La sombra me pareció conocida. Nunca me la había topado. Los lugareños me decían que cuando la vieja casa se quedaba sola esa sombra iba y venía por las habitaciones. Se miraba en el espejo de nueve lunas del ropero; permanecía absorta ante el retrato de esa mujer que nadie recuerda ya quién fue; estaba largo rato de pie en el sitio donde se suicidó aquel antepasado nuestro cuando apostó su hija a una carta y la perdió.
Anoche finalmente vi a la sombra.
La miré, y ella también me vio. Me vio como si se mirara en el espejo; como si fuera yo también el retrato de alguien a quien se ha olvidado ya; como si dentro de mí hubiese muerto el alma de un suicida.
Después de un largo tiempo de silencio le pregunté a la sombra:
-¿Quién eres?
Me respondió:
-Soy tú.
Y añadió luego:
-Y tú eres yo.
¡Hasta mañana!...