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El libro de quinto año

LETRAS DURANGUEÑAS

El libro de quinto año

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ALMA DELIA ANDRADE

Qué es una señora de “cierta edad” sino alguien a quien ya casi no se piropea ni mamasea en la vía pública (referencia masculina externa de envejecimiento).Te ves en el espejo y es lo que ves. Sinceramente no es que extrañes el piropo y mucho menos el insulto, sino, el saber que puedes despertar deseo. Te preguntas si ellas en sus espejos verán lo mismo que tú. Si se harán las mismas preguntas acerca de sus más o menos sesenta años de vida y de sus cuerpos envejecidos. Cuanto tiempo, cuantos años vividos, cuantas historias al encuentro por el placer de… ¿Verse vivas? ¿Haber sobrevivido a los divorcios? ¿Al marido? ¿A la soledad? ¿A los hijos? ¿A las hijas? ¿A los nietos y nietas?

Te da un poco de miedo pensar que no se respeten los destinos y todavía quede alguien por ahí queriendo alardear o condenar historias y tú ya no estas para esos cuentos. ¿Para qué vas? si acaso decides ir será por algo realmente especial, que tenga que ver con la memoria y el olvido. Si vas, seguramente será al encuentro con la infancia ¿con que otra cosa? Por lo que Blanca te ha contado, efectivamente olvidan para conmemorar y recuerdan para celebrar. No te gusta tocar esos recuerdos, tienen un ligero matiz de tristeza, pero ¿acaso no todo lo que ya se fue lo tiene?

Unas compañeras ya se fueron. Maru de cáncer y Elenita por decisión propia. Eso duele un poco. ¿Para qué vas? Redundas innecesariamente y te miras directamente a los ojos. No vienen palabras a tu mente pero tu cuerpo entero cuestiona el sentido de la asistencia, todo a tú alrededor excepto la mirada en el espejo se empieza a obnubilar. Desde el pecho, el corazón responde latiendo fuertemente, entonces la nostalgia emerge. Y qué es la nostalgia, si no aquello que nos permite pertenecer al pasado. El sentimiento que nos ancla con la memoria colectiva y en este caso con la remembranza compartida de la infancia. Acaso la nostalgia no será parte del alimento de quien sabe que la vida se acorta. La nostalgia es certeza de que algo hiciste y de que ya pasó, te dices. Piensas que vas con tus compañeras a mantener vivas a las niñas del Colegio Teresa. El espejo se aclara, te pones rímel. Vas.

¿Julia, ya se murió el padre Lalito? ¡Ay si claro! hace como seis años ¿Te acuerdas cuando llevaste el libro de tu papá y tuvimos que confesarnos? Más de cuatro señoras sueltan la risotada. La habitación es amplia y ventilada un poco a media luz, como el atardecer, como sus vidas. Hablan por turnos y a veces al mismo tiempo, alborotadamente.

Les gusta ese viejo café en el que impera la soledad y el olor a pastel de manzana. Las sillas son lo suficientemente cómodas como para albergar a los cuerpos sesentones de las mujeres, que a decir verdad, algunas han dejado crecer sus carnes en salva sea la parte. Sirven buenos pasteles, cafés y tés sin azúcar, para aquellas a las que el metabolismo les impide pasarse con los carbohidratos, no obstante, por el gusto de verse, ese día se dan algunos permisos.

