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Dios y hombre se encuentran en la Alianza

HÉCTOR GONZÁLEZ MARTÍNEZ

HÉCTOR GONZÁLEZ MARTÍNEZ

Es un momento oportuno para dejarnos interpelar por la Palabra de Dios, para preguntarnos si realmente nuestra fe y nuestra vida coincide con lo que el Señor nos manifiesta y quiere de nosotros.

El texto de la primera carta a los corintios nos dice que los judíos pedían señales (v.22a). Para el pueblo judío Dios debía seguir manifestándose a través de prodigios, como lo había hecho en el pasado cuando condujo al pueblo desde Egipto a la tierra prometida. De ahí, que esperaran un Mesías poderoso, que los guiara en la lucha contra la opresión de los romanos.

Eso no les escandalizaría, pero Jesús los escandaliza. No podían aceptar que el Mesías fuera un humilde carpintero, que naciera en una cueva o que viviera en una aldea despreciable de Galilea, y muchísimo menos, que muriera colgado de un madero. Y los griegos tampoco encontraban sabiduría en la cruz. Si miramos hoy los avances de la ciencia, el hombre ha puesto su confianza en los avances tecnológicos por las muchas conquistas conseguidas en el mundo de la medicina, de la astronomía, electrónica, etc. Los hombres, generación tras generación, somos reacios a entender, un poco al menos, este gran misterio. Y cuando el hombre se basta a sí mismo, es una aberración pensar en la cruz, pues los judíos piden signos, los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles (v. 22-23). Quienes se dejan seducir por él, en cambio, y en él entran por la fe y la humildad, logran para sí la auténtica sabiduría y son capaces de despertar el interés por ella en los demás. S. Pablo recalca que lo más insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo más débil de Dios es más fuerte que los hombres (v. 25). Sin el Cristo crucificado no se puede edificar nada verdaderamente salvador, porque es en la cruz donde se ha mostrado la potencia de Dios para vencer al pecado. Sin este acto de sumo amor redentor, no hay ningún proyecto verdaderamente liberador y humano. La cruz es el mensaje culminante del amor que pasa por la humillación y la obediencia a Dios hasta la muerte (Flp 2,8).

El evangelio de S. Juan nos presenta un signo que los judíos tampoco quieren entender. Al principio de la vida pública de Jesús, -al contrario de lo que hacen los sinópticos y en discusión con los judíos- nos presenta la purificación del templo de Jerusalén, cuando se acercaba a la celebración de la Pascua judía. Los judíos interpretan literalmente las palabras de Jesús "destruid este templo y en tres días lo reedificaré" (v.19), no le comprenden y le piden signos, no comprenden que lo que se debe destruir es todo aquello que obstaculiza la presencia de Dios en la vida del hombre. Y esta era y es la única finalidad del templo. Si se convierte en mercado, se transformaba en anti-signo y se debe volver a su función primitiva. Al hablar Jesús de la destrucción, no se está refiriendo a la destrucción del templo material donde estaban comprando y vendiendo animales para los sacrificios, sino que les está hablando de su resurrección: destruid este templo, y en tres días lo levantaré (v. 19). S. Juan aclara el verdadero sentido de las palabras de Jesús: pero él hablaba del templo de su cuerpo (Jn 2,21). La presencia de Dios se desplaza del templo de piedras a la presencia real y auténtica en el mismo Jesús, en su propio cuerpo, y en todas aquellas personas que viven y le acogen con fe. Jesús será el verdadero templo en el que Dios se hará presente a todos los hombres, y en quien los hombres podrán entrar en comunión con Dios. Se opone Jesús a que Dios se convierta en un ídolo, en torno al cual se monten negocios e intereses. Para que sea posible esta presencia es necesario morir al pecado, porque el pecado es el que convierte la vida del hombre en un mercado.

De ahí que la liturgia nos invite a luchar especialmente en la Cuaresma contra el pecado, con la mirada puesta en la resurrección, en la Pascua. Como a Jesús también nos debe devorar el celo de la casa de Dios el deseo de que la presencia de Dios sea plena en todos los hombres.

Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura, y la palabra que había dicho Jesús (v.22). Este debiera ser el proceso de cada cristiano y la dinámica que continúa en nuestras celebraciones, el Espíritu Santo es quien hace que nos recordemos de la Palabra de Dios, que lo proclamemos y confesemos. La Palabra de Dios nos invita a hacer un examen profundo sobre nuestra fe. Nos puede resultar muy cómodo y tranquilizador pensar que Dios habita en templos de piedra, que Dios nos pide un culto tranquilizador de nuestra conciencia, pero ese no es el Dios de Jesús. El verdadero culto a Dios pasa necesariamente por el amor al otro, (1ª lectura), relativizando la multitud de normas y preceptos en los que, según la interpretación farisea de la ley, se expresaba la voluntad de Dios. El culto no puede ser un pretexto ni ocasión para el lucro. Es intolerable cometer abusos bajo el nombre de Dios.

Escrito en: Episcopeo Dios, Jesús, templo, presencia

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