poemas, cuentos cortos, obras de teatro, guiones y algunas formas de literatura experimental. Entre los temas más abordados se cuentan la globalización, la corrupción, el desastre ecológico y críticas al mundo del arte contemporáneo, sus manejos y perversiones.

• Time/Bank fue fundado en 2009 bajo dos premisas: cualquier persona que se dedique a la realización de actividades culturales tiene habilidades valiosas que frecuentemente se desaprovechan, y, en segundo término, es posible desarrollar y sostener modelos económicos alternativos conectando a demandantes que tienen necesidades específicas, difíciles de cubrir, con los oferentes desconocidos que pueden satisfacerlas.

Idealmente Time/Bank aspira a convertirse en un espacio en el que ciertas capacidades, acciones e ideas menospreciadas o ignoradas en los mercados tradicionales, sean reconocidas y valoradas. En la práctica es una plataforma en la que artistas, curadores, escritores y otros especialistas “intercambian” sus habilidades, se ayudan los unos a los otros mediante transacciones en las que no interviene el dinero. Ni dólares, ni pesos, ni euros, ni yenes, ningún tipo de valor respaldado por el Estado, la unidad de intercambio, como el nombre indica, es el tiempo. Hay “billetes” —diseñados por distintos artistas— de 30 minutos, una hora, seis horas, medio día y un día. La paridad de intercambio es de hora por hora, por ejemplo, si el usuario A necesita ayuda para montar una exposición el usuario B ofrece una hora de su tiempo a cambio de una hora de los talentos de A en otra actividad, como puede ser la edición de un video. En caso de que a B no le resulte útil o atractivo lo que hace A, puede aceptar un vale y ofrecerlo a un usuario X.

Time/Bank cuenta con sucursales físicas en Fráncfort, Sídney, Nueva York, Varsovia, Bristol, La Haya, Bruselas, Moscú, Sherbrook (Canadá) y Liubliana (Eslovenia). También es posible convertirse en miembro a través de su portal: http://www.e-flux.com/timebank/user/register.

Esta idea ha sido retomada por otras personas, en otros lugares, con la intención de que estas formas de intercambio no sean exclusivamente para la comunidad artística. La plataforma en línea www.cronobank.org intenta convertirse en una red global libre de cualquier tipo de discriminación. Su objetivo es “el acceso fácil a muchos beneficios sociales, como Bienes, Servicios, Conocimientos y Alojamiento, a cambio de las habilidades de cada uno, dentro de un sistema económico basado sobre la relación entre personas y el intercambio de Tiempo”. Desde clases de yoga, pasear al perro, manualidades, asistencia contable, recetas de platillos regionales o consejos de viaje, todo vale. Una de sus ventajas es que habitualmente lo que se intercambia es disfrutado por el realizador y el destinatario, frente al sistema laboral en el que muchos realizan trabajos que no les complacen a cambio de dinero.

Aunque esté experimentando un nuevo auge, como lo demuestra la existencia de una Asociación para el Desarrollo de los Bancos de Tiempo, (http://adbdt.org/), la “moneda-tiempo” no es un invento del siglo XXI. El primero en intentarlo fue Robert Owen, socialista utópico británico, que en 1832 fundó la Bolsa Nacional de Cambio Equitativo del Trabajo, donde algunas cooperativas vendían sus productos a cambio de “billetes de trabajo”, el sistema se vino abajo rápidamente. Un experimento mucho más exitoso fue la Cincinnati Time Store de Josiah Warren —a quien se considera el primer anarquista estadounidense a pesar de que él nunca se definió como tal— que operó de 1827 a 1830 con un sistema de “trabajo por trabajo” respaldado por “pagarés” que obligaban a realizar un determinado tiempo de labor. También fundó dos comunidades mutualistas, Utopía (Cincinnati) y Tiempos Modernos (Long Island) que se mantuvieron durante cerca de una década.

Estas iniciativas, por muy noble que sea su origen, no están exentas de riesgos. El concepto del tiempo como moneda de cambio, hasta aquí presentado como una forma de resistencia ante el capitalismo consumista, también tiene su lado distópico. El escritor Harlan Ellison, en su cuento ¡Arrepiéntete, Arlequín!, dijo el señor Tic-tac (1965), y el cineasta Andrew Niccol, en la película El precio del mañana (2011), exploran un tétrico futuro en el que el tiempo de vida se ha convertido en la única forma de pago y es necesario trabajar para obtener algunas horas, en esos mundos la expresión “vivir al día” se toma en sentido literal. Ningún sistema, parecen advertir narrador y director, es incorruptible.

Los expertos coinciden en una cosa: el consumismo difícilmente va a desaparecer, ha llegado para quedarse y le hemos permitido instalarse. Sin embargo, no todo está perdido, como individuos es posible y conveniente reflexionar sobre el tipo de relación que tenemos con lo material, ¿estamos consumiendo o siendo consumidos? En cuanto a lo colectivo, una vía es utilizar el potencial creativo para encontrar formas alternativas de consumo. La batalla está en curso y hasta ahora ningún sistema económico ha sido eterno.

Correo-e: [email protected]

Escrito en: cada, tiempo, sido, consumo

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