Vas recorriéndolas con la mirada y aunque tenías casi cincuenta años de no ver a algunas, sabes que esos ojos oscuros y de pestañas largas son de Bertita; solamente ustedes que se conocieron de niñas, pueden develar atrás de los años como fachadas antigua, los rostros infantiles de casas antaño señoriales. Esos labios carnosos y sensuales son de Ana, en su rostro todavía puede verse un ángel, ella en sexto grado además de un ángel representó a la Reina Isabel la Católica, la que financió a Colón, Ana fue y es más hermosa que la Reina. ¡Eres Alma Delia! Me dice sorprendida de reconocerme según creo, pienso que no tengo tan cuarteada la fachada. A su lado está Lilia, de pie, no ha cambiado nada, unas cuantas arrugas y unos pocos centímetros más alta porque siempre fue bajita, la expresión si es muy diferente, sus ojos no ven con inocencia sino con un dejo de experiencia y dureza, parece una duquesa. Justina no necesita hablar, su expresión lo dicen todo, de alguna manera sigue teniendo cara de niña, sus manos persisten en danzar como garzas volando, se ríe como siempre, si yo hubiera llegado ciega, la risa la hubiese delatado. En el rostro de Graciela se ha instalado un poco de dureza, de desafío, por la postura que tiene sabes que debe seguir siendo retadora y traviesa. Fue una espina en el trasero de las monjas. Julia sigue teniendo un rostro dulce e inteligente, a pesar de su belleza un poco masculina, ella no hacía travesuras, su mayor problema fue llevar el libro.

Formadas por favor, nos dijo la monja, era viernes primero, la madre Inés… –la vieja Inés interrumpe Graciela- … nosotras que casi siempre éramos las primeras, ahora queríamos ser las últimas. ¿Verdad Ana? Ay sí yo tenía mucho miedo y hasta me sudaban las manos de pura vergüenza. Éramos seis o siete, estabas tú Alma Delia, María Eugenia, creo que tú Mariana. No yo no estaba. Bueno mmh Martha, Chacha, Tere, Pilar y Julia claro. Ay sí, pero ustedes bien que querían y que ahí estaban a ver, a ver, yo quiero ver, jajaja. Yo tenía miedo de que le fueran a decir a mi papá porque si se enteraba que le había sacado un libro de la biblioteca me iba a ir muy mal. Oye no, yo le tenía más miedo a condenarme en el infierno, porque no quería hacer penitencia como Carmelita, una Semana Santa de pura penitencia se sangró las rodillas y la Madre Superiora la puso de ejemplo como la más piadosa. La frase de tu compañera te hace ir al patio del colegio y ves a Carmelita rezar y recorrer de rodillas el rededor, tú vas por el mosaico y ella por el cemento rugoso, es ahí donde la piel se le desprende y la carne viva le empieza a sangrar. No puedes creer tanto sacrificio de una niña de diez años. ¿Cómo se sacrificará ella ahora?

Yo lo más que hice fue ponerme piedras en los zapatos. No mientas Graciela, bien que le hacías al cuento y chuequeabas nomás para que las mojas no te dijeran nada. Bueno pos la verdad sí, pero ya cuenten ¿qué hicieron? Pues como pensamos que el pecado era muy feo, nos pusimos de acuerdo en la fila y todas le fuimos diciendo al padre lo mismo. “Acúsome padre que he pecado contra el sexto mandamiento”, hincadita, casi lloro. A mí sí me preguntó los mandamientos uno por uno y me detuvo en el sexto, “no fornicarás” se oía bien feo. “¿Cómo fornicaste?” Me preguntó ¡Anda! se me torció la tripa. ¡Así que andaban de fornicadoras! Dijo Mariana riendo. A mí lo que me extrañó fue que solo me dejara de penitencia tres avemarías, ya me veía con tamaños azotes. Yo ya ni me acuerdo, lo que no voy a olvidar jamás es libro de anatomía, ahí descubrí que los sexos masculino y femenino no son músculos que se vean y que los cuerpos sin piel, no tienen para nada, de menos para mí, algún aliciente para fornicar. ¿Qué pensaría de nosotras el padre Lalito? Ay Anita pos lo que es. Jajaja pos lo que era, porque ¿a quién le quedan ganas? Ay pos a mi sí. ¡A todas no se hagan las santurronas! Que ya no estamos en el “Teresa”.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS libro, casi, ella, padre

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