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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

ARMANDO FUENTES AGUIRRE

Tengo en la sala de mi casa -que es la tuya- una chimenea. Ayer que la temperatura en mi ciudad bajó de cero la encendí y me senté luego en mi sillón Voltaire a leer las Confesiones de San Agustín mientras bebía a pequeños sorbos una taza de té de yerbanís. Las llamas de la chimenea, el té y el fuego que el santo puso en sus escritos dieron su calor a mi cuerpo y a mi alma.

Cuando el reloj de péndulo sonó la medianoche me fui a la cama. La tibia sábana, el edredón de plumas y la gruesa cobija "de lana y lana" tejida en los telares de Saltillo me quitaron al punto el frío del alma y el del cuerpo.

Ni siquiera acabé de recitar las oraciones que mi abuela Liberata me enseñó de niño y que por atavismo extraño -o por extraña devoción- rezo todavía a mis años: "Ángel de mi guarda, dulce compañía.". "Bajo tu amparo nos acogemos, oh santa madre de Dios.". Aquella piadosa lectura y estos piadosos rezos me cerraron los ojos, y me quedé dormido.

En mi sueño, no sé por qué, vi a muchos que no tienen chimenea, ni tibia sábana, ni edredón de plumas, ni cobija de lana y lana, ni han leído las Confesiones de San Agustín ni tienen té de yerbanís.

Ese sueño debería haberme despertado, pero no me despertó. Estaba demasiado dormido. Siempre estoy demasiado dormido.

¡Hasta mañana!...

Escrito en: Mirador cobija, Confesiones, chimenea,, demasiado

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