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Procesos y desafíos de la lectura

LETRAS DURANGUEÑAS

Procesos y desafíos de la lectura

Procesos y desafíos de la lectura

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Durante el Congreso Internacional del Mundo del Libro (Ciudad de México, septiembre de 2009), Roger Chartier –uno de los de más notables tratadistas de los procesos de la cultura lectora- se hacía las preguntas que consideraba fundamentales a este propósito: ¿Qué se debe entender por “libro”, más allá de su visible materialización; ¿En el mundo actual ya está siendo gradualmente posible la “Biblioteca Universal”, imaginada por Borges? ¿Cómo se están dando en nuestros días las llamadas revoluciones de la lectura?

Es precisamente en este campo intelectual –de vislumbres, de proyecciones- donde se sitúa la obra que hoy se comenta: “Lectura y futuro” (Fondo Editorial Estado de México, 2015), de José Ángel Leyva.

Debo decir, en principio, que estas reflexiones son ante todo el testimonio de un lector, como se aclara, y cuyas motivaciones se desprenden de la cuestión recurrente “Leer, para qué”, especie de eje central de todo el ensayo.

Yo diría que más bien estamos de cara a una ontología de la lectura, un breve viaje a sus propias razones de ser. Así, el recorrido que hace el autor por temas como la realidad virtual, las interpretaciones críticas, las influencias del mercado y del cine, nos lleva a un trasfondo aún más sugerente: la soledad, el dolor o la muerte (y su necesidad de contraparte: encontrar un hilo conductor de vitalidad a nuestro alrededor), un todo, pues, integrado en un discurso apoyado por numerosas referencias textuales, para tratar de entender al final esa también resistente voluntad de la condición humana (representada por los verdaderos lectores) por descifrar, a su vez, los signos sembrados en la página.

Porque son muchos los desafíos que enfrenta la supervivencia –llamémosle así-de la lectura, una práctica –como sabemos- que se remonta a siglos de aprendizaje- ya que en ella se lleva intrínseca la defensa de la poesía y la libertad. Ni más ni menos. Leyva apuesta por la fuerza creativa de las grandes obras literarias: Después de enlistar a los escritores imprescindibles, el autor duranguense subraya a un tiempo convencido y esperanzado dos ejemplos: “Pedro Páramo (SEP, 1984) y Cien años de soledad (Diana, 1994) serán entre otras obras maestras, las portadoras de ese fuego literario que iluminará el camino de la lengua española en el futuro”.

Tal es el tono del texto que nos ocupa. Al desglose de alertas, ahondando en los entramados que nos han traído hasta aquí (profesores que no leen, programas educativos fracasados, la pérdida de valores éticos y estéticos, etc.), pasamos a la revisión de la herencia y al crepúsculo de las vanguardias. Y como los ensayos que ponen el dedo en la llaga, el escrito de Leyva no deja señalar con preocupación el desventajoso escenario que habitamos. Se enfatiza: “Lo que vivimos, vemos o sentimos no es exactamente el vacío, sino la vaciedad que nos provocan el vértigo, la rapidez, la sobreabundancia de ruido, la saturación de olores, la explosión de imágenes, la verborrea incontenible de los portavoces y los animadores, de los políticos y de los intelectuales, incapaces de hacer digestión en el banquete de los poetas y de los filósofos”. ¿No hay remedio? Ya se dijo: son los propios poetas, narradores y pensadores… –en lecturas públicas, presentaciones de libros…- quienes están dando la mejor de las batallas, como siempre ha sucedido.

La profundidad del núcleo de la propuesta, no ahoga, por supuesto, el placer de las referencias de respaldo, aunque esta estrategia textual frecuentemente corra el riesgo de convertirse en una casa de citas. Personalmente, escojo en especial los capítulos dedicados a “La muerte de Virgilio” (una chingonería de novela, donde las halla), y el apartado que cierra el libro con una aproximación al Quijote. Allá el poeta latino, con lo rollos de la Eneida, poseído por los demonios de la duda: ¿el poema, la obra abarcadora e inconclusa cura el sentimiento trágico de la vida finita? Acá, el hidalgo manchego se “burla” dice Leyva; “ironiza”, digo yo- “del tiempo, de la fragilidad de la memoria, de su drama”.

Permítanme ahora concluir con un apunte reinvindicatorio, si se le puede nombrar así. Ya se hizo costumbre en México que al hablar de la lectura nos ubiquemos por inercia en el muro de las lamentaciones. Falta mucho por hacer, es innegable (conformismo sería si no vemos nuestra realidad más dura), pero algo se ha logrado en los últimos años en favor de la promoción de la cultura del libro. Lo dice la valiosa y útil Encuesta Nacional de Lectura y Escritura 2015-2018.

Publicada bajo los auspicios del entonces CONACULTA, en un documento de doscientas páginas (se puede descargar en internet), se observan en ella comportamientos muy interesantes, registros reveladores –repito- sin dejar de lado la natural suspicacia que despierta toda estadística gubernamental. Veamos el dato quizás más llamativo. Luego de reseñar nuestras prácticas culturales, hábitos de lectura, recuento de bibliotecas y librerías, usos de las nuevas tecnologías de la información y comunicación, se da a conocer que actualmente en el país se lee más que en el pasado reciente. Subimos de 2.9 a 5.3 libros leídos por mexicano.

Si ustedes me preguntaran que si me convencen dichos números, yo les contestaría afirmativamente. Lo escuchado en congresos nacionales e internacionales sobre el tema, pero fundamentalmente con lo que he observado durante tres décadas de labor en esta área cultural, me lleva a tener una visión razonablemente más optimista del asunto que nos ocupa. La bibliotecas públicas, las de aula, las salas de lectura, los encuentros de lectores y de escritores (como este patrocinado por el IMAC), las páginas culturales de los periódicos, las revistas de divulgación literaria, histórica y científica (en la localidad “Contraseña”, “Durangueñeidad” o “Cantaletras”), han contribuido sin duda, junto a los casi dos mil libros -más los que se acumulen esta semana- de autor o de tema durangueños que se han editado desde 1985, a este repunte muy modesto si se quiere (comparado con los 47 libros que se leen por persona Finlandia, por poner el caso emblemático), y no obstante un vasito si no medio lleno, al menos que ya pinta algo en sus interior). Ya vendrán los análisis correspondientes de estas cifras (¿Qué indican los porcentajes de los que leen por encargo escolar o por gusto? ¿Qué tipo de libros se leen? ¿Dónde la cantidad, dónde la calidad?).

Por lo pronto es justo valorar obras como la Leyva, que invitan a seguir indagando en el fenómeno de la lectura. Al lado de los volúmenes de Gabriel Zaid, Felipe Garrido o Jorge Volpi Lavín, para no traer a cuenta más especialistas extranjeros como Michele Petit o Harald Bloom, el libro “Lectura y futuro” ya tiene también su lugar en atención de los usuarios.

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