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Cuando estudiamos medicina

LETRAS DURANGUEÑAS

Cuando estudiamos medicina

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DR. FCO. JAVIER GUERRERO GÓMEZ

A muchos años de distancia, cuando se entreveran los recuerdos, nos damos cuenta de que existen algunos imborrables. Hoy soy un médico jubilado, y sin embargo jamás de los jamases olvidaré el primer año que pretendí estudiar medicina.

La antes Escuela de Medicina, hoy Facultad, de la Universidad Juárez de Durango con su azul presencia y sus muros de Alma Mater. “Entré a la escuela de Medicina / y luego, luego, me eché a vagar, / como era muncho lo que encargaban / los libros todos los fui a empeñar.”

Así comenzaba el corrido del estudiante de medicina, en aquellos lejanos tiempos de la década de los sesenta, en que la escuela me abrió los brazos. Ah… mi escuela, tan pequeña como la provincia y tan grande para dar médicos de reconocido espíritu científico, sus aulas nos separaban del mundo y nos introducían al camino de la ilusión, al vaivén del viento que mecía las ramas del sabino viejo, dábamos la última repasada a la clase en turno, mientras los rosales del jardín en lágrimas de rocío acaso nos presagiaban que a partir de allí, también lloraríamos lágrimas de sangre.

Era costumbre pelar a los alumnos de nuevo ingreso (generalmente por los reprobados), sobre todo a quienes no procedían de la Prepa diurna, porque han de saber que por lo bien acreditada su enseñanza, en la escuela había alumnos de Monterrey, de la Laguna, Mazatlán, Zacatecas, Guanajuato y hasta gringos.

Todo era felicidad hasta que llegaban las clases, sobre todo la Anatomía, el retén por el cual muchos futuros grandes galenos se quedaban sólo en ilusión, al reprobar tres veces la humana materia. Aquí no importaba el promedio, todo se compendiaba en el examen final, pero vayamos por orden.

La clase de Anatomía estaba dividida en tres partes: Anatomía humana, Anatomía clínica y Disecciones en cadáver, Ni a cual irle de difíciles. Nos dimos cuenta que nuestra memoria jugaría un importante papel. Fernando Quiroz, el autor del libro, se reiría de nuestros vanos intentos por aprender de pe a pa los vericuetos del organismo humano.

También comenzamos a comprender que una noche completa no bastaba siquiera para aprender la mitad de los doce pares de nervios craneales. En ese maravilloso tiempo no se castigaba los efectos de las anfetaminas (dexedrinas) y éstas eran abordadas por algunos estudiantes para ahuyentar al genio del sueño, a Morfeo, ingenuamente se ponían a machetear las clases que como por arte de magia se replegaba en las neuronas, como una leve mano de pintura transparente; al otro día se veían como zombis y lo peor del eso que todo lo aprendido se iba como por ruptura de encanto, hacia el pozo sin fondo del olvido.

El salón de disecciones, donde descansaban los cadáveres y a los que como buitres pretendíamos arrancarles el secreto de la ciencia: viendo, tocando y haciendo, en lo maravilloso del cuerpo humano.

Había en uno de los muros esos hermosos versos de la poeta Olga Arias que decían así: “Nuestro homenaje para el que inerte / sobre la plancha calla, / pues ante de irse a toral reposo, / nos dejará leer en su muerte / la luz que la vid ensancha.”

Necesitábamos de una buena vista y un mejor estómago, porque el aroma a cadaverina y a formol, hacia vomitar hasta lo que se habían comido tres días antes. A fuerza de asistir diariamente nos llegamos a acostumbrar a todo, al grado de poder comernos una torta (de don Loncho) allí mismo, sí nos lo hubiera permitido el Dr. Guerrero.

Descubrir capa por capa, desde la piel hasta lo más recóndito del cuerpo humano ¿Acaso buscábamos el alma? Cada intento era el comprender esa maravilla exacta: tejidos, venas, arteria, músculos huesos, órganos, etc. Era un universo ante nuestros ojos ávidos por desmembrar la anatomía, ante la mirada escrutadora y las palabras sabias, de nuestros maestros.

De ahí salíamos derecho al Ariel a darnos un chapuzón, mientras otros repasaban en voz alta la inervación del tríceps.

