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Ing. Enrique Rodríguez Nájera, una vida ejemplar dedicada a la educación en Durango

LETRAS DURANGUEÑAS

Ing. Enrique Rodríguez Nájera, una vida ejemplar dedicada a la educación en Durango

Ing. Enrique Rodríguez Nájera, una vida ejemplar dedicada a la educación en Durango

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Por los pasados años setentas, quienes cursaban la secundaria en la entonces llamada ETIC 101, al asistir a la pequeña biblioteca de la institución –en donde, por cierto, se podía también sacar el tablero de ajedrez- los estudiantes con algo más de atención podían observar en una de las paredes el cuadro que lucía la fotografía del destacado profesionista que había tenido el honor de fungir, no hacía mucho, como el director inicial de la escuela. La imagen, en blanco y negro, era del Ing. Enrique Rodríguez Nájera, en esa condición privilegiada dentro del plantel educativo. Poco a poco conocí más ¿quién no?- de tan destacada trayectoria, ligada siempre a las labores docentes. Y más tarde, tuve la fortuna de tratarlo cuando me encomendaron, en 1997, la breve reseña acerca del Ing. Manuel Peyro Carreño, una de sus más reconocidas amistades.

Sin embargo, en los cimientos resguardados de sus numerosas tareas, de su entrega generosa al servicio público, y con un sólido respaldo moral, energía espiritual que venía de su pueblo y de su gente, como ya se verá, hay una historia que era necesario contar, y en el caso de los lectores, conocer: sus orígenes, los beneficios que solamente se pueden recibir de un hogar apoyado en los auténticos valores, la pasión posterior por el deporte del básquetbol, los estudios superiores, el amor a la nueva familia (la compañía invaluable de la señora María Teresa Gándara Moreno, su querida esposa), los proyectos emprendidos ya en su desempeño diario. Una vida ejemplar, en suma, dedicada a la educación en Durango. Este libro que hoy ve su luz editorial, Testimonios de gratitud, nos invita a recorrer ese viaje personal que, a su vez, se integra a un contexto más amplio: el de nuestra memoria colectiva reciente.

Pero no se suponga que mientras doblemos las primeras páginas, estaremos solamente frente a un curriculum vitae más o menos extendido. Nada más alejado que ese frío formato, por útil que sea para otros proyectos, que esta amena y presente selección de breves escritos, integrada por los recuerdos de las lecciones recibidas de parte de no pocos personajes locales y de otros ámbitos, y con el subrayado adicional de ofrecernos en unas cuantos trazos los perfiles humanos del Lic. Ángel Rodríguez Solórzano, don Fermín Núñez, el profesor Enrique W. Sánchez, el maestro Francisco Montoya de la Cruz, el Dr. Héctor Mayagoitia Domínguez, para citar algunos nombres representativos. El que honra –señala la sabiduría popular- se honra.

Conocido, pues, principalmente por su esfuerzo y compromiso como funcionario, seguramente estos apuntes nos van a revelar otras facetas desconocidas de don Enrique, si no es para su círculo más cercano. Sus paseos a caballo, disfrutando las fragancias de las plantaciones, el paso de una niñez de buenas condiciones económicas a las carencias materiales que lo llevan a recibir las becas que le permitirán continuar con sus aprendizajes escolares posteriores. Otro apunte –anoto de paso-, por demás interesante, lo constituye la remembranza de sus antecedentes más lejanos, en donde se asienta la participación de uno de sus tíos abuelos en la lucha revolucionaria de 1910. O esas evocaciones más sentimentales que recuperan –desde aquella población de Francisco I. Madero de la década de los cuarenta-, la presencia fundamental de sus padres: la fuente religiosa, por un lado, y la voluntad emprendedora por el otro (el entierro del caballo de su padre, por ejemplo, es un relato de verdad conmovedor). Herencias que serán definitivas para pulir la viga maestra de la trayectoria que nos ocupa.

Y al ir avanzando por el libro, confirmamos la pertinencia del título. Ante todo la obra quiere ser un agradecimiento abarcador –y un abrazo- a las personas que de alguna manera influyeron en este camino existencial. Aparecen ciudades de residencia, profesores, amistadas, compañeros de trabajo. Como la maestra María Antonieta Muñiz, que le dedicó a nuestro autor estos versos, parte de un magnífico soneto: “Hacer el bien a quien lo necesita/ completamente, en el instante mismo/ que la necesidad abre su abismo, / no es práctica común que se ejercita/. Un alma se requiere alta y bendita, / despojada del mísero egoísmo, / cimentada con firme cristianismo/ que el amor hacia el prójimo concita”. El poema es, digo aquí sinceramente, un retrato fiel de su destinatario. Así, al volumen que tenemos en las manos lo van animando diversos climas emocionales, en la que no faltan, por supuesto, y tratándose de un carácter jovial y alegre, las escenas divertidas.

El Ing. Enrique Rodríguez Nájera supo en sus primeros años lo que era la tierra fértil, la semilla que promete, las lluvias que levantan con vigor al maíz y al frijol. El verde extraordinario que se multiplica por los cuatro costados de la hectárea, como una parcela asimismo llena de esperanza. Para llegar después a recoger las mazorcas doradas para el bienestar de los suyos. Porque nunca ha dejado de ser un hombre de campo. Sigue siendo un sembrador. Cultivar es educar. Y ahora, con merecida justicia, rodeado de auténtica estimación y respeto, le han llegado los tiempos de la buena cosecha. (Prólogo a la obra de referencia, misma que se presentará públicamente el próximo 25 de septiembre en el Instituto de Bellas Artes de la UJED, Negrete esq. con Bruno Martínez, a las 19: 00 horas).

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS Enrique, Rodríguez, Ing., María

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