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ITINERANTE

Canta y no llores

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SAC

Sueño que tiembla y me despierta la alerta sísmica. Es 19 de un mes que no es septiembre, pero el recuerdo es el golpe de un látigo que se estira diez meses. Para los turistas, los nuevos en la ciudad o quiénes no estaban aquel día, la alerta, la evacuación, el movimiento de la tierra, es una anécdota más. Para los que estábamos, es como andar constantemente de puntillas en una cristalería y de pronto notar que todo se ha venido abajo.

Es cualquier día de la semana y me despierta el 'Cielito Lindo', cortesía de un organillero. Sé que el sonido viene de una calle cercana, pero es tan fuerte que parece que está bajo mi departamento o bajo una de las ventanas del edificio naranja que me recuerda, diario, que somos tan frágiles como la tierra lo decida. Mientras me visto, recuerdo la pregunta de Nezahualcóyotl:

¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?

Nada es para siempre en la tierra

Sólo un poco aquí

Aunque sea de jade se quiebra

Aunque sea de oro se rompe

Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra

No para siempre en la tierra

Sólo un poco aquí

Escucho el 'Cielito Lindo' en el estadio en el que México le ha ganado a Alemania. Sin tiempo para darme cuenta, empiezo a llorar. Sé por qué lo hago. Entro a Twitter. Leo el tuit de @ValBeatles: 'Vamos a ser esa generación de viejitos que vivió el terremoto del 19S que se va a emocionar al escuchar 'México lindo y querido' y 'Cielito lindo''.

Tres escenas que lo describen todo.

***

La historia dice que el 'Cielito Lindo' fue compuesto en 1882 por Quirino Mendoza, un músico de Xochimilco. De acuerdo a Ricardo Lugo Viñas, "se tiene registro de numerosas canciones que llevan el título de Cielito lindo en México durante todo el siglo XIX y el XX, y aun con anterioridad". Pero la que conocemos, la del lunar junto a la boca y los ojitos negros de contrabando, se ha convertido en un himno que sale de nosotros no sólo cuando estamos felices, también cuando necesitamos consuelo.

***

El 18 de septiembre de 2017 me rebané media mano mientras intentaba partir un melón para cenar. Había llegado tarde de la universidad, estaba cansada y distraída. Improvisé un vendaje y me fui a la cama, esperando que el sangrado parara.

Soy, casi todo el tiempo, una controladora obsesiva.

Pero me gusta creer. Saber que hay cosas más allá de mi control. Lo real maravilloso.

Buscar señales, como siempre he escrito.

Al día siguiente, dejé unas uvas secando en una mesita del departamento. La mesita se mueve cuando alguien camina muy rápido. También tintinean los vasos, vibran los libros.

Cuando horas después atravesé la calle descalza y bastante aturdida, hubo un señor que me abrazó y me dijo que mi edificio no tenía daños. Cuando bajé la mirada para marcarle a mi mamá el hombre había desaparecido.

Cuarenta minutos después decidí regresar al departamento, y recordé, mientras subía las escaleras, los objetos estrellándose que escuchaba mientras la puerta de mi casa se trababa por el movimiento y me impedía salir. Pero al abrir la puerta, descubrí que no había ni siquiera una uva en el suelo.

No recordé la herida en mi mano hasta que, alrededor de las ocho de la noche, en una cadena humana para retirar escombros en la Condesa, un señor vio mi mal vendaje y me preguntó si estaba bien. La cicatriz apareció hasta octubre.

***

'Desde que llegue´ a vivir a Ciudad de Me´xico asumi´ que me tocari´a mi temblor. Que todos quienes vivimos aqui´ debemos pagar una cuota con esa Tierra que tiembla, que se fractura, que se abre', escribió Daniela Rea en 'Alguien moverá edificios enteros'. Hace un par de semanas, un amigo extranjero nos preguntó a Lorena y a mí si era verdad que un sismo como el de septiembre te cambia la vida. 'Sí', respondimos al unísono.

Estaba en Álvaro Obregón, buscando a Luis, cuando escuché el Cielito Lindo por primera vez en esos días de 'mi' temblor. Aún era 19 pero ya anochecía. Las calles aún olían a gas. La canción era un esfuerzo colectivo por seguir sus propias instrucciones: canta y no llores. No llores, no te quiebres, porque esto no se trata de ti, que estás aquí, afuera, que puedes irte cuando quieras aunque no lo harás. Porque no es tu corazón el que debe alegrarse ahora, ya lo hará después, es el de quiénes esperan bajo las ruinas de los edificios.

***

Tengo una botella de agua vacía que dice 'ánimo', en mayúsculas y marcador negro. Un par de converse que no volví a utilizar. Una foto que le mandé a mis amigos cuando me quité los guantes y descubrí que el esmalte de mis uñas había sido arrancado, dejando un rastro blanco que llegaba hasta la muñeca. Escuché a un brigadista narrar cómo no pudo rescatar a un hombre que ya había extendido su mano hacia él. Odié a los periodistas que llegaban en tacones o traje. Me peleé con un par de camarógrafos que impedían que los brigadistas pudieran llegar a la comida que había para ellos. Luego, en la madrugada, les regalé café. La última noche, cuando ya era la última en salir del centro de acopio y mis compañeros estaban a salvo al otro lado de la barrera de funcionarios, le grité a los encargados de gobierno que se estaban robando los donativos. Huí de ellos manejando un carrito de supermercado. Tengo grabados los puños en alto, los ojos de quiénes se negaban a comer y sólo pedían café cuando el suero se había acabado, los de aquellos que en la madrugada te ofrecían su chamarra, el peso de los escombros, lo mucho que quería manejar bien la carretilla y no arruinarlo todo, la amenaza del pánico y el día que finalmente llegó, el silencio en la oscuridad cuando había esperanza. Y tengo grabada la impotencia. El día que me di cuenta que ya no era más la misma niña que se había rebanado media mano intentando partir un melón. El momento en que descubrí que las raíces que creí no tener se habían abrazado a esa ciudad que al mismo tiempo era trampa y paraíso. Y la voz de Nezahualcóyotl me acompaña como un recordatorio:

No para siempre en la tierra Sólo un poco aquí.

Twitter: @SNGCalderon

Escrito en: ITINERANTE siempre, 'Cielito, mano, bajo

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