Claro que había otras materia que no eran una perita endulce, por ejemplo el complemento del estudio humano con la temida Histología, que celosamente impartía el Dr. Víctor Lara, se estudiaban microscópicamente los tejidos del cuerpo humano, era el otro coco del estudiante de primer año, en ese tiempo no había semestres, si se fallaba en alguna materia se tenía que cursar hasta el año siguiente. Bueno había la opción de presentarla en extraordinario, que por lo difícil se les llamaba exámenes extra imposibles. Los sábados eran días de deporte, las canchas siempre llenas en aquella competencias internas de basquetbol y volibol, que nos hacían sudar todo el estrés de la semana, los que jugábamos beisbol teníamos entrenamiento en los campos deportivos de la Prepa, bajo la dirección del tátaro, que casi parecían un castigo ya que nos hacia conocer a Dios en tierra de indios, pero eso sí para el Domingo estamos más filosos que un bisturí. La clase de Psicología nos la impartía el Dr. Vallebueno que era el director de la escuela y entre su tos y Freud quedábamos más tocados que Simonillo. La Embriología, el mismo Dr. Lara, para presentar los exámenes era costumbre asistir bien presentable, de traje pues, y además se daba permiso de fumar a los que tenían ese mal hábito. La degradación venía al entregar los resultados. Decía el Doctor Lara: fulano 3.5, zutano 2, 0, algunos compañeros no alcanzaban ni la unidad, mengano 0.5, creo que ni siquiera el nombre estaba correcto. Un 6 era un 10 en esa materia.

Había concursos en el edificio central para todos los alumnos de la UJED y otras escuelas, de oratoria y declamación, a veces nos animabas a entrarle, pero imagínese, como hacerle sombra a Toño Villarreal, Enrique Arrieta, Elia María, Torres Cabral, el Talento y tantos otros que eran gallos de a deveras y para muestra el Movimiento del Cerro.

El tiempo que no espera, seguía burlándose de nuestros promedios, el día que algunos pasaban Histología ya se sentían médicos, salían corriendo por tosa la de 5 de Febrero, abanderando el traje que es habían facilitado los demás compañeros; las otras materias se aprobaban sin dificultad, claro con gran esfuerzo, Solo faltaba el examen final de Anatomía, nos dieron un mes completo para estudiar. Algunos se encerraban a piedra y lodo, ni siquiera se rasuraban por estar metidos en el texto, tratando de recordar lo que no se hizo en todo el año. Otros seguían la rutina de siempre al grito de el que nada sabe, nada teme, y cuando nos encontrábamos en el cine o en alguna reunión, nos hacíamos los desconocidos, escondiéndonos unos de otros, con la conciencia lacerada por haber dejado el libro abierto mientras buscábamos un escape.

A querer o no se llegó el día tan temido, parecía un examen profesional y no el de una materia, tres sinodales, cada uno con su tema, entraba la adrenalina en todo su caudal hasta los meandros del corazón, haciéndolo latir desesperadamente, recordando aquellos versos malos que alguien nos enseñó: “ Zaldívar y Rodarte con aire funerario, y todos allá lejos y sin poder soplar.”

Primeramente se trabajaba en una región del cadáver. Se examinaban de tres alumnos por día, se revisaba la técnica, limpieza, disección y los elementos anatómicos que allí se encontraban. Pareciera que la disección nos la practicaba a nosotros el maestro en carne viva. Contentábamos con la voz perdida como monito de ventrílocuo, que por el ombligo salían nuestras respuestas. Después se cerraba la región y éramos llamado uno por uno ante los otros sinodales.

Nos acribillaban a preguntas, los libros nos daban vueltas en la cabeza como si las letras anduvieran en órbita. Cuando se cansaban de preguntar o bien que comprendieron nuestros conocimientos, nos dejaban salir con la consigna de llamarnos para darnos los resultados. Allí terminaba el calvario y comenzaba la realidad, porque del grupo que iniciamos el curso solamente el 5% resultó aprobado.

Algunos salieron cantando, otros llorando, aquellos maldiciendo y todos resignados, los pocos cursarían el segundo año, los muchos pelaríamos incauto primerizos y ni modo, a seguir la misma carga…

¡Cuántos años y sin embargo parece que fue ayer!

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS nuestros, tres, alumnos, todos

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